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miércoles, 18 de abril de 2018

EL PROCESO DE NEGOCIACIÓN HACIA LA PAZ






El conflicto del golfo Pérsico tuvo otra virtud añadida. La prontitud y la severidad con que se cumplieron las resoluciones de condena de la O.N.U. contra el Irak de Sadam Hussein suscitaron un clamor de dimensiones universales, aunque de alcance mucho mayor en el mundo árabe, sobre la posible existencia de dos pesos y medidas, la inaceptabilidad de un doble estándar. La opinión mundial recordaba justamente el menosprecio que practicaba Israel frente a todas las comunicaciones de la O.N.U. Si era cierto el proclamado nuevo orden internacional, esa nueva legalidad no podía admitir excepciones, ni tratos discriminatorios.

El mundo que había condenado la invasión de Kuwait y que había apoyado o colaborado en la destrucción de Irak no podía permanecer impasible ante el incumplimiento israelí de las Resoluciones  242 y 338 de las Naciones Unidas. Por tanto, se intensificaron las demandas para que Tel Aviv se sentara a negociar. Washington, que se había auto-apropiado del puesto de policía mundial encabezaba las presiones.

Desde el mismo mes de abril de 1991, y a lo largo de los meses siguientes, Estados Unidos inició gestiones y negociaciones con los Estados árabes, incluidos los palestinos, Israel y la U.R.S.S.

El Secretario de Estado, James Baker, efectuó ocho viajes a Oriente Medio a lo largo de 1991 para convencer a todos los interlocutores de que se reunieran en una conferencia de paz. Los únicos no invitados fueron los políticos de la O.L.P. y esto tanto por la cerrada oposición israelí a negociar con Yasir Arafat y su gente como por el recelo europeo y norteamericano ante el papel desempeñado por ellos durante la Guerra del Golfo. Prefirieron acudir a las figuras palestinas que destacaban dentro de los territorios ocupados: Faisal Husseini, Zakaria al Agha, Hanan Asrawi o Hanna Siniora.

Este principio de acuerdo dependía de la aceptación conjunta, en primer lugar, entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en segundo, de Israel y Siria, que en un principio una serie de obstáculos, y por último del resto de los países implicados. El acuerdo entre norteamericanos y soviéticos pronto se alcanzó, en el ambiente general creado por el final de la guerra fría; también pronto se consiguió el apoyo de la C.E., de los países del Golfo y de otros Estados árabes; y por fin, en julio, se llegó al principio de acuerdo entre Estados Unidos, Siria e Israel, que posibilitó la convocatoria de la prevista Conferencia de paz.

La aceptación por parte de Siria del plan de paz norteamericano para Oriente Medio y el cambio de actitud del gobierno israelí respecto a su otrora enemigo del norte, abrieron la puerta a la posibilidad de emprender un proceso de negociación entre árabes y judíos respecto al futuro de los Altos del Golán, Cisjordania y Gaza y Jerusalén Este en el marco de las resoluciones 242 y 338 de Naciones Unidas. En principio, la tesis árabe era "paz a cambio de territorios", es decir retirada israelí de los territorios ocupados y, como consecuencia de esto, el reconocimiento de un Estado palestino independiente, cuando la israelí era de momento, "paz a cambio de paz".

Alcanzados los anteriores acuerdos, los presidentes Bush y Gorbachov, reunidos en Moscú, anunciaron el 31 de julio la convocatoria para el mes de octubre de la Conferencia de Paz en Oriente Medio; en la misma cumbre se firmó el tratado de desarme nuclear estratégico (START).

Inmediatamente se iniciaron los preparativos de la Conferencia con nuevos viajes de J. Baker a Oriente Medio para superar las últimas reticencias israelíes y sirias. El Parlamento palestino, reunido en Argel el 23 de septiembre, aceptó en una línea moderada de Y. Arafat la participación en la Conferencia. El 18 de octubre, Washington y Moscú, a través de sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores, desplegaron una misión diplomática conjunta en Oriente Medio para poder convocar la Conferencia que pusiera fin a más de cuarenta años de guerra en la región. Por fin, superados todos los obstáculos, J. Baker anunció en Jerusalén la inauguración el 30 de octubre de 1991 en Madrid de la Conferencia de Paz sobre Oriente Medio.

Efectivamente el 30 de octubre de 1991 se inauguró en el Palacio Real de Madrid la Conferencia de Paz, pronunciando sendos discursos como anfitrión el jefe del gobierno español F. González, y como patrocinadores los presidentes de Estados Unidos, G. Bush y de la Unión Soviética, M. Gorbachov. Sus ministros de Asuntos Exteriores actuaron como moderadores a lo largo de los tres días de sesiones.

Asistieron delegaciones, además de los dos países convocantes, de Egipto, Israel, Líbano, Siria y una delegación conjunta Jordano-Palestina, así como de la C.E., el Consejo del Golfo, y la Unión del Magreb Árabe, y como observador Naciones Unidas. La Conferencia tuvo dos fases: las sesiones plenarias y las conversaciones bilaterales entre los países árabes e Israel.

La Conferencia de Paz fue un acontecimiento de relieve mundial porque, por vez primera, después de casi medio siglo de guerras, los israelíes se sentaron a negociar a la misma mesa que los palestinos y que sus vecinos árabes. La política internacional mostró una nueva cara, impensable sólo un par de años antes.

Las intervenciones de los ponentes no ofrecieron grandes novedades. Los patrocinadores e invitados hicieron una llamada a la buena voluntad y a la flexibilidad de los negociadores. Los delegados árabes: ministros de Asuntos Exteriores de Siria, Egipto, Jordania y Líbano así como el médico palestino de Gaza, Abdul Shafi, comisionado por los territorios ocupados (excepto Jerusalén, pues Israel la considera su capital eterna y no territorio ocupado) y el israelí, el propio primer ministro, Isaac Shamir, no aportaron ningún tipo de solución en sus intervenciones, preparadas de antemano y dedicadas a la prensa internacional y a la de sus propios países: "paz por territorios", los árabes; "paz por paz", los israelíes.

El tono fue firme, duro en algún momento, pero dentro de una atmósfera que permitió la convocatoria de la segunda fase de la Conferencia. En lo concreto cabría destacar:

A) Los judíos reiteraron que Jerusalén es su capital irrenunciable; los palestinos también.

B) Israel no tenía apetencias territoriales en Líbano, estando dispuesto a devolver la franja de seguridad ocupada cuando lo pidieran los libaneses.... Quizá dejaban entrever que se lo devolverían a los libaneses y no a los sirios, que hoy manejan ese Líbano pacificado por las armas de Damasco y ocupado por sus soldados.

C) Los palestinos de los territorios ocupados no excluían de la negociación a los demás palestinos; en clara alusión a la O.L.P. Hablaban en nombre de todos los palestinos y demandaban los territorios tomados por Israel en 1967 (Resolución 242).

D) Los palestinos querían la paz, estaban hartos de guerra y muerte, deseaban negociar ya.

E) Los jordanos ofrecieron a los palestinos la federación.

F) Los sirios querían la devolución de sus tierras, pero su ministro de Asuntos Exteriores, Al Shara, que fue quien empleó un tono más duro, trató de arrogarse una especie de encabezamiento de los postulados árabes, que sólo le funcionó respecto a los libaneses.

La Conferencia terminó en la mañana del 1 de noviembre, pero las delegaciones aún permanecieron en Madrid 48 horas más, sosteniendo encuentros bilaterales en busca de un lugar para seguir negociando. No hubo acuerdo, pues Israel presionó para que continuara en los diversos escenarios interesados de Oriente Medio, buscando arreglos bilaterales sin mediación internacional ni apremios temporales. Contrariamente, los árabes preferían Madrid o Washington, plazos concretos y una negociación rápida.

Nada hubiera movido a Israel de sus posiciones, pero el presidente Bush empleó todo su poder persuasivo para que la negociación avanzara. El primer ministro israelí, Shamir, estuvo en Estados Unidos buscando los 10.000 millones de dólares que necesitaba perentoriamente para asentar en Palestina a un millón de judíos, procedentes de la Unión Soviética, en los dos años siguientes... El presidente de Estados Unidos no concedió el préstamo, pero convocó a todas las delegaciones para el 4 de diciembre de 1992 en Washington.

Los israelíes se quejaron amargamente de las presiones norteamericanas; les resultaba ya evidente que habían llegado a su final las substanciosas ayudas recibidas de Estados Unidos durante casi cuarenta años (entre 1985 y 1992 ascendió, sin contar el capítulo militar, a 8.400 millones de dólares).

La evaluación de conjunto de la reunión de Madrid fue positiva, se pudo hablar de un éxito diplomático por tres razones: se puso fin al tabú de que las partes enfrentadas desde hacía cuarenta y tres años no podían hablarse directamente las unas a las otras; se evitó un fracaso que podía pasar a la historia como la "ocasión perdida" de Madrid; y en la capital española se inició la etapa bilateral de la negociación, con la cual la Conferencia de Paz dio paso a un verdadero proceso de paz.

La Conferencia de Madrid significó así un punto de partida que debía tener continuidad con la celebración de conversaciones bilaterales entre Israel y los países árabes para tratar sobre los problemas planteados y pendientes de solución.

El presidente Bush, como auténtico impulsor de tal proceso, decidió la celebración de la segunda etapa de las conversaciones bilaterales en Washington el día 4 de diciembre, lo que provocó en principio la resistencia israelí. Por fin, aunque con varios días de retraso por la actitud del gobierno de Israel, las reuniones se celebraron entrevistándose los israelíes, por separado, con sirios, libaneses y jordano-palestinos.

La Asamblea General de las Naciones Unidas revocó, el 16 de diciembre, la resolución de 1975 que equiparaba el sionismo con el racismo. Tras seis días de contactos formales e informales las reuniones bilaterales no avanzaron nada en la búsqueda de soluciones y no se llegó a ningún acuerdo, por lo que el proceso de paz iniciado en Madrid parecía totalmente bloqueado, en especial por la inflexibilidad de Israel ante la disponibilidad árabe.

Esta segunda fase del proceso tuvo continuidad igualmente en Washington el 7 de enero de 1992, aunque su reanudación resultó alterada por la decisión del gobierno israelí de deportar a varios palestinos de los territorios ocupados. Mientras la delegación palestina vetó la reanudación de las conversaciones de paz, Estados Unidos exigió a Israel que suspendiera las deportaciones, y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenó firmemente por unanimidad a Israel. Por fin las reuniones se celebraron los días 13 y 14, y aunque se hicieron propuestas concretas sobre los asuntos básicos del proceso de paz, lo que significó la apertura del verdadero diálogo de paz, no se consiguieron avances substanciosos, ya que además el establecimiento de nuevos asentamientos judíos en los territorios ocupados bloqueaba toda negociación entre israelíes y palestinos.

La tercera fase del proceso de paz tuvo lugar en Moscú el 28 de enero de 1992 tomando una nueva dimensión multilateral, con la participación de diez países árabes, así como la C.E., Canadá, Japón, China y Turquía para tratar sobre control de armamentos, recursos hidráulicos, cooperación económica y problemas ambientales además de seguridad regional y refugiados, añadidos después, sobre lo que se acordó se reunieron Comisiones en el futuro. La reunión comenzó con el boicot de los sirios, los libaneses y los palestinos, manifestado en la reunión previa de la Liga Árabe celebrada en Marraquech el día 25, ante la intransigencia israelí, que no aceptaba, entre otras cuestiones, la autonomía palestina. La reunión de Moscú se clausuró el día 30, fijándose los lugares y las fechas de los próximos encuentros de este proceso de paz.

A mediados de febrero de 1992 surgió un nuevo estallido de violencia entre los palestinos y musulmanes e Israel en el sur de Líbano: un comando palestino atacó un campamento israelí produciendo muertes entre los soldados, lo que provocó la inmediata represalia de Israel cuyo Ejército bombardeó varios campos de refugiados palestinos en el sur libanés, y lanzó una misión militar especial contra el jefe de la organización pro-iraní chií Hezbollah al que mataron. Los enfrentamientos se incrementaron con ataques y bombardeos entre guerrilleros musulmanes y la milicia pro-israelí Ejército del Sur de Líbano así como de Israel que invadió el sur de Líbano para exterminar a Hezbollah. El 21 de febrero se retiró el Ejército israelí de las posiciones tomadas, y la guerrilla musulmana interrumpió sus ataques por presiones de Siria y Líbano.

El día 24 de febrero se reanudaron las conversaciones bilaterales del proceso de paz en una cuarta fase en Washington, con el trasfondo de nuevas complicaciones e incertidumbres. La agenda de temas a tratar era la misma que la debatida en Madrid, pero ahora se insistía, por parte árabe, en detener los asentamientos judíos en los territorios ocupados, la situación en el sur de Líbano, y la autodeterminación palestina, en cuya concesión y planes divergían totalmente palestinos e israelíes, y que consistían para los palestinos en "una etapa provisional para preparar el futuro Estado palestino", y para los israelíes en "otorgar ciertas competencias administrativas sin cambiar el estatuto de ocupación".

La quinta ronda de conversaciones bilaterales entre árabes e israelíes se celebró igualmente en Washington entre el 27 de abril y el 1 de mayo de 1992, con la impresión generalizada de que se trataba de un mero formulismo y de que el proceso iniciado en Madrid no había muerto, aunque no se produjera ningún progreso ni se llegara a acuerdos efectivos en las cuestiones planteadas, en especial en el espinoso tema de la autonomía palestina, además del agua y el medio ambiente. Aunque se abordaron temas substanciales final no se llegó a ningún acuerdo persistiendo las divergencias de fondo.

A mediados de mayo se reunieron las comisiones correspondientes a la ronda de negociaciones multilaterales, según lo acordado en Madrid y tratado en Moscú: la de cooperación económica en Bruselas y la de refugiados en Ottawa, la de armamento en Washington, la del agua en Viena, y la de medio ambiente en Tokio. En todas ellas se demostró la gran brecha que separaba a árabes e israelíes en el proceso de paz, al registrarse diversos boicoteos y profundos desacuerdos en estas reuniones. Además, a finales de mayo resurgió una grave tensión en el sur de Líbano al reanudarse los enfrentamientos armados entre Israel, los palestinos, el grupo pro-iraní Hezbollah y Siria; al tiempo que el primer ministro israelí proclamaba la indivisibilidad de Jerusalén.

A pesar de todo, y después del tiempo transcurrido desde la Conferencia de Madrid pareció haberse creado un nuevo talante en las relaciones árabe-israelíes: el diálogo continuado pareció haber sustituido a esas alturas a la lucha directa y reiterada.

Unos meses más habrían de transcurrir para que se percibiera un cambio palpable. Pero en esos meses se habían producido numerosos cambios en el mundo, con profundas repercusiones para el problema de Oriente Medio. La primera fue el relevo en la Casa Blanca: Bill Clinton sucedió a George Bush como presidente de Estados Unidos. Aún fue más importante que en las elecciones israelíes ganasen, aunque por escaso margen, los laboristas, que llevaron a la jefatura de Gobierno a Itzjak Rabin, relegando a la oposición al ultraderechista Shamir. En los territorios ocupados se registraban, también, novedades en las relaciones entre israelíes y palestinos: por un lado, cierta tolerancia hacia la O.L.P. y, por otro, una absoluta intransigencia hacia los movimientos integristas especialmente implantados en la franja de Gaza: Yihad Islámica y Hamas, 415 de cuyos miembros fueron capturados por la policía judía y expulsados al sur de Líbano. Como este país no les aceptase, debieron permanecer en tierra de nadie, soportando el helado invierno de 1992/93 y el abrasador verano siguiente en un campamento improvisado, de donde se les permitió regresar en el otoño de 1993, para ir a parar a las cárceles de Israel.

En la ciudad egipcia de Ismailia, el primer ministro israelí Rabin aceptó la acatación de la Resolución 242 de la O.N.U. (retirada de Israel de los territorios ocupados en 1967) como base en las negociaciones con Siria. Respecto a Gaza y Cisjordania, Rabin indicó que la citada resolución sólo comenzaría a discutirse con los palestinos después del período transitorio de auto-gobierno. En Nueva York se iban realizando con desesperante esterilidad nuevas sesiones de las conferencias de paz, que en el verano de 1993 alcanzaba ya su número 11.

A finales de julio de 1993, cazas israelíes atacaron bases de la guerrilla de Hezbollah en Líbano matando a 132 personas y provocando la huida de más de 250.000. Hezbollah juró vengarse. En la madrugada del 19 de agosto un convoy israelí de patrulla en la zona de seguridad al sur de Líbano, fue atacado por tres bombas activadas por control remoto, siete integrantes resultaron muertos y otros dos heridos. Por la tarde, la explosión de otra bomba se cobraba la vida de un soldado más.




La réplica israelí llegó con el bombardeo de tres bases de Hezbollah en el valle libanés de la Bekaa.

La "Intifada" mantenía su actividad y cosechaba más muertos, unos 1.300; más heridos, cerca de 5.000 de cierta consideración, y los palestinos llenaban las cárceles de Israel, alcanzando la cifra de 18.000 según la O.L.P. y de 13.000 según el gobierno de Tel Aviv.

Sin embargo, había un nuevo clima, una sensación de que algo podía cambiar. En Túnez, donde tenía su sede la O.L.P., se producían fuertes discusiones internas que ponían en tela de juicio la gestión del histórico dirigente Yasir Arafat. Por un lado, la organización estaba en bancarrota y los rivales del mítico presidente hablaban de malversación de fondos; aún era más grave la abierta disensión entre los dirigentes palestinos del interior, con Feisal al-Husseini a la cabeza, que habían participado en las conversaciones de paz en Washington porque se sentían desautorizados por la presidencia de la O.L.P.

¿Por qué se sentían desautorizados?. Sencillamente, porque a lo largo de las interminables jornadas de las once sesiones de negociación habían sostenido las premisas enunciadas en Madrid: autonomía, aunque fuera limitada, para toda Cisjordania y Gaza; libertad para todos los palestinos encarcelados en Israel; control de las fronteras conjuntamente con Israel; policía palestina; progresiva supresión de los asentamientos judíos en los territorios ocupados, etc. Y, a finales de agosto, esa delegación era sorprendida por los rumores que llegaban de Oslo, según los cuales altos dirigentes israelíes y de la O.L.P. habían negociado una autonomía parcial para Gaza y Jericó. ¿Era posible que, después de casi dos años de inflexible negociación de los puntos de partida, la dirección de la O.L.P. hubiese hecho concesiones sobre el 95% del territorio de Palestina?.

Los rumores se confirmaron. Bajo los buenos auspicios del ministro de Asuntos Exteriores noruego, en negociaciones secretas y directas entre el gobierno israelí y la O.L.P., judíos y palestinos acordaron una autonomía gradual, comenzando por la franja de Gaza y la ciudad de Jericó. Era poco, apenas 300 kilómetros cuadrados, pero era algo: el embrión del Estado Palestino.

El día 9 de septiembre de 1993, palestinos e israelíes se reconocieron mutuamente después de haberse combatido durante 45 años. Israel reconocía a la O.L.P. como representante legítimo del pueblo palestino para todo tipo de negociaciones y la O.L.P., por su parte, reconocía el derecho a la existencia del Estado de Israel, renunciaba a la violencia y se comprometía a derogar aquellos artículos de la Carta Nacional Palestina que condenaban a la destrucción a Israel.

El día 13 de septiembre de 1993 palestinos e israelíes acudieron a Washington, dispuestos a firmar la "Declaración de principios sobre acuerdos provisionales de autonomía sobre Cisjordania y Gaza" acordada en Oslo. En la solemne ceremonia estuvieron, junto a todo el cuerpo diplomático acreditado en la capital de Estados Unidos, los ex presidentes Ford, Carter y Bush; impulsores de la paz en Oriente Medio; y allí, radiante, se encontraba el presidente Clinton, cosechando su primer triunfo internacional con el mínimo apretón de manos entre el presidente del Gobierno de Israel, Itzjak Rabin, y el presidente de la O.L.P., Yasir Arafat.



Ambos dirigieron unas palabras, las más significativas fueron, por parte de Arafat:

"...Mi pueblo espera que este acuerdo que estamos firmando hoy marque el comienzo del fin de un capítulo de dolor y sufrimiento que se ha prolongado durante este siglo. Mi pueblo espera que este acuerdo que estamos firmando hoy introducirá una era de paz, coexistencia e igualdad de derechos. Confiamos en el papel de todos los países que creen que sin paz en Oriente Medio no habrá paz total en el mundo...".

"...Ahora que estamos en el umbral de esta nueva era histórica, permítanme dirigirme al pueblo de Israel y sus dirigentes, con los que nos estamos reuniendo hoy por primera vez, y permítanme asegurarles que la difícil decisión que alcanzamos juntos requirió un valor grande y excepcional...".

"...Tal cambio nos dará una oportunidad para abordar el proceso del crecimiento económico, social, cultural y de desarrollo, y esperamos que la participación internacional en este proceso será todo lo generosa que se necesita...".

"...Damas y caballeros, la batalla por la paz es la más difícil de la vida".


Rabin por su parte dijo:

"...La firma, hoy y aquí, de esta declaración de principios no es fácil, ni para mi como soldado de la guerra en Israel, ni para el pueblo de Israel..."

"...No es fácil, desde luego, para las familias de las víctimas de la guerra, la violencia y el terror, cuyo dolor nunca cesará. Para ellos, esta ceremonia llega demasiado tarde..."

"...Hemos venido para intentar poner fin a las hostilidades de modo que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no tengan que pagar el doloroso tributo de la guerra, la violencia y el terror..."

"...Dejad que os diga, palestinos, que estamos destinados a vivir juntos sobre el mismo suelo y en la misma tierra. Nosotros, los soldados que hemos vuelto de las batallas con manchas de sangre, nosotros, que hemos visto a nuestros parientes y amigos morir ante nuestros ojos; nosotros, que hemos luchado contra vosotros, los palestinos, hoy os decimos con voz clara y potente: ¡Basta de sangre y lágrimas, basta!..."


La rutilante ceremonia fue, sin embargo tan sólo el comienzo del camino. Inmediatamente debían abrirse negociaciones para concretar las condiciones del establecimiento del Estado Palestino. Las delegaciones se reunieron inicialmente en El Cairo y después en la ciudad-balneario de Taba, en el noreste de la península del Sinaí. Apenas transcurridas las dos primeras semanas de negociaciones se llegó a las cuatro cuestiones que constituirían el nudo gordiano del problema:

A) La extensión de la ciudad de Jericó, que los judíos limitaban al perímetro del casco urbano, esto es, apenas 30 kilómetros cuadrados y que los palestinos deseaban abarcara a toda la región, con una superficie de unos 300 kilómetros cuadrados.

B) El control policial de las colonias judías establecidas en esos enclaves palestinos. La O.L.P. pretendía, primero, que la policía israelí se mantuviera dentro de ellas y, a medio plazo, que los judíos levantaran los asentamientos. Tel Aviv, por el contrario, no mostraba interés alguno en retirar los asentamientos agrícolas y pretendía que el control militar-policial se hiciera desde fuera de su perímetro.

C) El control de las carreteras interiores que comunican el resto de Israel con esos enclaves. Israel proponía sostener el control absoluto, mientras que los palestinos deseaban compartirlo para no convertirse en guetos cuyos accesos estuvieran absolutamente en manos israelíes.

D) El control de las fronteras de Jericó con Jordania y de Gaza con Egipto. Pretendían los palestinos tenerlo en sus manos, para ostentar alguna soberanía y no ser meros enclaustrados en esos reducidos territorios. Por el contrario, los judíos no querían ceder el control alegando que por esas fronteras podían infiltrarse en Israel cuantos terroristas se lo propusieran.


Como no hubo forma de llegar a un acuerdo, las negociaciones se dilataron, sobrepasando el 13 de diciembre, la fecha convenida para cerrar la primera fase de la negociación. Rabin y Arafat se entrevistaron para mantener los acuerdos aunque las negociaciones no estuvieran cerradas; Shimón Peres, ministro de Asuntos Exteriores de Israel, se entrevistaba tres veces con Arafat y sostenía con él maratonianas sesiones negociadoras... todo inútil. Israel estaba dispuesto a conceder mucho menos de lo que el mundo entero había esperado.
Isaac Rabin declaró el 9 de enero de 1994 que Israel no descartaba la posibilidad de abandonar al completo el territorio de los Altos del Golán, si a cambio obtenía de Siria una paz total.
La inflexibilidad de Israel comenzó a hacer dificilísimo el cumplimiento de los acuerdos, que deberían estar totalmente cerrados el 13 de abril de 1994, según se había establecido en Washington. Esos cinco meses de negociaciones baldías habían envalentonado a los enemigos de los acuerdos. Entre los israelíes, estaban los colonos de los asentamientos de Cisjordania y Gaza, que veían peligrar su situación, el líder del movimiento ultra-nacionalista de los colonos Gush Emunin declaró: "Judea y Samaria (Cisjordania) y Gaza son parte de la tierra de Israel y nadie tiene derecho a renunciar ni a un milímetro de estas tierras sagradas". Y entre los palestinos más radicales estaban los integristas religiosos de Hamas, los de Yihad Islámica, que repartieron una octavilla en Gaza y Cisjordania que decía: "Toda la tierra de Palestina pertenece exclusivamente al Islam y los que han firmado un documento de renuncia a nuestra tierra, y sus cómplices, no escaparán al castigo de Alá y de las masas musulmanas". También las organizaciones de izquierdas: F.P.L.P. y F.P.D.L.P., establecidas en Siria, que consideraban una humillante claudicación lo negociado por la O.L.P.. Unos y otros trataron de soliviantar a sus respectivas opiniones públicas contra los acuerdos, y todos se lanzaron a una carrera terrorista que en esos cinco meses produjo más de un centenar de muertos y triple número de heridos.

Se imponía lograr algún progreso, pues el estancamiento de las negociaciones ponía en peligro los acuerdos para el establecimiento de ese embrión de autonomía palestina. Con las presiones de Estados Unidos y la intensa mediación del presidente egipcio Hosni Mubarak, se reunieron las comisiones israelí y palestina en El Cairo el 7 de febrero, conjurándose a no abandonar la capital egipcia sin alcanzar algún acuerdo. Para que la negociación no se demorase en centenares de consultas a distancia, se personaron en El Cairo el ministro israelí de Asuntos Exteriores, Shimón Peres, y el presidente de la O.L.P., Yasir Arafat.

Finalmente, en la noche del 9 de febrero, tras cuarenta y ocho horas de intensas discusiones, Peres y Arafat estrecharon sus manos y firmaron el acuerdo. En resumen, esto:

A) Los judíos se reservaban la seguridad de sus asentamientos y el control de las carreteras que conducían a ellos.

B) Los palestinos se hacían cargo de la seguridad de Gaza y Jericó, compartiendo en algunos casos esta responsabilidad con los israelíes.

C) En las fronteras con Jordania y Egipto se habilitarían dos pasos, uno bajo control palestino, para los ciudadanos de esta nacionalidad residentes en Jericó y Gaza, y otro, con policía israelí, para los viajeros judíos y de otras nacionalidades cuyo destino fuera Jericó o Gaza, que luego siguieran camino de Israel o de los territorios ocupados.

D) Control judío de sus sinagogas y conjunto con los palestinos de la seguridad a la entrada de algunas mezquitas.

E) La extensión de Jericó, aunque quedaba para una posterior discusión entre Rabin y Arafat, era limitada a menos de 50 kilómetros cuadrados.

Evidentemente, las concesiones judías eran tan escasas que ni siquiera la O.L.P. podía esgrimir ese acuerdo como un triunfo.

Dentro del panorama histórico del conflicto de Oriente Medio, sin embargo, si podía considerarse un avance: tras medio siglo de guerras, de odio, miedo y sangre, durante el cual la única comunicación fueron las acciones terroristas de unos y los contragolpes igualmente terroristas de otros, palestinos y judíos negociaban. Debatían el problema en planos desiguales pero, al menos, hablaban entre sí.


Al día siguiente de la firma de los minúsculos acuerdos comenzó en noveno mes del año musulmán, el Ramadán de 1994: mes de penitencia, del gran ayuno, que dura todas las horas de luz y que sólo se rompe al caer la tarde y hasta que la madrugada del nuevo día permite "distinguir un hilo blanco de uno negro".

Para los negociadores judío-palestinos no hubo, sin embargo, tregua. El lunes 14 de febrero volvieron a reunirse en la ciudad egipcia de Taba, tratando de atar bien los cabos de lo acordado.


Otras gentes, por el contrario, estaban dispuestas a ahogar en un baño de sangre lo firmado en Washington. Tal era el caso del médico judío Baruch Goldstein, nacido en Nueva York, emigrado a Israel y establecido en uno de los asentamientos agrícolas israelíes de los territorios ocupados, cerca de Hebrón. En la madrugada del viernes 25 de febrero, armado con un fusil de asalto y granadas de mano, penetró en la mezquita de esta localidad, donde aproximadamente a las 5'30 horas unos 700 musulmanes se encontraban para la oración del alba "al-fagre". Cuando estaban en la primera postración, el asaltante disparó su arma automática; agotado el primer cargador, sonaron las explosiones de dos o tres granadas y, nuevamente, el fusil de asalto volvió a disparar... Fue un cuarto de hora espantoso, con los musulmanes gritando enloquecidos por el terror y buscando desesperadamente la salida, mientras el colono israelí los acribillaba sin piedad.

¿Como se le permitió entrar allí y por qué no intervinieron los soldados que custodiaban el edificio?. ¿Estaba solo o intervinieron más asesinos?. Sin embargo, se conoce lo esencial: unos 19 palestinos murieron en la mezquita y 200 resultaron heridos.
Las negociaciones de Taba se suspendieron; las conversaciones árabe-israelíes de Nueva York se paralizaron; en todos los territorios ocupados se clamó venganza y las manifestaciones recorrieron las poblaciones palestinas, sufriendo docenas de muertos y centenares de heridos a manos del Ejército, la policía y los colonos judíos. Entre los palestinos se comenzó a gritar contra los acuerdos; las encuestas daban un 65% de opiniones contrarias. La O.L.P. y su presidente, Yasir Arafat, quedaron aislados y hubieron de adoptar una línea más dura para tratar de sobrevivir y propusieron los siguientes puntos:

A) Desarme de todos los colonos.

B) Su salida de los asentamientos de Jericó y Gaza de forma inmediata y, progresivamente, de toda Cisjordania.

C) Solicitaron a las Naciones Unidas el envío de fuerzas internacionales que salvaguardaran la seguridad de los palestinos...





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