Se produjo entonces un
choque entre dos fuerzas:
Por un lado, el del
nacionalismo árabe, partidario de la independencia inmediata: en 1919 el
Partido de la Independencia Árabe, fundado al final del conflicto por la organización
Al-Fatah, reunió en Damasco un Congreso Nacional Sirio, y en 1920 proclamó la
independencia del país y su unidad que comprendía los territorios de Siria,
Líbano y Palestina, como monarquía constitucional, con Feysal, hijo de Hussein,
como rey; Irak, por su parte, se proclamó igualmente reino, con Abdullah como
soberano.
Por otro lado, Gran
Bretaña y Francia, en la línea de los tratados Sykes-Picot, llegaron a un
acuerdo final tras las Conferencias de Londres y San Remo en 1920, para el
definitivo reparto de zonas de influencia en la región y el establecimiento de
los Mandatos; situación que fue recogida por el tratado de Sevres entre Turquía
y los aliados en agosto de 1920, y asumida por la Sociedad de Naciones.
Estas dos fuerzas se
enfrentaron entre sí, en efecto, tras la eliminación de los turcos. Feysal fue
considerado por algunos sectores árabes como un libertador, logrando acomodarse
a las tesis nacionalistas y hacerse proclamar rey por el Congreso sirio en
marzo de 1920. El poder de Feysal implicaba la plena soberanía árabe sobre
Siria, Líbano, Palestina y Transjordania, lo que era incompatible con los
objetivos anglo-franceses en la región.
Así, tras la
capitulación de Turquía en octubre de 1918, franceses e ingleses buscaron
consolidar sus respectivas posiciones en Siria y Palestina. Confirmando las
grandes líneas de los acuerdos Sykes-Picot, la Conferencia de San Remo confió a
Gran Bretaña un Mandato sobre Palestina y Mesopotamia, y a Francia uno sobre
Siria. El Mandato francés debía ocasionar inmediatamente la desposesión de
Feysal. Tras una serie de transacciones infructuosas Feysal terminó por ceder
al ultimátum del alto comisionado francés. Los franceses ocuparon Damasco en
julio, y Feysal tuvo que abandonar el país; su fracaso fue sentido por los
árabes como una profunda humillación. Los que habían abrigado la esperanza de
acceder a la independencia por mediación de Feysal y de los ingleses se
encontraron enfrentados ante la dura realidad de un poder extranjero resuelto a
eliminar por la fuerza todo intento de resistencia política o militar.
Resultado de toda esta
complicada situación, de las negociaciones y de los acuerdos y del predominio
de los intereses aliados, fue el establecimiento del sistema de Mandatos.
El Mandato fue instituido
y regulado por el artículo 22 del Tratado de Versalles en su parte I, que
corresponde al Pacto de la Sociedad de Naciones, votado en febrero de 1919. Se
aplicó a "las colonias y territorios que a consecuencia de la guerra hayan
dejado de estar bajo soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente
y que están habitados por pueblos aún no capacitados para dirigirse por si
mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno"; y
la naturaleza y el carácter del Mandato difiere según las características del
territorio sobre el que se establezca, debiendo tenerse en cuenta "el
grado de desenvolvimiento del pueblo, la situación geográfica del territorio,
sus condiciones económicas y demás circunstancias análogas". La tutela de
estos pueblos dependientes, y por tanto el encargo de administrar el Mandato,
fue confiado "a las naciones más adelantadas que por razón de sus
recursos, de su experiencia o de su posición geográfica se hallen en mejores
condiciones de asumir esa responsabilidad y consientan en aceptarla. Están
naciones ejercerán la tutela en calidad de mandatarios y en nombre de la
Sociedad".
Tras el Tratado de
Versalles, un año más tarde, en mayo de 1920, la Conferencia de San Remo
legalizó los arreglos y repartos territoriales, previamente acordados entre
Francia y Gran Bretaña, en detrimento de los árabes. Y por el tratado de
Sevres, de agosto del mismo año, Turquía perdía los países árabes sobre los que
la Sociedad de Naciones establecía los Mandatos ya acordados por los aliados.
Estos Mandatos,
llamados "A" u "orientales", fueron:
-Siria quedó como
Mandato francés.
-Líbano, separado de la
Gran Siria, también fue Mandato francés.
-Irak, organizado como
monarquía con Feysal de soberano, fue Mandato británico.
-Palestina fue
desgajada de la Gran Siria y mantenida como Mandato británico, en confirmación
de los compromisos de la Declaración Balfour.
-Transjordania fue a su
vez separada artificialmente y organizada como Mandato británico.
Con excepción de los
medios cristianos favorables a la presencia francesa en Siria y Líbano, y de
los medios sionistas, que esperaban extender su presencia en Palestina, la
mayoría de los árabes manifestaron su total oposición al sistema de Mandatos.
Estos árabes constataron que:
-No habían sido
liberados de la tutela otomana más que para ser sometidos a una nueva tutela
extranjera franco-británica.
-Ninguna de las
promesas hechas a los árabes había sido realmente cumplida.
-El sistema de Mandatos
era de hecho sinónimo de régimen de colonialismo.
-Estaba presente la
amenaza que suponía el compromiso británico con los sionistas.
Así de la nación árabe
proyectada, independiente y unida se había pasado a la realidad de la
configuración de diversas naciones árabes separadas y heterogéneas, cuando no
recelosas entre si.
La división del mundo
árabe quedaba así consumada. Los árabes consideraron esta situación como una
traición a las promesas que se les habían hecho y por las cuales habían
prestado su apoyo a los aliados, extendiéndose entre ellos un inmenso
sentimiento de frustración y cólera que iba a evidenciarse en las encarnizadas
luchas posteriores por la independencia y la unidad, y que ha marcado hasta
nuestros días al nacionalismo árabe.
Encabezado por un alto
comisario, nombrado por el gobierno inglés, Palestina quedó dividida en seis
distritos administrativos: Acre, Galilea, Gaza, Haifa, Lydda y Samaria.
Gran Bretaña estableció
el Emirato Árabe de Transjordania (hoy Jordania), en tres cuartas partes del
territorio incluido en el Mandato en beneficio de Abdullah, hermano de Feisal.
Prohibió a los judíos establecerse allí, dejando solamente la parte occidental
del río Jordán para el desarrollo de un hogar nacional judío manteniendo una
actitud ambigua, con periodos de favor y otros de obstáculo, de acuerdo con los
intereses petrolíferos, que comenzaban a ser dominantes.
Así comenzó una
inmigración masiva. Unas 35.000 personas llegaron entre 1919 y 1923,
principalmente de Rusia; tuvieron una gran influencia sobre el carácter y
organización de la comunidad en los años venideros. Esos pioneros sentaron las
bases de una comprensiva infraestructura social y económica, desarrollaron la
agricultura, establecieron kibbutz y moshav, y proporcionaron la fuerza laboral
para la construcción de viviendas y caminos.
En este periodo se
produjeron enfrentamientos periódicos entre árabes y judíos. Como el 1 de Mayo
de 1921, en el que árabes armados asesinaron a 27 personas e hirieron a 150
más, en el Hogar de Inmigrantes de Jafa. Estos disturbios continuaron más días
y contó con la participación de la policía árabe, la cual no fue castigada. Los
árabes insistieron en la derogación de la Declaración Balfour y su violencia
contra los judíos era el medio de expresar su desacuerdo con la política
británica.
La siguiente oleada
inmigratoria se produjo entre 1924 y 1932, de alrededor de 60.000 personas,
principalmente de Polonia, contribuyó al desarrollo y enriquecimiento de la
vida urbana. Esos inmigrantes se instalaron principalmente en Tel-Aviv, Haifa y
Jerusalén, donde establecieron pequeños comercios, empresas de construcción y
de industria liviana.
En el año 1929 llegaron
los incidentes y matanzas. El pretexto para que se produjeran tales estallidos
de violencia fue la situación del Muro de las Lamentaciones. Los árabes
alegaron que el lugar sagrado donde durante siglos se reunieron los judíos para
orar, era también un lugar sagrado para ellos; ya que desde allí había partido
el caballo del profeta Mahoma, al cielo.
Así comenzó una campaña
para limitar los derechos de los judíos a asistir allí. Así en agosto, después
de las oraciones en la Mezquita de Omar y exaltados por sermones, la multitud
armada con estacas de clavos, irrumpieron en las casas judías y en las calles
de la ciudad vieja de Jerusalén y asesinaron a peatones. La policía británica
poco numerosa se mostró pasiva por falta de instrucciones. Poco después los
ataques se extendieron por todos los barrios de Jerusalén. En Hebrón, donde la
comunidad de judíos de edad avanzada confiada en las buenas relaciones de
vecindad con los árabes, se había negado a aceptar un destacamento de la
Haganah (organización militar secreta creada en Tel-Aviv en 1920 por Weizmann,
Ben Zvi y Ben Gurión, para defenderse de las escaramuzas árabes y para negociar
con los ingleses); fue masacrada. Murieron 59 personas y el resto de la
población tuvo que ser evacuada. Un asesinato en masa similar tuvo lugar en
Safed algunos días más tarde. En todo el país, las comunidades judías fueron
atacadas por sus vecinos árabes. Algunos poblados fueron ocupados y destruidos;
otros tuvieron que ser evacuados por orden de las autoridades británicas. Por
añadidura, las perspectivas de un posible botín ocuparon un lugar
importantisimo en la violencia masiva que se produjo.
Los desordenes de 1929
causaron la muerte a 133 judíos, de los 150.000 que había en el país por
aquella época, y, asimismo un número parecido de árabes.
Las "fuerzas"
árabes eran principalmente masa fanática y grupos organizados localmente,
equipados con armas cortas de fuego. Por parte judía, estaba la Haganah con
algunos centenares de miembros esparcidos por todo el país, armados con
pistolas, algunos fusiles y unas cuantas metralletas. Cuando llegó un batallón
de tropas británicas para ayudar a la policía palestina, se consiguió reprimir
los desordenes sin ninguna dificultad.
Estos enfrentamientos,
acompañadas de agitación periodística, que llegaron a hacerse extremadamente
violentas, no impidieron, sin embargo y a pesar de las protestas árabes e
impedimentos ingleses, a que la inmigración continuara. La siguiente comenzó en
1930 y creció en 1933 a raíz de la subida de Hitler al poder. Comprendió cerca
de 165.000 personas en su mayoría provenientes de Alemania. Los recién
llegados, muchos de los cuales eran profesionales y académicos, constituyeron
el primer influjo en gran escala de la Europa Occidental y Central. Su
educación, capacidades y experiencia elevó los niveles en el comercio, mejoró
el bienestar urbano y rural y amplió la vida cultural de la comunidad.
A primeros de 1936, la
Agencia Judía solicitó de los ingleses varios millares de visados de entrada
que necesitaban los judíos alemanes, cada día más inquietos. Bajo la violenta
presión de los árabes, los ingleses les concedieron menos de mil.
También fue descubierto
en el puerto de Haifa, un cargamento de armas de contrabando introducidas en el
país por la Haganah, esto aumentó la desconfianza y preocupación árabe hacia
los judíos y aumentó el pensamiento de que éstos pretendían hacerse con el
dominio total de Palestina. Los ataques recomenzaron en abril cuando cierto
número de vehículos al pasar por Nablus, fueron detenidos por árabes armados y
los judíos obligados a bajarse. Dos de ellos fueron asesinados y los funerales
celebrados en Tel-Aviv se convirtieron en una violenta manifestación y algunos
árabes fueron apaleados. Tres días más tarde fueron asesinados 9 judíos en Jafa
cuando se dirigían al trabajo. Muy pronto los conflictos se extendieron por
todo el país y estalló una huelga general ordenada por el Alto Comité Árabe,
formado por el Mufti Hadj Amin Husseini, (culpable de todos los disturbios
anteriores), y presidido por el mismo.
Como de costumbre, el
mayor número de víctimas lo proporcionaron los judíos ortodoxos, ancianos e
indefensos, de las ciudades santas. A medida que los incidentes se fueron
extendiendo, zonas enteras del país cayeron bajo control árabe (triángulo
Nablus, Jenin, Tulkarm y la zona de Hebrón).
En cuanto el Mufti tuvo
a Palestina cogida por el cuello, siguió adelante y puso en marcha la segunda
fase de su plan, publicando un llamamiento redactado en términos de exaltado
fanatismo y dirigido a los árabes de todas las naciones "que se uniesen a
la lucha común para liberar Palestina de las garras del imperialismo británico
y del sionismo".
Fuera de Palestina, la
llamada del Mufti obtuvo una contestación. Un oficial del ejército iraquí
llamado Fawzi El Kaukji, vio en la revuelta de Palestina la ocasión tanto
tiempo esperado para ganar fortuna y poder, convirtiéndose en el brazo militar
del Mufti. Llegó con un puñado de sirios, iraquíes y drusos de los países
vecinos; fueron los primeros árabes no palestinos que lucharon organizadamente
en Palestina. Para combatir esta fuerza, los ingleses aumentaron sus
contingentes militares a tres y, más tarde, a seis brigadas, (dos divisiones).
Las contadas escaramuzas que ocurrieron arrojaron un saldo de derrotas y muchas
pérdidas humanas para El Kaukji, pero esto no disminuyó en nada su prestigio.
El Kaukji y las cuadrillas del Mufti no tardaron en tener al país aterrorizado.
La comunidad árabe estaba indefensa, los ingleses se mostraban ineptos y poco
dispuestos para la lucha y los judíos sólo luchaban cuando se trataba de
defenderse.
Más tarde los judíos
reaccionaron y se encerraron en una concha defensiva, construyendo más de
cincuenta fuertes de hormigón armado que rodeaban toda Palestina y dotándolos
de una fuerza de policía. Cada uno de aquellos fuertes ofrecía albergue para un
número de soldados que oscilaba desde unos pocos centenares hasta varios miles
y había de dominar el sector que lo rodeaba. Los ideó un hombre llamado Sir
Charles Tegart. El muro Tegart (así llamado), disminuyó las infiltraciones
árabes.
En octubre de 1936,
terminó la huelga general. La Comisión Real Palestina, más conocida como
Comisión Peel, estaba a punto de llegar al país, y se declaró una tregua no
oficial entre los rebeldes árabes y las autoridades británicas.
El Kaukji se trasladó a
la ribera oriental del río Jordán, desde donde, a instancias del emir Abdullah,
regresó a Irak. Desde abril a octubre de 1936 habían muerto ochenta judíos,
asesinados por terroristas árabes, aparte de 396 heridos. Habían tenido lugar
ataques y asaltos a propiedades judías. Se habían arrancado o incendiado
arboles y cultivos. Ataques contra trenes y autobuses, contra la policía y los
militares británicos y habían estallado más de mil bombas. Esto no era una
larga serie de matanzas y desordenes. Aunque débilmente organizada e
indiferentemente planeada y ayudada, se trataba de una rebelión general contra
el gobierno británico, o, al menos, contra la política inglesa, cuyos objetivos
o, más bien, víctimas eran la población judía y las autoridades británicas.
Por parte árabe, el
emir Abdullah disfrutaba con un plan que iba a concederle un reino en ambos
lados del río Jordán y proyectó una entrada triunfal en Nablus, capital
propuesta para el futuro estado árabe. Sin embargo, los extremistas, dirigidos
por el Mufti, consideraban la partición como un golpe bajo a sus aspiraciones.
Insistían en que se detuviera la inmigración y la venta de terrenos, así como
en el establecimiento de instituciones representativas con una mayoría árabe.
Un estado judío, de espaldas al mar y abierto a una inmigración ilimitada,
podría ser un buen trampolín para una más amplia expansión. Además, la posición
personal del Mufti se hallaba en peligro como resultado del papel fundamental
de su gran rival el emir Abdullah. A principios de septiembre de 1937, el Mufti
presidió una reunión panárabe por Palestina, en Bludan, cerca de Damasco, en la
cual se fijaron las normas políticas que se seguirían para la futura lucha.
Entretanto, los árabes
se volvieron tan osados que ni los ingleses pudieron seguir ignorando el terror
que imponían. Asesinaron a Louis Andrews, comisionado británico de distrito en
Galilea, cuando este se dirigía a la iglesia. Jamás anteriormente había sido
asesinado en Palestina un funcionario británico de tan elevada jerarquía. Por
lo cual este hecho fue considerado como un ultrajante desafío al gobierno mandatario.
Por fin los ingleses reaccionaron, disolviendo el Alto Comité Árabe y dictando
orden de detención contra el Mufti y exiliando a cinco de sus miembros a las
Islas Seychelles.
El Mufti huyó delante
de la policía inglesa y se refugió en la Mezquita de Omar, el santuario más
sagrado de los musulmanes en Palestina. Los ingleses no se atrevieron a
penetrar en la mezquita por temor a promover un levantamiento "santo"
en todo el mundo musulmán. Después de pasar una semana escondido, el Mufti se
disfrazó de mujer y huyó a Jafa desde donde un bote le llevó al Líbano. Allí,
ligeramente restringido por las disposiciones de las autoridades francesas,
instigó el alzamiento.
La rebelión en su
momento más importante en octubre de 1938, sus miembros llegaban a los 15.000,
compuestos principalmente por campesinos y cuyos jefes eran ladrones y
criminales en algunos casos y en otros fanáticos religiosos que se repartieron
el país entre si. A diferencia de 1936, cuando El Kaukji había sido nombrado
Comandante Supremo, no se estableció ningún mando unificado. Cada grupo se
hallaba ligado de alguna manera con la comisión política con sede en Damasco y
obedecían sus órdenes en la medida en que desde allí se les enviaban fondos,
armas y municiones.
La Haganah había aprovechado
la tregua para reforzarse y engrosar sus filas. En 1938, disponía de unos
21.000 miembros. Pudo reunificarse con el núcleo del grupo Irgún Zevai Leummi,
la Organización Militar Nacional, que se había disuelto en 1931.
Los enfrentamientos no
tardaron en producirse, sin embargo los asentamientos en los territorios
asignados al estado judío en la Comisión Peel continuaron.
El 9 de noviembre de
1938, el gobierno británico anunció una declaración en la que se decía que la
partición estaba muerta y enterrada a la vez que convocaba en Londres una
conferencia en mesa redonda con la participación de árabes de Palestina y de
países vecinos, así como representantes de la Agencia Judía para Palestina. Es
una ironía realmente trágica que la fecha coincidiera con la "Noche de los
cristales rotos", la matanza antijudía en la Alemania nazi. Unos pocos
días después se negó el visado de entrada en Palestina a 10.000 niños judíos
procedentes de Alemania.
Esta conferencia se
celebró en febrero de 1939 y los árabes se negaron a sentarse con los
representantes judíos. No hubo acuerdo alguno.
Tras el fracaso de la
conferencia, el gobierno británico vio el camino libre para publicar, el 17 de
mayo de 1939, el Libro Blanco McDonald que, en efecto, anulaba la Declaración Balfour.
Decretaba drásticas limitaciones en las ventas de terrenos en Palestina y la
restricción de la inmigración judía a 15.000 personas por año y para los
siguientes 5 años, al final de cuyo periodo Palestina se convertiría en estado
independiente, con su permanente mayoría árabe reflejada en las instituciones
gubernamentales.
El Libro Blanco
señalaba el fin de lo que pudiera llamarse sociedad de 20 años entre el
Movimiento Sionista y Gran Bretaña.
La Segunda Guerra
Mundial que comenzó pocos meses más tarde, y que duraría 6 violentos años en
Europa, Asia y África, representó un periodo de inquieta tregua entre los
judíos y árabes de Palestina.
Los árabes se mostraban
políticamente pacíficos, confiando en que la política del Libro Blanco expuesta
por los británicos continuaría siendo su norma durante la guerra y
particularmente después de ella, cuando se llevaran a cabo más convenios a
largo plazo. La Agencia Judía, por otra parte, se mostraba amargamente
frustrada por el Libro Blanco, aunque su jefe David Ben Gurión había declarado:
"Lucharemos contra Hitler como si no existiera el Libro Blanco, y
lucharemos contra el Libro Blanco como si no existiera ninguna guerra contra
Hitler".
En el interior de
Alemania, la situación de los judíos era más que desesperada, las
organizaciones sionistas estaban al borde del colapso, pues hasta los judíos
alemanes más complacientes eran presa del pánico y no pensaban sino en salir
del país.
Ben Gurión encareció a
los judíos que se enrolasen en el ejército británico a fin de combatir contra
el enemigo común. Unos 32.000 jóvenes judíos, hombres y mujeres de Palestina,
se presentaron voluntariamente para prestar servicio en las Fuerzas Armadas
británicas.
Y aunque no fue culpa
suya, sino más bien decisión política de los británicos, sólo una fracción de
ellos llegó a prestar servicios en unidades de combate, adquiriendo así valiosa
experiencia en muchas facetas de la organización, logística y servicios de un
ejército moderno.
Algunos, sobre todos
los soldados pertenecientes a la Brigada Judía que por fin se creó en 1944,
adquirieron cierta experiencia de combate hacia el final de la guerra, y en el
norte de Italia, otros fueron pilotos de la R.A.F. o sirvieron en la
"Royal Navy".
En aquella época se
creó el Palmach (tropas de comando de la Haganah), con ayuda del ejército
británico, para la defensa de los judíos. Algunos de sus miembros sirvieron
como guías a las tropas australianas que tomaron Siria desde la Francia de
Vichy, en 1942. Este fue el caso de Moshe Dayan.
El final de la guerra
reveló, por primera vez, toda la extensión del Holocausto que abrumó a los
judíos de Europa; el tremendo horror que
había tenido como resultado la muerte de 6.000.000 de judíos.
La evidencia de que
parte de tal Holocausto habría podido evitarse si Palestina hubiera sido asilo
o puerto de abrigo; la accesión al poder en Inglaterra del Partido Laborista
que, en la oposición, había declarado repetidamente su simpatía hacia las
aspiraciones sionistas y su rechazo al Documento Blanco; la contribución judía
y palestina al esfuerzo de la guerra; todo ello proporcionaba, sin duda, buenas
esperanzas de que el Documento Blanco se suprimiría y de que los míseros restos
del Holocausto podrían viajar a Palestina. Dichas esperanzas muy pronto
quedarían frustradas. Con Ernest Bevin en el Foreign Office, como Ministro de
Asuntos Exteriores, el gobierno británico prosiguió la política del Documento
Blanco.
Por otra parte, dado
que muchas comunidades judías europeas habían sido suprimidas, por el sencillo
proceso de eliminación, los judíos y otras personalidades de los Estados Unidos
se habían convertido de pronto en los dirigentes del movimiento sionista
mundial.
Con el auge de los
americanos, los ingleses propusieron que se realizase una investigación
conjunta angloamericana acerca de la situación en Palestina. El comité conjunto
procedió a otro examen exhaustivo de los árabes y judíos. Sus componentes
visitaron los campos de deportados de Europa. Y llegaron a la única conclusión
humana posible: "Hay que dar entrada inmediata en Palestina a 100.000
judíos". Los ingleses se echaron atrás.
La Agencia Judía no vio
más salida que luchar amargamente contra esta política y por supuesto contra el
propio gobierno británico. La inmigración ilegal clandestina, creación de
nuevas colonias, saqueos y ataques por parte del Haganah y del Palmach contra
objetivos británicos (siempre que fuera posible evitando la pérdida de vidas
humanas).
Finalmente, el ministro
británico de Exteriores Bevin, estalló en una soflama antijudía y proclamó que
la inmigración legal quedaba interrumpida definitivamente. La respuesta se la
dieron los grupos clandestinos "Irgún" y "Stern".
Los británicos tenían
el cuartel general en el ala derecha del hotel Rey David de Jerusalén. Este
hotel estaba en la ciudad nueva; su parte posterior y sus jardines miraban a la
muralla de la ciudad vieja. Una docena de "irgunistas", vestidos de
árabes, introdujeron varias docenas de enormes bidones de leche en los sótanos
del hotel y los colocaron debajo del ala derecha, debajo del cuartel general
inglés. Aquellos bidones estaban llenos de dinamita. Los "irgunistas"
colocaron los aparatos de relojería, despejaron el sector y telefonearon a los
ingleses advirtiéndoles que abandonasen el edificio. Los ingleses se burlaron
de tal posibilidad. ¡No se atreverían a atacar el cuartel general británico!.
A los pocos minutos se
produjo una explosión que se oyó por todo lo ancho de Palestina. El ala derecha
del hotel Rey David, simplemente desapareció.
En el Instituto de
Relaciones Internacionales de Londres, sabían que el Mandato de Palestina se
encontraba en un atolladero. Era preciso formular una política de nuevo cuño.
Durante 37 años se habían celebrado un centenar de conferencias con los
sionistas y con los árabes y creían firmemente que los intereses británicos
exigían una política favorable a los árabes. De vez en cuando habían logrado
encubrir los chantajes y amenazas de estos. Pero ahora era imposible; los
árabes habían perdido la cabeza por completo. Las conferencias que tenían lugar
durante aquellos días en Londres iban a terminar en un fracaso.
Releyeron los informes sobre la creciente ola
de terrorismo que sacudía Tierra Santa desde un extremo a otro:
"Resulta evidente
que desde su exilio de El Cairo, el Mufti dirige el Alto Comité Árabe de
Palestina. El no haber querido procesar al Mufti como criminal de guerra por su
apoyo a Hitler, por temor a los disturbios de carácter religioso, se ha
convertido en una fuente de sinsabores. La actitud de los árabes ha llegado a
extremos injustificables. Se niegan a sentarse a la misma mesa que los judíos,
a menos que se acepten de antemano las condiciones previas que quieren
imponer".
"Una y otra vez
hemos requerido a la Agencia Judía y a la comunidad judía para que ayudasen a
las autoridades británicas en la tarea de aplastar a la cuadrilla de bandidos
que actúan bajo el nombre de "Irgún" y "Stern". Mientras
que la Agencia Judía proclama que no tienen autoridad ninguna sobre esos elementos
y condena públicamente sus acciones, se sabe que un gran sector del pueblo
judío aprueba en secreto sus delictivas hazañas. En este aspecto, no hemos
conseguido ni la menor cooperación. Las actividades de los terroristas han
llegado a tal punto, que estimamos necesario evacuar de Palestina todo el
personal británico cuya presencia no sea absolutamente necesaria y las familias
de dicho personal".
"Además de los
destructores ataques de los facinerosos contra la refinería de Haifa, a
consecuencia de los cuales quedó interrumpida la producción por espacio de dos
semanas, y la incursión en el aeródromo de Lydda, en la que destruyeron una
escuadrilla de aviones de caza, ha habido diez emboscadas de mayor
consideración en las carreteras y quince asaltos contra instalaciones inglesas.
Cada vez recogemos más pruebas de que en el Haganah y en su brazo ejecutivo, el
Palmach, cunde la desazón y hasta es posible que hayan participado en algunos
ataques más recientes".
"En los meses
pasados hemos desencadenado operaciones a fin de tener a los judíos bajo una
presión constante. Estas operaciones tenían por objeto principal proporcionar
una cortina de humo continuada enmascarando los riesgos y los acordonamientos
en busca de armas y de inmigrantes ilegales, así como los contraataques lanzados
en aquellos lugares donde se habían producido asaltos contra nuestras fuerzas.
El éxito no ha sido excesivo a causa de la organización perfecta existente
entre los judíos y la cooperación incondicional de todos y cada uno de ellos en
la Agencia Judía. Tiestos de flores, archivos, estufas, refrigeradores, falsas
patas de mesa y otro millar de cosas les sirven para esconder armas, haciendo
así imposible el despojarles de ellas. Por lo demás, las mujeres y los niños se
prestan gustosos a trasladarlas de una parte a otra. Nuestros esfuerzos por
conseguir informadores entre los mismos judíos han fracasado estrepitosamente.
En cambio los judíos no sólo compran informadores árabes, sino que reciben
avisos e informaciones de elementos del mando británico que simpatizan con
ellos. Los judíos fabrican armas de características improvisadas y los fusiles
"Sten", las minas terrestres y las granadas salen de sus manos cada
día más perfectos e ingeniosos".
En todos aquellos años,
durante todos los disturbios organizados por el Mufti, jamás habían tenido que
enfrentarse con una cuadrilla de guerrilleros del temple de los del
"Irgún" y "Stern". Los terroristas judíos luchaban con una
convicción aterradora. Además los barquichuelos que hacían aguas, verdaderas
chozas flotantes de la Aliyah Bet (Inmigración Ilegal), llegaban a Palestina
burlando el bloqueo inglés y cargados de inmigrantes. Casos
famosos fueron los de los barcos "Puerta de Esperanza", "Puertas
de Sión", "Moisés", "Tierra Prometida", "Estrella
de David" y sobre todo el del "Éxodo".
Aunque muchos
conseguían desembarcar en las costas de Palestina, otros eran detenidos y sus
ocupantes trasladados a campos de detención en la isla de Chipre o devueltos a
sus lugares de origen, los campos de deportados europeos.
El gobierno británico
consultó con el comandante militar de Palestina para encontrar una solución
definitiva. Este propuso unas medidas radicales:
1- Suspensión de todos
los tribunales civiles, quedando el comandante militar facultado para imponer
multas, castigos y sentencias de cárcel.
2- Disolver la Agencia
Judía, la Sociedad Sionista de Asentamiento y todas las demás organizaciones
judías.
3- Suspensión de los
periódicos judíos.
4- Rápida y callada
eliminación de unos sesenta dirigentes principales de la Agencia Judía. De la
puesta en práctica de esta fase, podrían encargarse nuestros confederados
árabes.
5- Utilizar sin
restricciones la Legión Árabe.
6- Encarcelar a varios
dirigentes secundarios de la Agencia Judía.
7- Conceder al
comandante militar el derecho de destruir todo kibbutz, moshav o poblado donde
se encuentren armas y deportar a todos los inmigrantes ilegales.
8- Imponer multas
colectivas a la población judía por cada acción terrorista como presión para
que se produzca la cooperación para la captura de los terroristas y ofrecer
recompensas por ello.
9- Ejecutar
inmediatamente a todo terrorista en el mismo sitio de su captura.
10- Organizar un boicot
contra los negocios judíos y cortar las exportaciones e importaciones.
11- Destruir el Haganah
y el Palmach mediante ataques a los kibbutz que se sepa alberguen a sus
miembros.
Afortunadamente para
los judíos este plan fue inmediatamente rechazado por el gobierno inglés por
ser una locura propia de Hitler.
Así el 18 de febrero de
1947, cuando el ministro de Exteriores Ernest Bevin se irguió en la tribuna de
oradores de la Cámara de los Comunes y anunció con fría resignación:
"Hemos llegado a la conclusión de que la única conducta posible en la
actualidad para nosotros es someter el problema de Palestina al juicio de las
Naciones Unidas..... y que recomienden una solución".
Bevin estaba, al
parecer, convencido de que las Naciones Unidas se apresuraría a devolver a Gran
Bretaña una cuestión diplomática tan enconado, dándole plena libertad para
imponer una solución favorable a lo que él creía que redundaba en beneficio de
los intereses estratégicos de Gran Bretaña.
En Palestina, antes de
que llegara la delegación de las Naciones Unidas, el comandante militar inglés
decidió dejar impotente a la Agencia Judía antes de que los representantes de
Naciones Unidas la visitaran.
Eligió dos oficiales y
cuatro soldados por sus acciones antijudías y los hizo traer a su cuartel. Les
encargo una misión cuyo riguroso secreto les exigió bajo juramento.
Los seis hombres se
disfrazaron de árabes. Un par de ellos iban por la Avenida del Rey Jorge sobre
un camión cargado con dos toneladas de dinamita, marchando en dirección al
edificio de la Sociedad Sionista de Asentamiento. El camión se paró a poca
distancia de la valla de la puerta, encarado directamente hacia la puerta
principal del edificio. El chofer vestido de árabe inmovilizó el volante, puso
una marcha, saltó del vehículo y desaparecieron. El camión cruzó la calle,
atravesó la valla y chocó contra la puerta principal. La explosión fue
espantosa. El edificio quedó en ruinas.
En el mismo momento,
otro par de hombres en otro camión, intentaba idéntica maniobra contra el
edificio de la Agencia Judía. En aquellos instantes se celebraba una reunión y
el edificio albergaba a casi todos los dirigentes de la Agencia Judía. El
camión salió disparado pero en el último momento chocó contra un bordillo y se
desvió lo suficiente para errar el objetivo e ir a volar una casa de vecinos.
En la Sociedad Sionista de Asentamiento hubo 100 muertos no así en la Agencia
Judía donde no hubo víctimas mortales.
Esta acción en vez de
dividir a los judíos, consiguió unirlos. La Haganah y los grupos terroristas
Irgún y Stern empezaron a actuar juntos.
En una sola noche, el
Haganah destrozó por completo el sistema ferroviario de Palestina. La noche
siguiente, el Irgún y Stern irrumpieron en seis embajadas y consulados de
diferentes países mediterráneos y destruyeron los archivos utilizados en la
lucha contra la Aliyah Bet. El Palmach, destrozó la conducción de petróleo de
Mosul en quince puntos.
Una madrugada, un
comando del Irgún entro en la casa de la amante del comandante militar
británico y lo asesinó.
Desaparecido de escena
el general, las actividades terroristas declinaron. La inminencia de la llegada
de la Comisión de las Naciones Unidas tendió sobre el país una calma
intranquila.
A finales de junio de
1947, la Comisión Especial de las Naciones Unidas para Palestina, conocida por
UNESCOP, llegó a Italia. Sus miembros representaban a los países siguientes:
Suecia, Holanda, Canadá, Australia, Guatemala, Uruguay, Perú, Checoslovaquia,
Yugoslavia, Irán y la India.
Las probabilidades
contra los judíos eran muchas. Irán era una nación musulmana. La India tenía
mucha población musulmana: su delegado en aquella Comisión era musulmán y
representante de la Commonwealth británica. Checoslovaquia y Yugoslavia,
miembros del bloque soviético, podían mostrar en su historia una larga
tradición antijudía. Los representantes de Sudamérica; Uruguay, Perú y
Guatemala; cabia la posibilidad de que se dejaran influenciar. Sólo a Suecia y
a Holanda se las podía considerar perfectamente imparciales.
A pesar de todo, los judíos
acogieron bien a la UNESCO. Los árabes se opusieron a la presencia de las
Naciones Unidas, declararon la huelga general en el interior de Palestina,
organizaron manifestaciones y llenaron el aire de votos y amenazas. Fuera de
Palestina, en los países árabes estallaron disturbios y sangrientos pogromos
contra los judíos que moraban allí.
La Agencia Judía mandó
a Ben Gurión y al doctor Weizmann para formar un comité asesor de la UNESCO.
Este comité acompañó a
la UNESCO en su viaje de inspección e investigación por Palestina y mostró con
orgullo sus conquistas en el aspecto de roturación de terrenos, de
rehabilitación de los sin hogar, exhibía los progresos de los kibbutz, las
fábricas y las ciudades que habían construido.... A los delegados de la UNESCO
les impresionaba profundamente el tremendo contraste que se notaba entre la comunidad
judía y la comunidad árabe. Después de las giras de inspección, empezaron las
averiguaciones formales, permitiendo que cada una de las partes expusiera su
punto de vista.
Ben Gurión, Weizmann y
los demás dirigentes de la Agencia Judía defendieron con gran tino la moralidad
y la justicia de la causa judía.
En el bando de los
árabes, en cambio, el Alto Comité Árabe, a remolque de la familia Husseini,
promovía manifestaciones de hostilidad contra las Naciones Unidas. A la
Comisión se le negó la entrada en muchas de las ciudades árabes, donde las
condiciones de trabajo en fábricas y talleres eran tan míseras y primitivas que
revolvían el estómago. Cuando empezaron las investigaciones formales, los
árabes, oficialmente, les hicieron el vacío.
La UNESCO vio con
claridad meridiana que en Palestina no cabian términos medios. Fundándose en
una justicia estricta, las Naciones Unidas tenían que recomendar la formación
de un hogar judío; pero había que tener en cuenta las amenazas de los árabes.
Los judíos habían
aceptado hacia ya mucho tiempo la teoría del convenio y la participación; no
obstante, temían que por aquel camino no fuese a crearse un "gueto"
territorial.
Terminadas las giras y
las indagaciones, la UNESCO se dispuso a partir, retirándose a Ginebra, donde
analizarían los datos reunidos, mientras una subcomisión examinaba los campos
de personas desplazadas en Europa, que todavía albergaban a un cuarto de millón
de judíos desesperados. Luego presentarían sus recomendaciones a la Asamblea
General de las Naciones Unidas.
A finales de agosto de
1947, la UNESCO anunció desde Ginebra su plan. Propugnaba la partición de
Palestina en dos entidades separadas: una para los árabes y otra para los
judíos. Y Jerusalén quedaría convertida en un territorio internacional. La
recta intención quedaba fuera de toda duda, pues aquel organismo creado por las
Naciones Unidas se pronunciaba porque se reanudase inmediatamente la
inmigración de judíos procedentes de los campos de desplazados de Europa al
ritmo de 6.000 al mes y por que los judíos pudiesen volver a comprar tierras.
Los judíos habían
solicitado que se incluyera en su territorio nacional el desierto del Negeb.
Los árabes poseían millones de kilómetros cuadrados de tierras baldías que
roturar. Los judíos pedían aquellos pocos millares con la esperanza de ponerlos
en cultivo. La comisión de las Naciones Unidas se mostró conforme.
Cansados por un siglo
de angustias y traiciones, la Agencia Judía y los sionistas de todo el mundo
anunciaron que aceptaban el compromiso. El sector que les habían adjudicado,
aun incluyendo el desierto del Negeb, era un aborto de Estado. Formaba tres
franjas de territorio unidas una con otra por estrechos pasillos, semejando
salchichas. Compuestas por el desierto del Negeb, una franja costera desde
Haifa a Tel-Aviv y parte de Galilea a derecha e izquierda de Nazaret.
Comprendía el 55% del
territorio con un 58% de población judía. Los judíos perdían su ciudad eterna:
Jerusalén. Esta, junto con los alrededores, serian zona internacional.
Aquel arreglo era una
monstruosidad, a pesar de todo, aceptaron. A los árabes les correspondían
también tres franjas de terreno, mayores de extensión, también unidas por
pasillos. Compuestas por parte del desierto del Negeb, fronteriza con Egipto y
una franja costera hacia Gaza, la parte central de Palestina y el norte de
Galilea fronteriza con el Líbano.
Comprendía el 45% del
territorio con un 99% de población árabe. Los árabes se negaron a aceptar y
dijeron que la partición significaría la guerra.
Tras escuchar durante
semanas este conflicto, el Comité Central aprobó por mayoría simple el reparto
y sometió el plan a la aprobación de la Asamblea General, que había de reunirse
en septiembre de 1947. Para la aprobación seria necesario el voto favorable de
los dos tercios de sus componentes.
Los árabes fueron a las
Naciones Unidas el otoño de 1947 seguros del triunfo. Habían conseguido que el
estado musulmán de Afganistán y el reino feudal del Yemen fuesen admitidas como
miembros de las Naciones Unidas, con lo cual el bloque de votos
árabes-musulmanes de la Asamblea General ascendía a 11.
Los árabes utilizaban
sus 11 votos para colgarlos como un cebo ante los ojos de los delegados de las
naciones más pequeñas. A cambio de que éstos votaran contra la partición, ellos
prometían el soborno de sus votos a los que aspiraban a algunos de los jugosos
empleos en las Naciones Unidas.
Por otra parte, los
árabes sacaban también partido de la guerra fría existente entre los dos
colosos: Estados Unidos y la Unión Soviética, sirviéndose hábilmente del uno
para obtener concesiones del otro. Desde el principio se vio con toda claridad
que para que el proyecto de partición prosperase, necesitaría el visto bueno de
estas dos naciones. Hasta entonces la Unión Soviética y los Estados Unidos
jamás habían apoyado ambas a la vez una misma proposición, y era poco probable
que lo hiciesen ahora.
Para que el plan de
partición saliese aprobado se necesitaba una mayoría que reuniese los dos
tercios de los votos de la Asamblea. Por lo tanto, la Agencia Judía necesitaba
22 votos sólo para neutralizar los 11 del bloque árabe. A partir de ahí, tenían
que conseguir dos votos por cada uno que lograran los árabes. Matemáticamente
hablando, estos últimos no necesitaban sino media docena más para dar al traste
con la partición. Contando con el petróleo como elemento adicional para
concertar tratos, les resultaba muy fácil conseguirlos.
El sentimiento en pro
de la partición era el predominante, pero la simpatía no bastaba para ganar la
pelea.
De pronto, los cuatro
grandes, los poderosos, abandonaron a los judíos. Francia, que había apoyado
descaradamente la inmigración ilegal, adoptó de súbito, una actitud de cautela.
El malestar cundía entre los árabes de las colonias francesas de Marruecos,
Argelia y Túnez. Si Francia votaba por la partición, su voto podía ser el
fulminante que provocase un estallido entre ellos.
A la Unión Soviética la
movían unos motivos distintos. Hacia más de dos décadas que en la Unión
Soviética el sionismo estaba fuera de la ley. Los rusos se hallaban empeñados
en un programa destinado a suprimir el judaísmo por medio de un proceso
abrasivo lento. Además la Unión Soviética arrastraba tras de si a todo el
poderoso bloque eslavo.
Pero el contratiempo
más descorazonador de todos se lo proporcionó a la Agencia Judía la actitud
adoptada por los Estados Unidos. El presidente, la prensa y el pueblo, todos
simpatizaban con la causa judía, pero la política internacional situaba a los
Estados Unidos en una posición delicada.
Apoyar la partición
equivalía a quebrar la piedra angular del occidental, rompiendo la solidaridad
angloamericana. Gran Bretaña todavía dominaba el Oriente Medio; y la política
exterior americana estaba ligada a la inglesa. Votar en pro de la partición, significaría
desairar públicamente a Gran Bretaña.
Otro factor más
importante aún pesaba sobre los Estados Unidos. Si triunfaba la partición, los
árabes amenazaban con desencadenar una guerra. Si estallaban las hostilidades,
las Naciones Unidas se verían en el caso de tener que imponer la paz por la
fuerza, y la Unión Soviética o sus satélites podrían situar soldados en el
Oriente Medio como parte integrante de una fuerza internacional. Esto les daba
un miedo terrible a los americanos y era lo que les hacia repudiar la
partición.
El golpe más severo lo
asestó, de todos modos, Gran Bretaña. Cuando llevaron el problema del Mandato a
las Naciones Unidas, los británicos pensaban que el organismo internacional no
encontraría una solución, por lo cual les rogaría a ellos que continuaran en
Palestina. Entonces fue cuando entró en funciones la UNESCO, fue allá,
investigó y tomó una decisión que equivalía a censurar la labor de gobierno de
los ingleses. Por lo demás, el mundo entero se había enterado de que el
ejército de 100.000 hombres que tenían allí no había sabido someter a los
arrojados judíos del Haganah, el Palmach, Irgún, Stern y la inmigración ilegal,
lo cual era un terrible golpe para el prestigio británico.
Gran Bretaña había de
conservar su posición dominante en el Oriente Medio, por lo cual tenia que
salvar la faz ante los árabes desechando la partición. Inglaterra sacaba
partido del miedo a la presencia de soldados rusos en el Oriente Medio
anunciando que en agosto de 1948 retiraría su guarnición. Por añadidura,
declaraba que no utilizaría las fuerzas que tenia en Palestina para imponer una
decisión de las Naciones Unidas. Desconcertando de esta modo a los Estados
Unidos. Gran Bretaña inducía a los países de la Commonwealth a que se
abstuvieran de votar y presionaba a todas las naciones pequeñas de Europa
unidas a ella en el terreno de la economía.
El resto del cuadro
aparecía igualmente negro para la Agencia Judía. Bélgica, Holanda y Luxemburgo
se doblegaban a las imposiciones de los ingleses. Otros pequeños países con los
cuales contaban los judíos empezaban a echarse atrás.
La posición de los
países asiáticos era variable. Cambiaban de parecer e inclinaban sus votos, ora
en favor de uno, ora en favor de otro, a cada minuto que pasaba. Sin embargo,
parecía que los asiáticos se pondrían de parte de los árabes como un gesto
dirigido contra las potencias occidentales, expresándoles el odio que sentían
hacia el imperialismo colonial y como prueba de que aceptaban la tesis árabe de
que los judíos eran los representantes del Occidente en una parte del mundo
donde no tenían nada que hacer.
Grecia tenía una
profunda antipatía a los árabes, pero en Egipto vivían 150.000 súbditos
griegos. Y Egipto hizo saber, con dolorosa claridad, cual seria el destino de
aquella minoría si los griegos votaban por la partición.
Etiopía no le tenía
gran cariño a Egipto, pero estaba unida geográfica y económicamente.
Las Filipinas, se
pronunciaban contra la partición.
Las naciones de la
América Central y América del Sur representaban un tercio de los 57 votos de
las Naciones Unidas. La mayoría de dichas naciones miraban el caso con completa
indiferencia, eran neutrales. La Agencia Judía quería que Jerusalén fuese la
capital del Estado judío; tenia la sensación de que sin Jerusalén, un Estado
judío seria lo mismo que un cuerpo sin corazón. Las naciones centro y
sudamericana eran predominantemente católicas. Y el Vaticano quería que
Jerusalén fuese una ciudad internacional. Si la Agencia Judía hacia presión por
conseguir Jerusalén, se exponía a perder aquel importantisimo bloque de votos.
El arma más poderosa
que poseían los judíos era la verdad. La verdad que la UNESCO había encontrado
en Palestina, o sea, que Palestina era un estado gobernado tirana,
policialmente; la verdad vista a través de la cortina de las mentiras árabes,
de la incapacidad de los árabes por salir de la Edad Media ni en el terreno
económico, ni en el político, ni en el social, la verdad aparente y clara en
las ciudades judías, nacidas de entre la arena, y en los campos judíos,
surgidos de la desolación; la verdad, implícita en los campos de desplazados,
del imperativo humano del caso judío.
Por fin, en el mes de
noviembre de 1947, empezó a producirse "El Milagro de Lake Succes".
Primero vio la luz una
declaración, expresada en términos cautísimos, de los Estados Unidos apoyando
el principio de la partición.
Luego vino una decisión
que estremeció el mundo. Después de más de dos décadas de tener al sionismo
fuera de la ley, la Unión Soviética realizó uno de sus asombrosos cambios de
frente y se declaró en pro de la partición. La noticia se dio a la publicidad
después de un conciliábulo secreto del bloque eslavo.
Detrás de su máscara de
humanitarismo, los rusos habían realizado una astuta maniobra política. En
primer lugar, desconfiaban abiertamente de los árabes. Comprendían, además, que
toda la cólera árabe no era sino un recurso verbal, y que la Unión Soviética
podía votar hoy por la partición y mañana sobornar a todos los árabes que
hiciera falta. Entretanto, la estrategia soviética se dirigía a marcar a
Inglaterra con el estigma de nación tiránica al mismo tiempo que daba un paso
que quizá le abriese a la Unión Soviética la posibilidad de poner pie en el
Oriente Medio.
Los árabes se lanzaron
a una última trinchera, pretendiendo impedir que la resolución llegase a la
Asamblea General. Pronto se vio claro que tendría lugar una votación que seria
como una piedra de toque. Para llevar el asunto a la Asamblea General, sólo se
precisaba el voto de la mayoría, pero aquel voto indicaría la fuerza de cada
uno de los bandos. La votación tuvo lugar y la resolución pasó a la Asamblea
General, pero el techo amenazaba desplomarse sobre la Agencia Judía. El
recuento arrojó 25 votos a favor, 13 en contra, 17 abstenciones y 2 ausencias.
Si en la votación última del proyecto se conservaba la misma proporción, los
judíos no lograrían los dos tercios que necesitaban. Francia, Bélgica,
Luxemburgo, Holanda y Nueva Zelanda se habían abstenido. Paraguay y las
Filipinas estuvieron ausentes.
El miércoles, 27 de
noviembre de 1947 y a medida que avanzaba el día, los judíos emplearon cada vez
más la táctica desesperada de consumir tiempo hablando a fin de que no lo
hubiera para votar. El día siguiente era el Día de Acción de Gracias americano,
y seria festivo. Con ello dispondrían de 24 horas más para ir a la caza de los
votos requeridos y convencer para su causa a los países indecisos. El derroche
oratorio continuó, pues, hasta que se aplazó la sesión.
Finalmente, pareció que
la suerte del sionismo se hallaba en manos de unas cuantas pequeñas y remotas
naciones; en particular, Liberia, Haití, Filipinas y Etiopía.
A Liberia se le
presionó para que diera su voto a favor de la partición, por mediación del
presidente de la Compañía Americano-Liberiana de Desarrollo, simpatizante de
los judíos; este a su vez habló con el presidente de la Compañía de Neumáticos
Firestone que hizo presión a su vez ante el gobierno liberiano.
Un investigador
sionista descubrió que Haití modificó su voto en contra de la partición, en un
esfuerzo por presionar sobre Estados Unidos la aprobación de un empréstito de
cinco millones de dólares que estaba siendo negociado. Los pro-sionistas
pusieron manos a la obra para persuadir al gobierno haitiano de que la mejor
manera de influir sobre los Estados Unidos era votar a favor del reparto.
Los judíos vieron su
oportunidad de cambiar la actitud de Filipinas al hacer que los magistrados del
Tribunal Supremo de los Estados Unidos, visitaran al embajador de Filipinas en
Washington, y defendieran la causa judía. El embajador telefoneó luego al
presidente de Filipinas diciéndole que las Filipinas podían comprometer la
aprobación de siete proyectos pendientes en el Congreso americano, en los
cuales tenia gran interés su país. Las Filipinas cambiaron de postura.
El viernes, 29 de
noviembre de 1947, día de la votación, el mazo golpeó la mesa y se abrió la
sesión en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El presidente de la
Asamblea manifestó: "Las naciones representadas votarán nominalmente sobre
la propuesta de partición de Palestina. Para que ésta prospere, se necesita una
mayoría de dos tercios del total de votos. Los delegados contestarán de una de
estas tres formas: a favor, en contra, o se abstiene".
El resultado final fue:
33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.
Los hombres que habían
ganado la batalla en Flushing Meadow y presenciado la realización del milagro
eran realistas. Los judíos de Tel-Aviv sólo se entregaron al alborozo en el
primer momento. Ben Gurión y los demás dirigentes de la Agencia Judía sabían
que habría de producirse un milagro mucho mayor para que el Estado Judío
consiguiera la independencia. Porque en los labios de los árabes estallaba como
un trueno el grito de:
"¡Muera Judea!
¡Muerte a los judíos!".
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