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miércoles, 18 de abril de 2018

BAJO DOMINIO BRITÁNICO (1920-1948)





Se produjo entonces un choque entre dos fuerzas:

Por un lado, el del nacionalismo árabe, partidario de la independencia inmediata: en 1919 el Partido de la Independencia Árabe, fundado al final del conflicto por la organización Al-Fatah, reunió en Damasco un Congreso Nacional Sirio, y en 1920 proclamó la independencia del país y su unidad que comprendía los territorios de Siria, Líbano y Palestina, como monarquía constitucional, con Feysal, hijo de Hussein, como rey; Irak, por su parte, se proclamó igualmente reino, con Abdullah como soberano.

Por otro lado, Gran Bretaña y Francia, en la línea de los tratados Sykes-Picot, llegaron a un acuerdo final tras las Conferencias de Londres y San Remo en 1920, para el definitivo reparto de zonas de influencia en la región y el establecimiento de los Mandatos; situación que fue recogida por el tratado de Sevres entre Turquía y los aliados en agosto de 1920, y asumida por la Sociedad de Naciones.

Estas dos fuerzas se enfrentaron entre sí, en efecto, tras la eliminación de los turcos. Feysal fue considerado por algunos sectores árabes como un libertador, logrando acomodarse a las tesis nacionalistas y hacerse proclamar rey por el Congreso sirio en marzo de 1920. El poder de Feysal implicaba la plena soberanía árabe sobre Siria, Líbano, Palestina y Transjordania, lo que era incompatible con los objetivos anglo-franceses en la región.

Así, tras la capitulación de Turquía en octubre de 1918, franceses e ingleses buscaron consolidar sus respectivas posiciones en Siria y Palestina. Confirmando las grandes líneas de los acuerdos Sykes-Picot, la Conferencia de San Remo confió a Gran Bretaña un Mandato sobre Palestina y Mesopotamia, y a Francia uno sobre Siria. El Mandato francés debía ocasionar inmediatamente la desposesión de Feysal. Tras una serie de transacciones infructuosas Feysal terminó por ceder al ultimátum del alto comisionado francés. Los franceses ocuparon Damasco en julio, y Feysal tuvo que abandonar el país; su fracaso fue sentido por los árabes como una profunda humillación. Los que habían abrigado la esperanza de acceder a la independencia por mediación de Feysal y de los ingleses se encontraron enfrentados ante la dura realidad de un poder extranjero resuelto a eliminar por la fuerza todo intento de resistencia política o militar.

Resultado de toda esta complicada situación, de las negociaciones y de los acuerdos y del predominio de los intereses aliados, fue el establecimiento del sistema de Mandatos.

El Mandato fue instituido y regulado por el artículo 22 del Tratado de Versalles en su parte I, que corresponde al Pacto de la Sociedad de Naciones, votado en febrero de 1919. Se aplicó a "las colonias y territorios que a consecuencia de la guerra hayan dejado de estar bajo soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente y que están habitados por pueblos aún no capacitados para dirigirse por si mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno"; y la naturaleza y el carácter del Mandato difiere según las características del territorio sobre el que se establezca, debiendo tenerse en cuenta "el grado de desenvolvimiento del pueblo, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y demás circunstancias análogas". La tutela de estos pueblos dependientes, y por tanto el encargo de administrar el Mandato, fue confiado "a las naciones más adelantadas que por razón de sus recursos, de su experiencia o de su posición geográfica se hallen en mejores condiciones de asumir esa responsabilidad y consientan en aceptarla. Están naciones ejercerán la tutela en calidad de mandatarios y en nombre de la Sociedad".

Tras el Tratado de Versalles, un año más tarde, en mayo de 1920, la Conferencia de San Remo legalizó los arreglos y repartos territoriales, previamente acordados entre Francia y Gran Bretaña, en detrimento de los árabes. Y por el tratado de Sevres, de agosto del mismo año, Turquía perdía los países árabes sobre los que la Sociedad de Naciones establecía los Mandatos ya acordados por los aliados.

Estos Mandatos, llamados "A" u "orientales", fueron:

-Siria quedó como Mandato francés.

-Líbano, separado de la Gran Siria, también fue Mandato francés.

-Irak, organizado como monarquía con Feysal de soberano, fue Mandato británico.

-Palestina fue desgajada de la Gran Siria y mantenida como Mandato británico, en confirmación de los compromisos de la Declaración Balfour.

-Transjordania fue a su vez separada artificialmente y organizada como Mandato británico.


Con excepción de los medios cristianos favorables a la presencia francesa en Siria y Líbano, y de los medios sionistas, que esperaban extender su presencia en Palestina, la mayoría de los árabes manifestaron su total oposición al sistema de Mandatos. Estos árabes constataron que:

-No habían sido liberados de la tutela otomana más que para ser sometidos a una nueva tutela extranjera franco-británica.

-Ninguna de las promesas hechas a los árabes había sido realmente cumplida.

-El sistema de Mandatos era de hecho sinónimo de régimen de colonialismo.

-Estaba presente la amenaza que suponía el compromiso británico con los sionistas.


Así de la nación árabe proyectada, independiente y unida se había pasado a la realidad de la configuración de diversas naciones árabes separadas y heterogéneas, cuando no recelosas entre si.

La división del mundo árabe quedaba así consumada. Los árabes consideraron esta situación como una traición a las promesas que se les habían hecho y por las cuales habían prestado su apoyo a los aliados, extendiéndose entre ellos un inmenso sentimiento de frustración y cólera que iba a evidenciarse en las encarnizadas luchas posteriores por la independencia y la unidad, y que ha marcado hasta nuestros días al nacionalismo árabe.


Encabezado por un alto comisario, nombrado por el gobierno inglés, Palestina quedó dividida en seis distritos administrativos: Acre, Galilea, Gaza, Haifa, Lydda y Samaria.

Gran Bretaña estableció el Emirato Árabe de Transjordania (hoy Jordania), en tres cuartas partes del territorio incluido en el Mandato en beneficio de Abdullah, hermano de Feisal. Prohibió a los judíos establecerse allí, dejando solamente la parte occidental del río Jordán para el desarrollo de un hogar nacional judío manteniendo una actitud ambigua, con periodos de favor y otros de obstáculo, de acuerdo con los intereses petrolíferos, que comenzaban a ser dominantes.

Así comenzó una inmigración masiva. Unas 35.000 personas llegaron entre 1919 y 1923, principalmente de Rusia; tuvieron una gran influencia sobre el carácter y organización de la comunidad en los años venideros. Esos pioneros sentaron las bases de una comprensiva infraestructura social y económica, desarrollaron la agricultura, establecieron kibbutz y moshav, y proporcionaron la fuerza laboral para la construcción de viviendas y caminos.

En este periodo se produjeron enfrentamientos periódicos entre árabes y judíos. Como el 1 de Mayo de 1921, en el que árabes armados asesinaron a 27 personas e hirieron a 150 más, en el Hogar de Inmigrantes de Jafa. Estos disturbios continuaron más días y contó con la participación de la policía árabe, la cual no fue castigada. Los árabes insistieron en la derogación de la Declaración Balfour y su violencia contra los judíos era el medio de expresar su desacuerdo con la política británica.

La siguiente oleada inmigratoria se produjo entre 1924 y 1932, de alrededor de 60.000 personas, principalmente de Polonia, contribuyó al desarrollo y enriquecimiento de la vida urbana. Esos inmigrantes se instalaron principalmente en Tel-Aviv, Haifa y Jerusalén, donde establecieron pequeños comercios, empresas de construcción y de industria liviana.

En el año 1929 llegaron los incidentes y matanzas. El pretexto para que se produjeran tales estallidos de violencia fue la situación del Muro de las Lamentaciones. Los árabes alegaron que el lugar sagrado donde durante siglos se reunieron los judíos para orar, era también un lugar sagrado para ellos; ya que desde allí había partido el caballo del profeta Mahoma, al cielo.

Así comenzó una campaña para limitar los derechos de los judíos a asistir allí. Así en agosto, después de las oraciones en la Mezquita de Omar y exaltados por sermones, la multitud armada con estacas de clavos, irrumpieron en las casas judías y en las calles de la ciudad vieja de Jerusalén y asesinaron a peatones. La policía británica poco numerosa se mostró pasiva por falta de instrucciones. Poco después los ataques se extendieron por todos los barrios de Jerusalén. En Hebrón, donde la comunidad de judíos de edad avanzada confiada en las buenas relaciones de vecindad con los árabes, se había negado a aceptar un destacamento de la Haganah (organización militar secreta creada en Tel-Aviv en 1920 por Weizmann, Ben Zvi y Ben Gurión, para defenderse de las escaramuzas árabes y para negociar con los ingleses); fue masacrada. Murieron 59 personas y el resto de la población tuvo que ser evacuada. Un asesinato en masa similar tuvo lugar en Safed algunos días más tarde. En todo el país, las comunidades judías fueron atacadas por sus vecinos árabes. Algunos poblados fueron ocupados y destruidos; otros tuvieron que ser evacuados por orden de las autoridades británicas. Por añadidura, las perspectivas de un posible botín ocuparon un lugar importantisimo en la violencia masiva que se produjo.

Los desordenes de 1929 causaron la muerte a 133 judíos, de los 150.000 que había en el país por aquella época, y, asimismo un número parecido de árabes.

Las "fuerzas" árabes eran principalmente masa fanática y grupos organizados localmente, equipados con armas cortas de fuego. Por parte judía, estaba la Haganah con algunos centenares de miembros esparcidos por todo el país, armados con pistolas, algunos fusiles y unas cuantas metralletas. Cuando llegó un batallón de tropas británicas para ayudar a la policía palestina, se consiguió reprimir los desordenes sin ninguna dificultad.

Estos enfrentamientos, acompañadas de agitación periodística, que llegaron a hacerse extremadamente violentas, no impidieron, sin embargo y a pesar de las protestas árabes e impedimentos ingleses, a que la inmigración continuara. La siguiente comenzó en 1930 y creció en 1933 a raíz de la subida de Hitler al poder. Comprendió cerca de 165.000 personas en su mayoría provenientes de Alemania. Los recién llegados, muchos de los cuales eran profesionales y académicos, constituyeron el primer influjo en gran escala de la Europa Occidental y Central. Su educación, capacidades y experiencia elevó los niveles en el comercio, mejoró el bienestar urbano y rural y amplió la vida cultural de la comunidad.

A primeros de 1936, la Agencia Judía solicitó de los ingleses varios millares de visados de entrada que necesitaban los judíos alemanes, cada día más inquietos. Bajo la violenta presión de los árabes, los ingleses les concedieron menos de mil.

También fue descubierto en el puerto de Haifa, un cargamento de armas de contrabando introducidas en el país por la Haganah, esto aumentó la desconfianza y preocupación árabe hacia los judíos y aumentó el pensamiento de que éstos pretendían hacerse con el dominio total de Palestina. Los ataques recomenzaron en abril cuando cierto número de vehículos al pasar por Nablus, fueron detenidos por árabes armados y los judíos obligados a bajarse. Dos de ellos fueron asesinados y los funerales celebrados en Tel-Aviv se convirtieron en una violenta manifestación y algunos árabes fueron apaleados. Tres días más tarde fueron asesinados 9 judíos en Jafa cuando se dirigían al trabajo. Muy pronto los conflictos se extendieron por todo el país y estalló una huelga general ordenada por el Alto Comité Árabe, formado por el Mufti Hadj Amin Husseini, (culpable de todos los disturbios anteriores), y presidido por el mismo.

Como de costumbre, el mayor número de víctimas lo proporcionaron los judíos ortodoxos, ancianos e indefensos, de las ciudades santas. A medida que los incidentes se fueron extendiendo, zonas enteras del país cayeron bajo control árabe (triángulo Nablus, Jenin, Tulkarm y la zona de Hebrón).

En cuanto el Mufti tuvo a Palestina cogida por el cuello, siguió adelante y puso en marcha la segunda fase de su plan, publicando un llamamiento redactado en términos de exaltado fanatismo y dirigido a los árabes de todas las naciones "que se uniesen a la lucha común para liberar Palestina de las garras del imperialismo británico y del sionismo".

Fuera de Palestina, la llamada del Mufti obtuvo una contestación. Un oficial del ejército iraquí llamado Fawzi El Kaukji, vio en la revuelta de Palestina la ocasión tanto tiempo esperado para ganar fortuna y poder, convirtiéndose en el brazo militar del Mufti. Llegó con un puñado de sirios, iraquíes y drusos de los países vecinos; fueron los primeros árabes no palestinos que lucharon organizadamente en Palestina. Para combatir esta fuerza, los ingleses aumentaron sus contingentes militares a tres y, más tarde, a seis brigadas, (dos divisiones). Las contadas escaramuzas que ocurrieron arrojaron un saldo de derrotas y muchas pérdidas humanas para El Kaukji, pero esto no disminuyó en nada su prestigio. El Kaukji y las cuadrillas del Mufti no tardaron en tener al país aterrorizado. La comunidad árabe estaba indefensa, los ingleses se mostraban ineptos y poco dispuestos para la lucha y los judíos sólo luchaban cuando se trataba de defenderse.

Más tarde los judíos reaccionaron y se encerraron en una concha defensiva, construyendo más de cincuenta fuertes de hormigón armado que rodeaban toda Palestina y dotándolos de una fuerza de policía. Cada uno de aquellos fuertes ofrecía albergue para un número de soldados que oscilaba desde unos pocos centenares hasta varios miles y había de dominar el sector que lo rodeaba. Los ideó un hombre llamado Sir Charles Tegart. El muro Tegart (así llamado), disminuyó las infiltraciones árabes.

En octubre de 1936, terminó la huelga general. La Comisión Real Palestina, más conocida como Comisión Peel, estaba a punto de llegar al país, y se declaró una tregua no oficial entre los rebeldes árabes y las autoridades británicas.

El Kaukji se trasladó a la ribera oriental del río Jordán, desde donde, a instancias del emir Abdullah, regresó a Irak. Desde abril a octubre de 1936 habían muerto ochenta judíos, asesinados por terroristas árabes, aparte de 396 heridos. Habían tenido lugar ataques y asaltos a propiedades judías. Se habían arrancado o incendiado arboles y cultivos. Ataques contra trenes y autobuses, contra la policía y los militares británicos y habían estallado más de mil bombas. Esto no era una larga serie de matanzas y desordenes. Aunque débilmente organizada e indiferentemente planeada y ayudada, se trataba de una rebelión general contra el gobierno británico, o, al menos, contra la política inglesa, cuyos objetivos o, más bien, víctimas eran la población judía y las autoridades británicas.

Por parte árabe, el emir Abdullah disfrutaba con un plan que iba a concederle un reino en ambos lados del río Jordán y proyectó una entrada triunfal en Nablus, capital propuesta para el futuro estado árabe. Sin embargo, los extremistas, dirigidos por el Mufti, consideraban la partición como un golpe bajo a sus aspiraciones. Insistían en que se detuviera la inmigración y la venta de terrenos, así como en el establecimiento de instituciones representativas con una mayoría árabe. Un estado judío, de espaldas al mar y abierto a una inmigración ilimitada, podría ser un buen trampolín para una más amplia expansión. Además, la posición personal del Mufti se hallaba en peligro como resultado del papel fundamental de su gran rival el emir Abdullah. A principios de septiembre de 1937, el Mufti presidió una reunión panárabe por Palestina, en Bludan, cerca de Damasco, en la cual se fijaron las normas políticas que se seguirían para la futura lucha.
Entretanto, los árabes se volvieron tan osados que ni los ingleses pudieron seguir ignorando el terror que imponían. Asesinaron a Louis Andrews, comisionado británico de distrito en Galilea, cuando este se dirigía a la iglesia. Jamás anteriormente había sido asesinado en Palestina un funcionario británico de tan elevada jerarquía. Por lo cual este hecho fue considerado como un ultrajante desafío al gobierno mandatario. Por fin los ingleses reaccionaron, disolviendo el Alto Comité Árabe y dictando orden de detención contra el Mufti y exiliando a cinco de sus miembros a las Islas Seychelles.


El Mufti huyó delante de la policía inglesa y se refugió en la Mezquita de Omar, el santuario más sagrado de los musulmanes en Palestina. Los ingleses no se atrevieron a penetrar en la mezquita por temor a promover un levantamiento "santo" en todo el mundo musulmán. Después de pasar una semana escondido, el Mufti se disfrazó de mujer y huyó a Jafa desde donde un bote le llevó al Líbano. Allí, ligeramente restringido por las disposiciones de las autoridades francesas, instigó el alzamiento.

La rebelión en su momento más importante en octubre de 1938, sus miembros llegaban a los 15.000, compuestos principalmente por campesinos y cuyos jefes eran ladrones y criminales en algunos casos y en otros fanáticos religiosos que se repartieron el país entre si. A diferencia de 1936, cuando El Kaukji había sido nombrado Comandante Supremo, no se estableció ningún mando unificado. Cada grupo se hallaba ligado de alguna manera con la comisión política con sede en Damasco y obedecían sus órdenes en la medida en que desde allí se les enviaban fondos, armas y municiones.

La Haganah había aprovechado la tregua para reforzarse y engrosar sus filas. En 1938, disponía de unos 21.000 miembros. Pudo reunificarse con el núcleo del grupo Irgún Zevai Leummi, la Organización Militar Nacional, que se había disuelto en 1931.

Los enfrentamientos no tardaron en producirse, sin embargo los asentamientos en los territorios asignados al estado judío en la Comisión Peel continuaron.

El 9 de noviembre de 1938, el gobierno británico anunció una declaración en la que se decía que la partición estaba muerta y enterrada a la vez que convocaba en Londres una conferencia en mesa redonda con la participación de árabes de Palestina y de países vecinos, así como representantes de la Agencia Judía para Palestina. Es una ironía realmente trágica que la fecha coincidiera con la "Noche de los cristales rotos", la matanza antijudía en la Alemania nazi. Unos pocos días después se negó el visado de entrada en Palestina a 10.000 niños judíos procedentes de Alemania.

Esta conferencia se celebró en febrero de 1939 y los árabes se negaron a sentarse con los representantes judíos. No hubo acuerdo alguno.

Tras el fracaso de la conferencia, el gobierno británico vio el camino libre para publicar, el 17 de mayo de 1939, el Libro Blanco McDonald que, en efecto, anulaba la Declaración Balfour. Decretaba drásticas limitaciones en las ventas de terrenos en Palestina y la restricción de la inmigración judía a 15.000 personas por año y para los siguientes 5 años, al final de cuyo periodo Palestina se convertiría en estado independiente, con su permanente mayoría árabe reflejada en las instituciones gubernamentales.

El Libro Blanco señalaba el fin de lo que pudiera llamarse sociedad de 20 años entre el Movimiento Sionista y Gran Bretaña.

La Segunda Guerra Mundial que comenzó pocos meses más tarde, y que duraría 6 violentos años en Europa, Asia y África, representó un periodo de inquieta tregua entre los judíos y árabes de Palestina.

Los árabes se mostraban políticamente pacíficos, confiando en que la política del Libro Blanco expuesta por los británicos continuaría siendo su norma durante la guerra y particularmente después de ella, cuando se llevaran a cabo más convenios a largo plazo. La Agencia Judía, por otra parte, se mostraba amargamente frustrada por el Libro Blanco, aunque su jefe David Ben Gurión había declarado: "Lucharemos contra Hitler como si no existiera el Libro Blanco, y lucharemos contra el Libro Blanco como si no existiera ninguna guerra contra Hitler".


En el interior de Alemania, la situación de los judíos era más que desesperada, las organizaciones sionistas estaban al borde del colapso, pues hasta los judíos alemanes más complacientes eran presa del pánico y no pensaban sino en salir del país.

Ben Gurión encareció a los judíos que se enrolasen en el ejército británico a fin de combatir contra el enemigo común. Unos 32.000 jóvenes judíos, hombres y mujeres de Palestina, se presentaron voluntariamente para prestar servicio en las Fuerzas Armadas británicas.

Y aunque no fue culpa suya, sino más bien decisión política de los británicos, sólo una fracción de ellos llegó a prestar servicios en unidades de combate, adquiriendo así valiosa experiencia en muchas facetas de la organización, logística y servicios de un ejército moderno.

Algunos, sobre todos los soldados pertenecientes a la Brigada Judía que por fin se creó en 1944, adquirieron cierta experiencia de combate hacia el final de la guerra, y en el norte de Italia, otros fueron pilotos de la R.A.F. o sirvieron en la "Royal Navy".

En aquella época se creó el Palmach (tropas de comando de la Haganah), con ayuda del ejército británico, para la defensa de los judíos. Algunos de sus miembros sirvieron como guías a las tropas australianas que tomaron Siria desde la Francia de Vichy, en 1942. Este fue el caso de Moshe Dayan.

El final de la guerra reveló, por primera vez, toda la extensión del Holocausto que abrumó a los judíos  de Europa; el tremendo horror que había tenido como resultado la muerte de 6.000.000 de judíos.     

La evidencia de que parte de tal Holocausto habría podido evitarse si Palestina hubiera sido asilo o puerto de abrigo; la accesión al poder en Inglaterra del Partido Laborista que, en la oposición, había declarado repetidamente su simpatía hacia las aspiraciones sionistas y su rechazo al Documento Blanco; la contribución judía y palestina al esfuerzo de la guerra; todo ello proporcionaba, sin duda, buenas esperanzas de que el Documento Blanco se suprimiría y de que los míseros restos del Holocausto podrían viajar a Palestina. Dichas esperanzas muy pronto quedarían frustradas. Con Ernest Bevin en el Foreign Office, como Ministro de Asuntos Exteriores, el gobierno británico prosiguió la política del Documento Blanco.

Por otra parte, dado que muchas comunidades judías europeas habían sido suprimidas, por el sencillo proceso de eliminación, los judíos y otras personalidades de los Estados Unidos se habían convertido de pronto en los dirigentes del movimiento sionista mundial.

Con el auge de los americanos, los ingleses propusieron que se realizase una investigación conjunta angloamericana acerca de la situación en Palestina. El comité conjunto procedió a otro examen exhaustivo de los árabes y judíos. Sus componentes visitaron los campos de deportados de Europa. Y llegaron a la única conclusión humana posible: "Hay que dar entrada inmediata en Palestina a 100.000 judíos". Los ingleses se echaron atrás.

La Agencia Judía no vio más salida que luchar amargamente contra esta política y por supuesto contra el propio gobierno británico. La inmigración ilegal clandestina, creación de nuevas colonias, saqueos y ataques por parte del Haganah y del Palmach contra objetivos británicos (siempre que fuera posible evitando la pérdida de vidas humanas).

Finalmente, el ministro británico de Exteriores Bevin, estalló en una soflama antijudía y proclamó que la inmigración legal quedaba interrumpida definitivamente. La respuesta se la dieron los grupos clandestinos "Irgún" y "Stern".

Los británicos tenían el cuartel general en el ala derecha del hotel Rey David de Jerusalén. Este hotel estaba en la ciudad nueva; su parte posterior y sus jardines miraban a la muralla de la ciudad vieja. Una docena de "irgunistas", vestidos de árabes, introdujeron varias docenas de enormes bidones de leche en los sótanos del hotel y los colocaron debajo del ala derecha, debajo del cuartel general inglés. Aquellos bidones estaban llenos de dinamita. Los "irgunistas" colocaron los aparatos de relojería, despejaron el sector y telefonearon a los ingleses advirtiéndoles que abandonasen el edificio. Los ingleses se burlaron de tal posibilidad. ¡No se atreverían a atacar el cuartel general británico!.

A los pocos minutos se produjo una explosión que se oyó por todo lo ancho de Palestina. El ala derecha del hotel Rey David, simplemente desapareció.

En el Instituto de Relaciones Internacionales de Londres, sabían que el Mandato de Palestina se encontraba en un atolladero. Era preciso formular una política de nuevo cuño. Durante 37 años se habían celebrado un centenar de conferencias con los sionistas y con los árabes y creían firmemente que los intereses británicos exigían una política favorable a los árabes. De vez en cuando habían logrado encubrir los chantajes y amenazas de estos. Pero ahora era imposible; los árabes habían perdido la cabeza por completo. Las conferencias que tenían lugar durante aquellos días en Londres iban a terminar en un fracaso.

 Releyeron los informes sobre la creciente ola de terrorismo que sacudía Tierra Santa desde un extremo a otro:

"Resulta evidente que desde su exilio de El Cairo, el Mufti dirige el Alto Comité Árabe de Palestina. El no haber querido procesar al Mufti como criminal de guerra por su apoyo a Hitler, por temor a los disturbios de carácter religioso, se ha convertido en una fuente de sinsabores. La actitud de los árabes ha llegado a extremos injustificables. Se niegan a sentarse a la misma mesa que los judíos, a menos que se acepten de antemano las condiciones previas que quieren imponer".

"Una y otra vez hemos requerido a la Agencia Judía y a la comunidad judía para que ayudasen a las autoridades británicas en la tarea de aplastar a la cuadrilla de bandidos que actúan bajo el nombre de "Irgún" y "Stern". Mientras que la Agencia Judía proclama que no tienen autoridad ninguna sobre esos elementos y condena públicamente sus acciones, se sabe que un gran sector del pueblo judío aprueba en secreto sus delictivas hazañas. En este aspecto, no hemos conseguido ni la menor cooperación. Las actividades de los terroristas han llegado a tal punto, que estimamos necesario evacuar de Palestina todo el personal británico cuya presencia no sea absolutamente necesaria y las familias de dicho personal".

"Además de los destructores ataques de los facinerosos contra la refinería de Haifa, a consecuencia de los cuales quedó interrumpida la producción por espacio de dos semanas, y la incursión en el aeródromo de Lydda, en la que destruyeron una escuadrilla de aviones de caza, ha habido diez emboscadas de mayor consideración en las carreteras y quince asaltos contra instalaciones inglesas. Cada vez recogemos más pruebas de que en el Haganah y en su brazo ejecutivo, el Palmach, cunde la desazón y hasta es posible que hayan participado en algunos ataques más recientes".

"En los meses pasados hemos desencadenado operaciones a fin de tener a los judíos bajo una presión constante. Estas operaciones tenían por objeto principal proporcionar una cortina de humo continuada enmascarando los riesgos y los acordonamientos en busca de armas y de inmigrantes ilegales, así como los contraataques lanzados en aquellos lugares donde se habían producido asaltos contra nuestras fuerzas. El éxito no ha sido excesivo a causa de la organización perfecta existente entre los judíos y la cooperación incondicional de todos y cada uno de ellos en la Agencia Judía. Tiestos de flores, archivos, estufas, refrigeradores, falsas patas de mesa y otro millar de cosas les sirven para esconder armas, haciendo así imposible el despojarles de ellas. Por lo demás, las mujeres y los niños se prestan gustosos a trasladarlas de una parte a otra. Nuestros esfuerzos por conseguir informadores entre los mismos judíos han fracasado estrepitosamente. En cambio los judíos no sólo compran informadores árabes, sino que reciben avisos e informaciones de elementos del mando británico que simpatizan con ellos. Los judíos fabrican armas de características improvisadas y los fusiles "Sten", las minas terrestres y las granadas salen de sus manos cada día más perfectos e ingeniosos".
En todos aquellos años, durante todos los disturbios organizados por el Mufti, jamás habían tenido que enfrentarse con una cuadrilla de guerrilleros del temple de los del "Irgún" y "Stern". Los terroristas judíos luchaban con una convicción aterradora. Además los barquichuelos que hacían aguas, verdaderas chozas flotantes de la Aliyah Bet (Inmigración Ilegal), llegaban a Palestina burlando el bloqueo   inglés y cargados de inmigrantes. Casos famosos fueron los de los barcos "Puerta de Esperanza", "Puertas de Sión", "Moisés", "Tierra Prometida", "Estrella de David" y sobre todo el del "Éxodo".

Aunque muchos conseguían desembarcar en las costas de Palestina, otros eran detenidos y sus ocupantes trasladados a campos de detención en la isla de Chipre o devueltos a sus lugares de origen, los campos de deportados europeos.

El gobierno británico consultó con el comandante militar de Palestina para encontrar una solución definitiva. Este propuso unas medidas radicales:

1- Suspensión de todos los tribunales civiles, quedando el comandante militar facultado para imponer multas, castigos y sentencias de cárcel.

2- Disolver la Agencia Judía, la Sociedad Sionista de Asentamiento y todas las demás organizaciones judías.

3- Suspensión de los periódicos judíos.

4- Rápida y callada eliminación de unos sesenta dirigentes principales de la Agencia Judía. De la puesta en práctica de esta fase, podrían encargarse nuestros confederados árabes.

5- Utilizar sin restricciones la Legión Árabe.

6- Encarcelar a varios dirigentes secundarios de la Agencia Judía.

7- Conceder al comandante militar el derecho de destruir todo kibbutz, moshav o poblado donde se encuentren armas y deportar a todos los inmigrantes ilegales.

8- Imponer multas colectivas a la población judía por cada acción terrorista como presión para que se produzca la cooperación para la captura de los terroristas y ofrecer recompensas por ello.

9- Ejecutar inmediatamente a todo terrorista en el mismo sitio de su captura.

10- Organizar un boicot contra los negocios judíos y cortar las exportaciones e importaciones.

11- Destruir el Haganah y el Palmach mediante ataques a los kibbutz que se sepa alberguen a sus miembros.


Afortunadamente para los judíos este plan fue inmediatamente rechazado por el gobierno inglés por ser una locura propia de Hitler.

Así el 18 de febrero de 1947, cuando el ministro de Exteriores Ernest Bevin se irguió en la tribuna de oradores de la Cámara de los Comunes y anunció con fría resignación: "Hemos llegado a la conclusión de que la única conducta posible en la actualidad para nosotros es someter el problema de Palestina al juicio de las Naciones Unidas..... y que recomienden una solución".

Bevin estaba, al parecer, convencido de que las Naciones Unidas se apresuraría a devolver a Gran Bretaña una cuestión diplomática tan enconado, dándole plena libertad para imponer una solución favorable a lo que él creía que redundaba en beneficio de los intereses estratégicos de Gran Bretaña.

En Palestina, antes de que llegara la delegación de las Naciones Unidas, el comandante militar inglés decidió dejar impotente a la Agencia Judía antes de que los representantes de Naciones Unidas la visitaran.

Eligió dos oficiales y cuatro soldados por sus acciones antijudías y los hizo traer a su cuartel. Les encargo una misión cuyo riguroso secreto les exigió bajo juramento.

Los seis hombres se disfrazaron de árabes. Un par de ellos iban por la Avenida del Rey Jorge sobre un camión cargado con dos toneladas de dinamita, marchando en dirección al edificio de la Sociedad Sionista de Asentamiento. El camión se paró a poca distancia de la valla de la puerta, encarado directamente hacia la puerta principal del edificio. El chofer vestido de árabe inmovilizó el volante, puso una marcha, saltó del vehículo y desaparecieron. El camión cruzó la calle, atravesó la valla y chocó contra la puerta principal. La explosión fue espantosa. El edificio quedó en ruinas.

En el mismo momento, otro par de hombres en otro camión, intentaba idéntica maniobra contra el edificio de la Agencia Judía. En aquellos instantes se celebraba una reunión y el edificio albergaba a casi todos los dirigentes de la Agencia Judía. El camión salió disparado pero en el último momento chocó contra un bordillo y se desvió lo suficiente para errar el objetivo e ir a volar una casa de vecinos. En la Sociedad Sionista de Asentamiento hubo 100 muertos no así en la Agencia Judía donde no hubo víctimas mortales.

Esta acción en vez de dividir a los judíos, consiguió unirlos. La Haganah y los grupos terroristas Irgún y Stern empezaron a actuar juntos.

En una sola noche, el Haganah destrozó por completo el sistema ferroviario de Palestina. La noche siguiente, el Irgún y Stern irrumpieron en seis embajadas y consulados de diferentes países mediterráneos y destruyeron los archivos utilizados en la lucha contra la Aliyah Bet. El Palmach, destrozó la conducción de petróleo de Mosul en quince puntos.

Una madrugada, un comando del Irgún entro en la casa de la amante del comandante militar británico y lo asesinó.

Desaparecido de escena el general, las actividades terroristas declinaron. La inminencia de la llegada de la Comisión de las Naciones Unidas tendió sobre el país una calma intranquila.

A finales de junio de 1947, la Comisión Especial de las Naciones Unidas para Palestina, conocida por UNESCOP, llegó a Italia. Sus miembros representaban a los países siguientes: Suecia, Holanda, Canadá, Australia, Guatemala, Uruguay, Perú, Checoslovaquia, Yugoslavia, Irán y la India.

Las probabilidades contra los judíos eran muchas. Irán era una nación musulmana. La India tenía mucha población musulmana: su delegado en aquella Comisión era musulmán y representante de la Commonwealth británica. Checoslovaquia y Yugoslavia, miembros del bloque soviético, podían mostrar en su historia una larga tradición antijudía. Los representantes de Sudamérica; Uruguay, Perú y Guatemala; cabia la posibilidad de que se dejaran influenciar. Sólo a Suecia y a Holanda se las podía considerar perfectamente imparciales.

A pesar de todo, los judíos acogieron bien a la UNESCO. Los árabes se opusieron a la presencia de las Naciones Unidas, declararon la huelga general en el interior de Palestina, organizaron manifestaciones y llenaron el aire de votos y amenazas. Fuera de Palestina, en los países árabes estallaron disturbios y sangrientos pogromos contra los judíos que moraban allí.

La Agencia Judía mandó a Ben Gurión y al doctor Weizmann para formar un comité asesor de la UNESCO.

Este comité acompañó a la UNESCO en su viaje de inspección e investigación por Palestina y mostró con orgullo sus conquistas en el aspecto de roturación de terrenos, de rehabilitación de los sin hogar, exhibía los progresos de los kibbutz, las fábricas y las ciudades que habían construido.... A los delegados de la UNESCO les impresionaba profundamente el tremendo contraste que se notaba entre la comunidad judía y la comunidad árabe. Después de las giras de inspección, empezaron las averiguaciones formales, permitiendo que cada una de las partes expusiera su punto de vista.

Ben Gurión, Weizmann y los demás dirigentes de la Agencia Judía defendieron con gran tino la moralidad y la justicia de la causa judía.

En el bando de los árabes, en cambio, el Alto Comité Árabe, a remolque de la familia Husseini, promovía manifestaciones de hostilidad contra las Naciones Unidas. A la Comisión se le negó la entrada en muchas de las ciudades árabes, donde las condiciones de trabajo en fábricas y talleres eran tan míseras y primitivas que revolvían el estómago. Cuando empezaron las investigaciones formales, los árabes, oficialmente, les hicieron el vacío.

La UNESCO vio con claridad meridiana que en Palestina no cabian términos medios. Fundándose en una justicia estricta, las Naciones Unidas tenían que recomendar la formación de un hogar judío; pero había que tener en cuenta las amenazas de los árabes.

Los judíos habían aceptado hacia ya mucho tiempo la teoría del convenio y la participación; no obstante, temían que por aquel camino no fuese a crearse un "gueto" territorial.

Terminadas las giras y las indagaciones, la UNESCO se dispuso a partir, retirándose a Ginebra, donde analizarían los datos reunidos, mientras una subcomisión examinaba los campos de personas desplazadas en Europa, que todavía albergaban a un cuarto de millón de judíos desesperados. Luego presentarían sus recomendaciones a la Asamblea General de las Naciones Unidas.

A finales de agosto de 1947, la UNESCO anunció desde Ginebra su plan. Propugnaba la partición de Palestina en dos entidades separadas: una para los árabes y otra para los judíos. Y Jerusalén quedaría convertida en un territorio internacional. La recta intención quedaba fuera de toda duda, pues aquel organismo creado por las Naciones Unidas se pronunciaba porque se reanudase inmediatamente la inmigración de judíos procedentes de los campos de desplazados de Europa al ritmo de 6.000 al mes y por que los judíos pudiesen volver a comprar tierras.

Los judíos habían solicitado que se incluyera en su territorio nacional el desierto del Negeb. Los árabes poseían millones de kilómetros cuadrados de tierras baldías que roturar. Los judíos pedían aquellos pocos millares con la esperanza de ponerlos en cultivo. La comisión de las Naciones Unidas se mostró conforme.

Cansados por un siglo de angustias y traiciones, la Agencia Judía y los sionistas de todo el mundo anunciaron que aceptaban el compromiso. El sector que les habían adjudicado, aun incluyendo el desierto del Negeb, era un aborto de Estado. Formaba tres franjas de territorio unidas una con otra por estrechos pasillos, semejando salchichas. Compuestas por el desierto del Negeb, una franja costera desde Haifa a Tel-Aviv y parte de Galilea a derecha e izquierda de Nazaret.

Comprendía el 55% del territorio con un 58% de población judía. Los judíos perdían su ciudad eterna: Jerusalén. Esta, junto con los alrededores, serian zona internacional.




Aquel arreglo era una monstruosidad, a pesar de todo, aceptaron. A los árabes les correspondían también tres franjas de terreno, mayores de extensión, también unidas por pasillos. Compuestas por parte del desierto del Negeb, fronteriza con Egipto y una franja costera hacia Gaza, la parte central de Palestina y el norte de Galilea fronteriza con el Líbano.

Comprendía el 45% del territorio con un 99% de población árabe. Los árabes se negaron a aceptar y dijeron que la partición significaría la guerra.


Tras escuchar durante semanas este conflicto, el Comité Central aprobó por mayoría simple el reparto y sometió el plan a la aprobación de la Asamblea General, que había de reunirse en septiembre de 1947. Para la aprobación seria necesario el voto favorable de los dos tercios de sus componentes.

Los árabes fueron a las Naciones Unidas el otoño de 1947 seguros del triunfo. Habían conseguido que el estado musulmán de Afganistán y el reino feudal del Yemen fuesen admitidas como miembros de las Naciones Unidas, con lo cual el bloque de votos árabes-musulmanes de la Asamblea General ascendía a 11.

Los árabes utilizaban sus 11 votos para colgarlos como un cebo ante los ojos de los delegados de las naciones más pequeñas. A cambio de que éstos votaran contra la partición, ellos prometían el soborno de sus votos a los que aspiraban a algunos de los jugosos empleos en las Naciones Unidas.

Por otra parte, los árabes sacaban también partido de la guerra fría existente entre los dos colosos: Estados Unidos y la Unión Soviética, sirviéndose hábilmente del uno para obtener concesiones del otro. Desde el principio se vio con toda claridad que para que el proyecto de partición prosperase, necesitaría el visto bueno de estas dos naciones. Hasta entonces la Unión Soviética y los Estados Unidos jamás habían apoyado ambas a la vez una misma proposición, y era poco probable que lo hiciesen ahora.

Para que el plan de partición saliese aprobado se necesitaba una mayoría que reuniese los dos tercios de los votos de la Asamblea. Por lo tanto, la Agencia Judía necesitaba 22 votos sólo para neutralizar los 11 del bloque árabe. A partir de ahí, tenían que conseguir dos votos por cada uno que lograran los árabes. Matemáticamente hablando, estos últimos no necesitaban sino media docena más para dar al traste con la partición. Contando con el petróleo como elemento adicional para concertar tratos, les resultaba muy fácil conseguirlos.
El sentimiento en pro de la partición era el predominante, pero la simpatía no bastaba para ganar la pelea.
De pronto, los cuatro grandes, los poderosos, abandonaron a los judíos. Francia, que había apoyado descaradamente la inmigración ilegal, adoptó de súbito, una actitud de cautela. El malestar cundía entre los árabes de las colonias francesas de Marruecos, Argelia y Túnez. Si Francia votaba por la partición, su voto podía ser el fulminante que provocase un estallido entre ellos.

A la Unión Soviética la movían unos motivos distintos. Hacia más de dos décadas que en la Unión Soviética el sionismo estaba fuera de la ley. Los rusos se hallaban empeñados en un programa destinado a suprimir el judaísmo por medio de un proceso abrasivo lento. Además la Unión Soviética arrastraba tras de si a todo el poderoso bloque eslavo.

Pero el contratiempo más descorazonador de todos se lo proporcionó a la Agencia Judía la actitud adoptada por los Estados Unidos. El presidente, la prensa y el pueblo, todos simpatizaban con la causa judía, pero la política internacional situaba a los Estados Unidos en una posición delicada.

Apoyar la partición equivalía a quebrar la piedra angular del occidental, rompiendo la solidaridad angloamericana. Gran Bretaña todavía dominaba el Oriente Medio; y la política exterior americana estaba ligada a la inglesa. Votar en pro de la partición, significaría desairar públicamente a Gran Bretaña.

Otro factor más importante aún pesaba sobre los Estados Unidos. Si triunfaba la partición, los árabes amenazaban con desencadenar una guerra. Si estallaban las hostilidades, las Naciones Unidas se verían en el caso de tener que imponer la paz por la fuerza, y la Unión Soviética o sus satélites podrían situar soldados en el Oriente Medio como parte integrante de una fuerza internacional. Esto les daba un miedo terrible a los americanos y era lo que les hacia repudiar la partición.

El golpe más severo lo asestó, de todos modos, Gran Bretaña. Cuando llevaron el problema del Mandato a las Naciones Unidas, los británicos pensaban que el organismo internacional no encontraría una solución, por lo cual les rogaría a ellos que continuaran en Palestina. Entonces fue cuando entró en funciones la UNESCO, fue allá, investigó y tomó una decisión que equivalía a censurar la labor de gobierno de los ingleses. Por lo demás, el mundo entero se había enterado de que el ejército de 100.000 hombres que tenían allí no había sabido someter a los arrojados judíos del Haganah, el Palmach, Irgún, Stern y la inmigración ilegal, lo cual era un terrible golpe para el prestigio británico.

Gran Bretaña había de conservar su posición dominante en el Oriente Medio, por lo cual tenia que salvar la faz ante los árabes desechando la partición. Inglaterra sacaba partido del miedo a la presencia de soldados rusos en el Oriente Medio anunciando que en agosto de 1948 retiraría su guarnición. Por añadidura, declaraba que no utilizaría las fuerzas que tenia en Palestina para imponer una decisión de las Naciones Unidas. Desconcertando de esta modo a los Estados Unidos. Gran Bretaña inducía a los países de la Commonwealth a que se abstuvieran de votar y presionaba a todas las naciones pequeñas de Europa unidas a ella en el terreno de la economía.

El resto del cuadro aparecía igualmente negro para la Agencia Judía. Bélgica, Holanda y Luxemburgo se doblegaban a las imposiciones de los ingleses. Otros pequeños países con los cuales contaban los judíos empezaban a echarse atrás.

La posición de los países asiáticos era variable. Cambiaban de parecer e inclinaban sus votos, ora en favor de uno, ora en favor de otro, a cada minuto que pasaba. Sin embargo, parecía que los asiáticos se pondrían de parte de los árabes como un gesto dirigido contra las potencias occidentales, expresándoles el odio que sentían hacia el imperialismo colonial y como prueba de que aceptaban la tesis árabe de que los judíos eran los representantes del Occidente en una parte del mundo donde no tenían nada que hacer.

Grecia tenía una profunda antipatía a los árabes, pero en Egipto vivían 150.000 súbditos griegos. Y Egipto hizo saber, con dolorosa claridad, cual seria el destino de aquella minoría si los griegos votaban por la partición.

Etiopía no le tenía gran cariño a Egipto, pero estaba unida geográfica y económicamente.

Las Filipinas, se pronunciaban contra la partición.

Las naciones de la América Central y América del Sur representaban un tercio de los 57 votos de las Naciones Unidas. La mayoría de dichas naciones miraban el caso con completa indiferencia, eran neutrales. La Agencia Judía quería que Jerusalén fuese la capital del Estado judío; tenia la sensación de que sin Jerusalén, un Estado judío seria lo mismo que un cuerpo sin corazón. Las naciones centro y sudamericana eran predominantemente católicas. Y el Vaticano quería que Jerusalén fuese una ciudad internacional. Si la Agencia Judía hacia presión por conseguir Jerusalén, se exponía a perder aquel importantisimo bloque de votos.

El arma más poderosa que poseían los judíos era la verdad. La verdad que la UNESCO había encontrado en Palestina, o sea, que Palestina era un estado gobernado tirana, policialmente; la verdad vista a través de la cortina de las mentiras árabes, de la incapacidad de los árabes por salir de la Edad Media ni en el terreno económico, ni en el político, ni en el social, la verdad aparente y clara en las ciudades judías, nacidas de entre la arena, y en los campos judíos, surgidos de la desolación; la verdad, implícita en los campos de desplazados, del imperativo humano del caso judío.

Por fin, en el mes de noviembre de 1947, empezó a producirse "El Milagro de Lake Succes".

Primero vio la luz una declaración, expresada en términos cautísimos, de los Estados Unidos apoyando el principio de la partición.

Luego vino una decisión que estremeció el mundo. Después de más de dos décadas de tener al sionismo fuera de la ley, la Unión Soviética realizó uno de sus asombrosos cambios de frente y se declaró en pro de la partición. La noticia se dio a la publicidad después de un conciliábulo secreto del bloque eslavo.

Detrás de su máscara de humanitarismo, los rusos habían realizado una astuta maniobra política. En primer lugar, desconfiaban abiertamente de los árabes. Comprendían, además, que toda la cólera árabe no era sino un recurso verbal, y que la Unión Soviética podía votar hoy por la partición y mañana sobornar a todos los árabes que hiciera falta. Entretanto, la estrategia soviética se dirigía a marcar a Inglaterra con el estigma de nación tiránica al mismo tiempo que daba un paso que quizá le abriese a la Unión Soviética la posibilidad de poner pie en el Oriente Medio.

Los árabes se lanzaron a una última trinchera, pretendiendo impedir que la resolución llegase a la Asamblea General. Pronto se vio claro que tendría lugar una votación que seria como una piedra de toque. Para llevar el asunto a la Asamblea General, sólo se precisaba el voto de la mayoría, pero aquel voto indicaría la fuerza de cada uno de los bandos. La votación tuvo lugar y la resolución pasó a la Asamblea General, pero el techo amenazaba desplomarse sobre la Agencia Judía. El recuento arrojó 25 votos a favor, 13 en contra, 17 abstenciones y 2 ausencias. Si en la votación última del proyecto se conservaba la misma proporción, los judíos no lograrían los dos tercios que necesitaban. Francia, Bélgica, Luxemburgo, Holanda y Nueva Zelanda se habían abstenido. Paraguay y las Filipinas estuvieron ausentes.
El miércoles, 27 de noviembre de 1947 y a medida que avanzaba el día, los judíos emplearon cada vez más la táctica desesperada de consumir tiempo hablando a fin de que no lo hubiera para votar. El día siguiente era el Día de Acción de Gracias americano, y seria festivo. Con ello dispondrían de 24 horas más para ir a la caza de los votos requeridos y convencer para su causa a los países indecisos. El derroche oratorio continuó, pues, hasta que se aplazó la sesión.
Finalmente, pareció que la suerte del sionismo se hallaba en manos de unas cuantas pequeñas y remotas naciones; en particular, Liberia, Haití, Filipinas y Etiopía.

A Liberia se le presionó para que diera su voto a favor de la partición, por mediación del presidente de la Compañía Americano-Liberiana de Desarrollo, simpatizante de los judíos; este a su vez habló con el presidente de la Compañía de Neumáticos Firestone que hizo presión a su vez ante el gobierno liberiano.

Un investigador sionista descubrió que Haití modificó su voto en contra de la partición, en un esfuerzo por presionar sobre Estados Unidos la aprobación de un empréstito de cinco millones de dólares que estaba siendo negociado. Los pro-sionistas pusieron manos a la obra para persuadir al gobierno haitiano de que la mejor manera de influir sobre los Estados Unidos era votar a favor del reparto.

Los judíos vieron su oportunidad de cambiar la actitud de Filipinas al hacer que los magistrados del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, visitaran al embajador de Filipinas en Washington, y defendieran la causa judía. El embajador telefoneó luego al presidente de Filipinas diciéndole que las Filipinas podían comprometer la aprobación de siete proyectos pendientes en el Congreso americano, en los cuales tenia gran interés su país. Las Filipinas cambiaron de postura.

El viernes, 29 de noviembre de 1947, día de la votación, el mazo golpeó la mesa y se abrió la sesión en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El presidente de la Asamblea manifestó: "Las naciones representadas votarán nominalmente sobre la propuesta de partición de Palestina. Para que ésta prospere, se necesita una mayoría de dos tercios del total de votos. Los delegados contestarán de una de estas tres formas: a favor, en contra, o se abstiene".

El resultado final fue: 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.

Los hombres que habían ganado la batalla en Flushing Meadow y presenciado la realización del milagro eran realistas. Los judíos de Tel-Aviv sólo se entregaron al alborozo en el primer momento. Ben Gurión y los demás dirigentes de la Agencia Judía sabían que habría de producirse un milagro mucho mayor para que el Estado Judío consiguiera la independencia. Porque en los labios de los árabes estallaba como un trueno el grito de:

"¡Muera Judea! ¡Muerte a los judíos!".

 

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