El nombre del segundo río es Gihon. Apenas ha salido del
Paraíso cuando se desvanece en las profundidades del mar… desde donde emerge de
nuevo, viajando a través de los senderos secretos de la tierra, en las montañas
de Etiopía.
Moses bar Cepha, citado por John L. Lowes, en The Road to
Xanadu
De las hembras que habían escapado con él de Éfrafa, a
Pelucón Vilthuril siempre le había parecido la más extraña y enigmática, la más
difícil de entender. Y no porque fuera poco sociable ni reservada. Al
contrario, se llevaba muy bien con todos en la madriguera, y siempre se
apuntaba a una buena charla sobre el tiempo, la hierba y los caballos que
galopaban por la colina; sobre cosas que no pudieran dar lugar a un desacuerdo
y sobre las que nadie pudiera expresar una opinión discordante. Era una buena
madre y amaba con delirio a su compañero, Quinto. De hecho, Quinto y ella
habían descubierto su afinidad antes incluso de volver de Éfrafa; y, durante la
noche del ataque de Vulneraria que, como recordaréis, Quinto pasó inconsciente,
tendido en el suelo del Panal, en medio de los efrafanos, para derrotar a
Verbena sin dar un solo golpe al despertar, Vilthuril casi había enloquecido
por la ansiedad de no saber lo que le había pasado.
Todos percibían en sus tratos con Vilthuril una cierta
reserva, y eran conscientes de que Quinto y ella pasaban buena parte del tiempo
en su mundo interior, el mundo de la mística. Nadie se ofendía por ello, pues
instintivamente reconocían la validez de ese modo de ser y, como decía
Campanilla, mientras Quinto pudiera salir el tiempo suficiente para derrotar a
tipos como Verbena, no habría problema.
No se trataba tampoco de que Vilthuril no pudiera hablar en
serio ni buscar el respeto y la atención de los demás. Pero, dado que eso no
sucedía muy a menudo, cuando lo hacía, los otros conejos callaban para no
desperdiciar la oportunidad de ver a la verdadera Vilthuril. Y raramente se
arrepentían.
Una tarde, cuando el Panal estaba atestado, para sorpresa de
todos, Vilthuril le preguntó a Avellano:
-¿Te ha hablado Hyzenthlay alguna vez del río secreto de
Éfrafa?
-¡¿El qué?! -replicó Avellano, perdiendo por una vez la
compostura.
-El río secreto de Éfrafa -repitió, en el mismo tono locuaz
y tranquilo.
-No, por cierto -y entonces, en un intento por disimular su
perplejidad, preguntó-: Pelucón, ¿has oído hablar alguna vez del río secreto de
Éfrafa? Después de todo, tú estuviste allí.
-No, que me caiga en una trampa si he oído hablar de eso. Y
no creo que hubiera tal cosa.
-Pues lo había -dijo Vilthuril-, pero sólo tres conejas
conocíamos su existencia.
-Hyzenthlay -preguntó Avellano-, ¿sabías tú algo de eso?
-Oh, claro. Thethuthinnang y yo conocíamos el río muy bien.
Lo llamábamos el río secreto. Continúa, Vilthuril, háblales del río. Ella
estaba más cerca. Fue ella la que lo descubrió, y quien mejor lo entendía. Se
trataba, sobre todo, de estar… en sintonía.
Hubo una pausa, como si Vilthuril quisiera ordenar sus
pensamientos antes de empezar.
Al cabo dijo:
-Es imposible que un conejo que nunca ha estado en Éfrafa
comprenda realmente lo que significaba vivir allí. En las conejeras, en el
tiempo que quedaba entre los dos silflay que cada marca tenía al día, era como
si no estuvieras vivo, no al menos en el sentido en el que todos lo entendemos.
Bajo tierra podíamos ir adonde quisiéramos, pero no tenía mucho sentido ir a
otras conejeras, porque todas estaban igual de atestadas y resultaba
físicamente imposible moverse. Tampoco nos prohibían hablar, pero no era algo
que hiciéramos con frecuencia. Siempre tuve la sensación de que lo que los
oficiales querían era que no hiciéramos absolutamente nada, que entre los
silflay nos quedáramos quietos, no habláramos ni pensáramos, a menos que nos
llamaran para el apareamiento, y eso era muy poco agradable. Es difícil que un
conejo que no ha estado nunca allí lo comprenda.
»Bien. Un día, o tal vez fuera una noche, no lo sé, estaba
dormitando en una de las conejeras de la marca, en el extremo más alejado del
corredor. Y de pronto empecé a experimentar algo muy extraño. Era como si una
corriente estuviera atravesando la pared. Pero no era una corriente de aire o
de agua. No estaba fría, ni estaba caliente. Atravesaba la pared y fluía a
través de la conejera, sin inundarla.
»Me moví un poco y me encontré en medio de esa corriente… de
lo que fuera, y la sentí en mi cara. No había ninguna duda. Estaba allí de
verdad, lenta y constante. Y no parecía que ninguno de los otros la hubiera
percibido.
»Permanecí mucho rato allí, tendida, entregada por entero a
ese flujo, dejando que me tomara, por decirlo de alguna manera. Y al final
comprendí que lo que llegaba a través de la pared era una corriente de
conocimiento, un conocimiento que no era mío ni tenía nada que ver conmigo. No
era producto de mi imaginación. Era algo que venía de fuera de Éfrafa y que yo
podía percibir. No podías beberlo ni olerlo, ni tampoco sentirlo en la piel,
como el frío o el calor. Pero podías entrar y salir, y así lo hice varias
veces, para asegurarme.
»Estaba tratando de expresar algo, a mí o a cualquier conejo
que pudiera percibirlo. Permanecí en medio de la corriente y traté de quitar de
mi mente cualquier otro pensamiento. Entonces, una idea empezó a surgir con
claridad: dos conejas adultas estaban solas, muy lejos de Éfrafa. Cuando hube
entendido aquello, la corriente amplió mi saber. Las dos hembras habían dejado
su madriguera para fundar otra nueva en la que las hembras predominarían y
llevarían el mando.
»Es imposible que aquella idea se hubiera originado en mi
cabeza. No tenía una imagen visual. Simplemente, supe de la existencia de las
dos hembras y de lo que querían hacer. No podía verlas en mi mente, pero sabía
sus nombres, Flyairth y Prake, y sabía que estaban allí fuera, en algún lugar,
y que eran tan fuertes y seguras que habían convencido a otros machos y hembras
para que fueran con ellas. Pero ¿adónde? Lo único que pude averiguar era que
estaban en un lugar arenoso, en una ligera pendiente.
»Supongo que pasé mucho tiempo sumergida en la corriente
porque, cuando salí, estaba exhausta. Dormí profundamente hasta el siguiente
silflay, que fue a primera hora de la tarde. Quería hablar con alguien de lo
que había encontrado… o quizá sería más apropiado decir de lo que me había
encontrado a mí. Pero en Éfrafa siempre era peligroso hablar. Cualquiera podía
ser un espía del Consejo o explicar a otros lo que le habías contado, hasta que
al final todo el mundo se enteraba.
»Decidí explicárselo a Hyzenthlay, pues sabía que había
caído en desgracia ante el Consejo después de solicitar permiso para dejar
Éfrafa. Hablé con ella aquella tarde, durante el silflay, y me dijo que me
acompañaría para ver si también ella podía sentir la corriente como yo.
»Vino conmigo, y sintió la corriente, aunque me pareció que
no con tanta intensidad como yo. De todos modos, pronto empezamos a
preguntarnos si habría otros conejos que pudieran descubrirlo por sí solos.
Teníamos miedo de lo que pasaría si los oficiales se enteraban. No habíamos
hecho nada malo, pero eso no bastaba para estar tranquilo en Éfrafa. Teníamos
miedo de que nos mataran, porque seguramente el Consejo querría evitar que los
demás lo descubrieran. O dirían que nos lo habíamos inventado. Y Hyzenthlay ya
estaba bajo sospecha. Así es que no se lo dijimos a nadie.
»El conocimiento que me invadió aquella primera noche en el
río secreto me hizo saber que Flyairth y Prake habían persuadido a varios
conejos y conejas para que dejaran su madriguera y fueran con ellas a un lugar
arenoso donde pensaban fundar una madriguera nueva. Nada más. Pero la segunda
noche, sin que yo le dijera nada, Hyzenthlay se enteró de lo mismo. Así es que
tuvimos la certeza de que era verdad.
»La tarde siguiente, Hyzenthlay y yo fuimos de las últimas
en bajar después de silflay, y encontramos a Thethuthinnang en mi sitio
habitual, en el extremo más apartado de la conejera. Sabíamos que podíamos
confiarle nuestro secreto, pero esperamos para ver si era capaz de descubrirlo
por sí misma. En seguida notamos que estaba experimentando algo extraño y
misterioso, pero no hablamos con ella hasta el día siguiente. Entonces, durante
el silflay, le dijimos lo que nosotras habíamos descubierto. Ella también lo
había sentido, pero con menos intensidad, y no comprendió que era un flujo de
saber hasta que se lo dijimos.
»Después de aquello, hacíamos lo posible por introducirnos
en el río secreto al menos una vez al día. Normalmente, ellas no lo percibían
con tanta claridad como yo, pero cuando lo comentábamos más tarde entre las
tres, lo comprendían todo.
»Con el tiempo, llegamos a conocer bien a Flyairth y a
Prake. Pero ignorábamos si tenía algún significado especial que sólo nosotras
recibiéramos aquel conocimiento, y tampoco sabíamos si llegaba a algún otro
sitio aparte de Éfrafa. A otros conejos. Porque no podíamos responder nada. Nos
limitábamos a recibir lo que el río secreto nos ofrecía y a comentarlo entre
nosotras.
»Las tres nos enteramos de que Flyairth y Prake habían
establecido su madriguera como querían. La llamaron Thinial. Y los machos
parecían aceptar sin problemas el mando de las hembras. Los machos a los que no
les gustó no intentaron cambiar las cosas, se marcharon. Y la pequeña Owsla de
hembras era muy apreciada. Desde luego eran conejas listas como pocas, y no se
dedicaban a intimidar a los demás.
»Al parecer, varias de ellas tuvieron crías. Elegían un
macho que les gustaba y se apareaban con él. Cuando llegaba la hora de parir,
dejaban la Owsla durante el tiempo que quisieran para criar a sus hijos y
enseñarles a cuidar de sí mismos. Y cuando ya no las necesitaban, se reincorporaban
a su puesto.
»Flyairth tuvo dos camadas y, por lo que pudimos saber,
salieron muy sanas.
»Durante mucho tiempo no supimos nada más. De modo que
supusimos que Thinial prosperaba y seguía su camino, y que no había nada más
que debiéramos saber, que el río de conocimiento había desaparecido de forma
natural. Y no puedo decir que lo sintiera. Aquel asunto me inquietaba. No
dejaba de pensar que el general nos descubriría. Y sin embargo, cada noche
seguía tendiéndome en el río. Me fascinaba. No podía apartarme de él.
»Entonces, una noche, me vi envuelta en una especie de
confusión de la que no salió nada. Yo por lo menos no pude entender nada. Y las
otras estaban tan perdidas como yo.
»Lo único que teníamos claro era la idea de la ceguera
blanca. Ninguna de las tres había visto morir a un conejo de la ceguera, pero
sabíamos lo que saben todos los conejos: que un conejo enfermo va dando tumbos
al descubierto, sin ver nada, y puede acabar perfectamente en el fondo de un
río; y sabíamos cómo se transmite la enfermedad, que puede acabar con una
madriguera entera, y que un conejo infectado tarda mucho tiempo en morir.
»Aquella noche, las tres recibimos la idea de la ceguera
blanca. Sólo eso. La idea estaba allí, como una piedra o un árbol. No tuvimos
miedo de que hubiera venido a infectarnos, pero la sola idea de la ceguera,
dominándolo todo en el río secreto con aquella turbulencia incomprensible, daba
bastante miedo.
»Dos noches después, el conocimiento se amplió. Flyairth,
cuando andaba sola por las inmediaciones de Thinial, se había encontrado con un
conejo solitario, un hlessi, que iba dando tumbos y se estaba muriendo de la
ceguera blanca. Estaba horrorizada y se mantuvo lejos, pero vio que el conejo
se acercaba a Thinial. Luego, según parece, se marchó en otra dirección.
»Eso fue lo único que el río nos trajo aquella noche.
»Después, durante varias noches, el río sólo nos habló de la
creciente obsesión de Flyairth por la ceguera. No dejaba de pensar que, si
conseguía entrar de alguna forma en Thinial, la destruiría.
»Fue Hyzenthlay la que supo que Flyairth estaba dispuesta a
hacer lo que fuera para mantener la ceguera lejos de Thinial. Le aterrorizaba
pensar que un conejo infectado pudiera entrar en la madriguera. Porque, como
supongo que todos sabréis, los conejos infectados pueden aparearse y suelen
hacerlo.
»Flyairth habló de sus temores con su Owsla, y estuvieron de
acuerdo en hacer lo posible para que no entrara ningún conejo infectado.
Durante el día se negaba la entrada a cualquier extraño, tanto si daba señales
de tener la enfermedad como si no. Pero de noche era más complicado, porque era
fácil entrar sin ser visto. De modo que los machos accedieron a formar turnos
de vigilancia. Cuatro conejos cada noche.
»Durante muchos días no supimos nada más. Después, nos
enteramos de que un conejo infectado había entrado una noche y se había
apareado con una hembra y la había dejado preñada. Uno de los machos que estaba
de guardia admitió que había luchado con el extraño, pero éste lo había
derribado y entró en la madriguera. Naturalmente, no dijo nada, con la
esperanza de que no hubiera pasado nada. Milmown, la hembra preñada, no tenía
un compañero estable e informó ante la Owsla que el extraño se había apareado
con ella y después siguió su camino.
»Si Milmown no hubiera desarrollado la enfermedad, nada
habría pasado. Pero cuando los síntomas empezaron a ser evidentes, Flyairth y
Prake fueron implacables. Había muchos que la compadecían, y aun así, la
condujeron fuera de Thinial y le dijeron que no volviera.
»Pero ella no se fue. Se quedó muy cerca de la madriguera, y
suplicaba a unos y a otros que la dejaran volver. Por alguna razón, la
enfermedad no siguió su curso normal. Milmown escarbó un agujero en la arena y
tuvo su camada, cuatro conejos ciegos, sordos y sin piel. Cuando fueron lo
bastante mayores para defenderse solos, la enfermedad siguió su curso y Milmown
murió.
»Durante muchos días, las tres estuvimos recibiendo la misma
idea. Los cuatro conejos de la camada de Milmown sobrevivían como podían, al raso,
cerca de Thinial y, aunque no parecían tener la ceguera, la coneja jefe se
negaba a ayudarlos o a darles cobijo. Nadie decía que se equivocara, pero pocos
hubieran podido mostrarse tan inflexibles.
»Creo que en Thinial muchos pensaban que los jóvenes conejos
caerían pronto víctimas de los Mil. Pero no apareció ningún elil, y a través
del río supimos que seguían vivos.
»Entonces empezamos a recibir cosas nuevas. Pero era todo
tan confuso y fragmentario que no conseguíamos sacar nada en claro, hasta que Thethuthinnang
dijo que tenía algo que ver con conejos que empezaban a oponerse a Flyairth.
Cuando comprendimos eso, las noticias llegaron con más claridad. La raíz de
todo aquello estaba en que Milmown había sido muy apreciada en la madriguera y
tenía buenos amigos, incluyendo dos o tres de la Owsla. Sus amigos no habían
podido hacer nada cuando la expulsaron, porque tenía la ceguera y sabían que
tenía que morir. Pero sus cuatro crías estaban vivas, y no parecían haber
contraído la enfermedad, así es que los antiguos amigos de Milmown empezaron a
decir que Flyairth y Prake se estaban excediendo, que dejar que aquellas crías
murieran fuera de la madriguera era una crueldad innecesaria. Flyairth no quiso
reconsiderar su posición. Para ella, la seguridad y el bienestar de Thinial
eran lo más importante.
»Sin embargo, cada vez había más conejos que se apartaban de
ella. Veían día tras día a los jóvenes conejos que habían abandonado, y no
había nada que hiciera pensar que tuvieran la enfermedad. Algunos empezaron a
acercarse a las crías de Milmown para darles su apoyo. Era muy difícil para la
Owsla poner fin a este tipo de cosas.
»Una noche calurosa de verano, cuando la conejera estaba
hasta los topes y resultaba difícil respirar, el río me hizo saber que, en Thinial,
algunos conejos se habían reunido y habían llevado a las crías de Milmown a la
madriguera y, desafiando a la Owsla, les habían dado una conejera. Cuando
Flyairth fue personalmente a ordenarles que se marcharan, se encontró con
varios conejos que le plantaron cara y dijeron que no podía expulsarlos. Entre
ellos se contaban algunos de los veteranos que habían fundado la madriguera con
ella. Flyairth era una hembra robusta y corpulenta y peleó con dos o tres, pero
no podía enfrentarse con todos.
»Durante muchos días, el río no nos trajo nada más. Sólo
sabíamos que Flyairth estaba cada vez más furiosa, y que iba entre sus conejos
intentando imponer su autoridad. Nosotras tres pensábamos que hubiera sido
mejor que dejara que el asunto se enfriara, pero estaba tan obsesionada con la
ceguera que no podía ser objetiva. Mientras hubiera la más mínima posibilidad
de que la ceguera volviera a entrar en Thinial, haría lo que fuera. Y día tras
día, sentíamos con fuerza su furia y su determinación.
»A veces me pasaba la mitad de la noche tumbada contra el
muro de la conejera, sintiendo cómo la furia de Flyairth fluía por todo mi
cuerpo. No entendía cómo era posible que los demás no la sintieran. Era una
sensación fuerte y poderosa.
»La posición de Flyairth como conejo jefe se vio
considerablemente debilitada por la cuestión de las crías de Milmown, porque se
negaba a ceder.
»Por esa época tuvo su tercera camada y se vio forzada a
dejar su cargo temporalmente para cuidarla. Y eso la limitó aún más.
»En Thinial, algunos consideraban que, si seguía negándose a
reconsiderar su posición, debía renunciar a su cargo.
»Y en este punto perdimos la posibilidad de saber más sobre
Thinial y sobre Flyairth y su desesperación. Pero no tuvo nada que ver con el
río secreto. Fue porque Pelucón llegó a Éfrafa y le hicieron oficial de la
marca de la Pata Trasera Derecha, nuestra marca. Pelucón, ¿cuándo le hablaste
por primera vez a Hyzenthlay de escapar?
-La noche del día que me incorporé a la marca -replicó
Pelucón-, en mi conejera. ¿Te acuerdas, Hyzenthlay? El plan era que tú
eligieras a las hembras que tenían que escapar, y no les dijeras nada hasta el
día que decidiéramos huir. Cuanto menos tiempo tuvieran para pensar, mejor.
-Pero no pudimos escapar aquella noche porque Vulneraria te
entretuvo.
-Y tuvimos que dejarlo para la noche siguiente, la noche de
la tormenta; la noche que arrestaron a Nelthilta.
-Entonces, ¿cuántas noches pasaste en Éfrafa? -preguntó
Vilthuril.
-Tres.
-Recuerdo -terció Hyzenthlay- que me aterrorizaba la idea de
que todas aquellas hembras conocieran el plan antes de la fuga. Temía que nos
descubrieran. Y tenía razón. Si hubieran detenido a Nelthilta un poco antes,
las cosas hubieran sido muy diferentes.
-Sí, la última noche que pasé en Éfrafa -dijo Vilthuril-,
todas conocíamos el plan. Y fue la última noche que entré en el río secreto. Yo
sola.
-Yo no tuve ánimos. A Thethuthinnang y a mí nos preocupaba
terriblemente que pudieran descubrir el plan.
-Aquella noche no descubrí nada más -dijo Vilthuril-. Nada,
aparte de lo que ya sabía sobre la creciente oposición a Flyairth. Me pregunto
cómo habrá acabado todo aquello.
-Lo que a mí me resulta más extraño -dijo Hyzenthlay- es que
no tenemos ni idea de dónde están Thinial y todos esos conejos. Lo mismo
podrían estar a muchos días de distancia de nosotros que aquí al lado.
-Es la historia más extraña que he oído jamás -dijo
Avellano.
No era la idea del río secreto lo que les pareció tan
increíble a Avellano y los otros. Cuando se trataba de fenómenos de este tipo,
ninguno pensaba en términos de verosimilitud o inverosimilitud. Para ellos el
concepto de inexplicable no significaba nada, no lo necesitaban. Había tantas
cosas inexplicables a su alrededor -las fases de la luna, por ejemplo-, que las
aceptaban como parte de sus vidas. Es cierto que el «río» era algo ajeno a su
experiencia, pero lo mismo podía decirse de muchas otras cosas. Lo que les
parecía extraordinario era el hecho de que Vilthuril hubiera recibido aquella
información sobre conejos que estaban tan lejos y a los que nunca había visto.
Por la manera en que lo había contado, no fueron los conejos que protagonizaron
aquella historia quienes les comunicaron aquellas cosas. Sencillamente, había
llegado hasta ella, y con tanta certeza como si hubiera estado en Thinial. Y si
no hubiera llegado a través de un río subterráneo -que sin duda debía de haber
muchos por el mundo-, lo hubiera hecho por otros medios. ¿Por qué? Bueno,
dijeron algunos, ese conocimiento seguramente iba a la deriva de un lado a
otro, y era pura casualidad que conejos como Vilthuril y Quinto lo encontraran.
Y eso sí que era extraño. No tanto, dijeron otros. Todos sabían que Vilthuril y
Quinto tenían una sensibilidad poco común.
No hubo un consenso general, y dejaron que fuera Zarzamora
el que sacara una conclusión que todos pudieran aceptar sin mayores problemas.
«Creo que aún no hemos oído la última palabra.»
FIN
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