1
Luco lo traía en la mano y lo agitaba muy
excitado, mientras gritaba algo, al principio ininteligible, que por fin se
pudo descifrar:
-¡Habla conmigo! ¡Me ha dicho su nombre!
¡Es mi amiga! ¡Me va a enseñar muchos juegos!
En el valle empezaba a cuajar la sombra y
su hijo Luco, corriendo tan alborozado mientras decía tales cosas y zarandeaba
aquel objeto que resplandecía al sol poniente, suscitó el desconcierto de Mael.
El suceso era del todo inusitado en las rutinas de la vuelta de la escuela, y a
lo lejos había percibido la presencia de otros niños que también corrían y
gritaban en actitud similar a la de Luco, rompiendo la imagen habitual del
grupo que habitualmente regresaba a casa con lentitud y tardaba en
desperdigarse.
Cuando el niño estuvo a su lado y le
mostró el objeto, Mael sintió un temor repentino. Aunque desconocía de qué se
trataba, gravitaban sobre él tres generaciones emitiendo severas advertencias
que hablaban de pequeñas cosas como aquella, los pavorosos Móviles. El objeto
era rectangular, muy fino, tornasolado.
Se lo quitó al niño y lo mantuvo en su
mano mientras lo observaba con atención. De repente el objeto emitió un fuerte
reflejo y Mael oyó una voz de tono levemente metálico que lo interpelaba,
clara, cercana, como si alguien estuviese hablando a su lado:
-¿Eres Mael, el padre de Luco?
Mael quedó en silencio, sin saber cómo
enfrentarse a aquello.
-¿Eres Mael, el padre de Luco? -repitió
el objeto.
-Sí -repuso Mael al fin, sintiendo que su
temor se convertía en pánico.
-Soy Lid -dijo la voz-. Convoca a los
demás y llevadme con vosotros. Todos los niños me tienen.
El fulgor se extinguió de repente,
dejando en el pequeño objeto solo las suaves reverberaciones multicolores que
hacía brillar el sol declinante.
-¿Quién es Lid? -preguntó Luco, alargando
la mano para recuperar el objeto que hablaba.
Mael retuvo el fino paralelepípedo.
-¡Es mío! -protestó el niño.
-Es una cosa muy peligrosa -repuso Mael,
categórico-. Vete a casa. Le dices a mamá que la espero en la Casa de Todos.
Meriendas y te pones a hacer las tareas. Más tarde hablaremos.
Con aire disgustado, Luco se quedó
mirando a su padre, que se alejaba de él con apresuramiento.
2
En la Casa de Todos estaba Rune, el
maestro, con otros vecinos, y en sus rostros se mostraba la misma preocupación
que había ensombrecido el ánimo de Mael. Hicieron sonar por los altavoces la
señal de la urgente convocatoria y esperaron a los demás padres y madres, que
fueron llegando con rapidez y aire de alarma entre la tarde cada vez más
deshilachada, llevando con ellos objetos similares al que Mael le había quitado
a Luco.
Cuando estuvieron reunidos en la sala del
concejo, el maestro relató lo sucedido: al final del recreo, un pequeño aparato
había descendido del cielo, se había posado en el patio, y de él salió una
especie de robot -pese a las trazas humanoides, conservaba sus características
mecánicas- que llamó a los niños.
-¿Cómo que los llamó? -preguntó Peco, el
regidor.
-«¡Chicos y chicas, venid, os traigo un regalo!»
-repuso Rune, el maestro.
-¿Y tú no hiciste nada?
El maestro se lo quedó mirando con
fastidio:
-¿Qué podía hacer yo?
Explicó que todo se había producido en
dos o tres minutos, con una rapidez sorprendente. La chavalería, que había
interrumpido sus juegos cuando sus miembros vieron aparecer la nave -una
especie de pequeño cilindro volador- echó a correr hacia el robot, que también
velozmente les había entregado aquellos objetos, uno a cada uno.
-«¡No olvidéis que Lid es vuestra
amiga!», gritó antes de entrar en el aparato y ascender por el aire con la
misma celeridad que a su llegada. Fue visto y no visto.
De hecho, nadie en el valle había
advertido la presencia de la nave. Tras el informe de Rune, los concurrentes se
quedaron en silencio durante un rato.
-¿Son todos iguales? -preguntó el
regidor.
La gente puso sobre la mesa aquellos
curiosos paralelepípedos.
-¡Móviles! ¡Parecen móviles! -exclamó el
regidor con gesto aterrorizado.
En aquel momento, los objetos comenzaron
a vibrar suavemente y sobre el conjunto de ellos se perfiló la figura brumosa,
rojiza, de lo que parecía una pirámide, que enseguida habló con la voz metálica
y segura que Mael había oído antes:
-Salud, Reacios, gente de Última Comarca.
En efecto, son lo que en los tiempos antiguos llamasteis móviles. Ahora llevan
mi nombre: Lid.
3
Móviles. A mediados del siglo 21, el
bisabuelo de Peco, Bruno Ibáñez, el Fundador de los Reacios, trabajaba como
ingeniero electrónico especializado en semiconductores en la industria de ese
instrumento portátil de comunicación. En la biblioteca de la Casa de Todos se
conservaba, como el tesoro más importante de la memoria de Última Comarca, el
testimonio escrito por él mismo, así como grabado en imágenes sonoras, de lo
que había sido la historia de su Revelación.
En ese testimonio, Bruno Ibáñez contaba
su vida, su inclinación desde niño por el mundo de la electrónica, su
entusiasmo hacia aquel aparato, al que habían empezado denominando teléfono
móvil o celular, que no solamente servía para comunicarse mediante la voz y la
escritura -a través de mensajes escuetos-
sino también para jugar, calcular, poner
el despertador, grabar y reproducir imágenes, grabar y escuchar música, y más
adelante entrar en la red cibernética, tener correo electrónico, comprar,
pagar, leer los códigos de barras…
«Cuando acabé mi carrera y comencé a
trabajar, yo encontraba mucho más atractivo y encanto en mi mundo de silicio,
germanio, azufre y los otros minerales que fueron utilizándose como
semiconductores que en cualquier espectáculo musical o deportivo. Participaba
con pasión en el desarrollo del instrumento que había fascinado mi adolescencia
y que iba consiguiendo con rapidez nuevas funciones: televisión digital,
sistema de posicionamiento, localización de personas, rayo láser para calentar
alimentos…
»El aparato era ya capaz de identificar
la voz de su propietario e incluso entender lo que quería solo a través de
gestos y guiños silenciosos y particulares.
Tras cierto período de entrenamiento, era
también capaz de mantener conversaciones con él basadas en la información de la
red o del propio usuario que se convertían en personales, íntimas.
»A ese papel de confidente fuimos
incorporándole otros: empezamos a dotarlo de cierta energía susceptible de
ayudar a su dueño a repeler una agresión, por ejemplo, e incluso a apoyarlo
físicamente, para sostenerlo en ciertas caídas, y a ayudarlo a mantenerse
respirando en caso de naufragio, por la posibilidad de que, en esa emergencia,
separase en el agua el hidrógeno del oxígeno.
»Las posibilidades del móvil, que iba
cambiando de nombre conforme los sucesivos modelos se enriquecían con nuevas
funciones, parecían infinitas. La humanidad había descubierto el instrumento
tecnológico más asombroso de su historia, el que los iba a llevar por el más seguro
camino de progreso».
El Fundador de los Reacios declaraba que
la Revelación no se había producido de manera instantánea, sino tras un proceso
de reflexión.
«Cierta vez que tuve que viajar a China
en uno de aquellos aviones de mil pasajeros que se habían impuesto como
transporte más seguro y que ya están siendo sustituidos por otros con el doble
de capacidad, descubrí que todos, absolutamente todos los pasajeros, hablaban o
se entretenían con su móvil.
Y que otro tanto hacían los auxiliares de
vuelo humanos, cuando no estaban trabajando.
»Aquella actitud general absorta,
ensimismada, despertó en mí un orgullo repentino, consciente de que yo formaba
parte de la estructura que fabricaba aquellos extraordinarios instrumentos,
pero cuando el tiempo fue pasando y advertí que mis compañeros de viaje no
modificaban su disposición, empecé a mirarlos de otra forma, como si fuesen los
fervorosos adoradores de alguna divinidad sumidos en sus oraciones.
»El viaje era largo incluso en aquel
enorme avión, y los pasajeros continuaban absortos en la comunicación privada
con sus móviles. Me dormí y tuve un sueño extraño: una figura gigantesca, de
forma imprecisa, que identifiqué como Dios, recorría un avión similar al que a
mí me estaba transportando y los pasajeros, atónitos, le entregaban con gestos
pausados de ofrenda unas masas también borrosas, opacas, que Dios devoraba como
un alimento, pues emitía un inconfundible sonido de deglución.
»Al despertar pude comprobar que todos
mis compañeros de viaje seguían embebidos en su relación con los móviles, y mi
inicial orgullo se fue desvaneciendo, porque de repente el pasmo de aquella
multitud me pareció más el resultado de algún estupefaciente que de una
actividad racionalmente controlada».
4
Tal había sido el principio de la
Revelación. A partir de entonces, el Fundador de los Reacios había empezado a
analizar cómo se relacionaba la gente con los móviles, procurando abandonar los
prejuicios que hasta entonces le había hecho considerarlos tan beneficiosos.
Todavía no tenía hijos, pero sus
sobrinos, unos niños entonces, le sirvieron para descubrir que estaban
entregados a aquella continua comunicación formada por infinitos y vacuos
mensajes, y que eran víctimas de frecuente angustia cuando por alguna razón su
mensaje no era inmediatamente respondido por muchos otros, dentro del
efervescente y caótico mundo de comunicación que aquella incesante actividad
fomentaba.
También descubrió que ciertos mitos que,
gracias a la influencia de sus padres y abuelos, habían alimentado su propia
imaginación infantil y que él había leído en libros, o en tebeos, en su
infancia y adolescencia todavía existentes, aunque raros, y visto en unidades
audiovisuales -El Viaje de la Búsqueda del Tesoro, El Caballero y su Ayudante
en la Guerra Interplanetaria, El Rescate del Amor Perdido, El Regreso a casa
entre Todas las Amenazas, El Acecho Invisible de los Monstruos, El Náufrago
Creador en la Isla Solitaria…- habían sido sustituidos por juegos muy
excitantes, pero en los que se repetían inveteradamente parecidas fórmulas,
solo fragmentos de la historia completa, sin que en cada uno de ellos se
cumpliesen nunca todos los matices necesarios para redondearla de verdad.
La entusiasmada entrega de Bruno Ibáñez
al mundo de los semiconductores le había ocultado algunos aspectos de la
realidad y de repente se preguntaba si los móviles, producto de la imaginación
humana, genial invención cargada cada vez de más funciones útiles, podían,
contradictoriamente, estar separando al ser humano de la imaginación.
«Reflexioné durante mucho tiempo sobre
esta cuestión: ¿no sería el caso de que la imaginación, plasmada en tantos
mitos y arquetipos, que había sido el patrimonio fundamental de la humanidad,
eso que se llamaba “pensamiento simbólico”, debía ser superada mediante la adquisición
de otras formas de conocimiento y desarrollo mental?
»Mas después de darle muchas vueltas al
interrogante, llegué a la conclusión de que sin imaginación no habría nuevos
hallazgos sustantivos en ningún campo, empezando por el de los semiconductores,
que a mí tanto me interesaba. Y que para alimentar la imaginación, la
elaboración y el mantenimiento de ficciones a partir de aquellos mitos y
arquetipos que habían regocijado mi infancia al margen del móvil y el ordenador
y que habían despertado en mí tantos estímulos -porque acaso mi atracción por
los semiconductores tenía algo del espíritu del Náufrago Creador o de la
Búsqueda del Tesoro- eran imprescindibles, no tenían posible sustituto.
»El tema de la imaginación cada vez más
depauperada ya se había suscitado como debate, aunque en ámbitos colectivos muy
reducidos, y había quien denunciaba como gravísimo el progresivo
empobrecimiento del lenguaje y los indicios de su descomposición, aunque
también había quien defendía los escuetos mensajes, asegurando que los jóvenes
escribían mucho más que nunca y que incluso se estaban acuñando estilos
inéditos, que se basaban precisamente en la escasez del vocabulario. Y era
evidente que gracias al acceso a la red cibernética desde aquellos minúsculos
receptores, la gente tenía una posibilidad de enriquecer sus conocimientos de
una manera muy fácil, inédita en la historia humana, aunque lo cierto era que
la inmensa mayoría no la aprovechaba, conformándose con utilizar sin pausa las
funciones más elementales o lúdicas del móvil.
»También los defensores del nuevo aparato
de comunicación -que imperó pronto sobre el clásico ordenador- defendían su
calidad de inmediato foro de libertad de expresión: allí se vertían sin
restricción alguna todas las opiniones, allí se enfrentaban, pero lo cierto es
que la ebullición de los debates era pasajera, efímera, se desvanecía en su
propio estallido, y tanta libertad no se materializaba en acuerdos colectivos
capaces de mejorar unos sistemas sociales cada vez más dominados por políticos
que, tras la mera formalidad de unas elecciones, actuaban en gran medida sin
sujetarse a otra norma que su
libérrima voluntad.
»Al margen de lo que otros denunciaban
como contaminación electromagnética, yo advertía que la mayoría de mis
conciudadanos estaban entrando en una continua estupefacción comunitaria, muy
lucrativa para los grupos económicos que controlaban los recursos del planeta y
para la irresponsabilidad de los gobernantes, pero que no auguraba nada bueno
ni para la sociedad ni para la especie.
»Además, la adicción de los niños a los
juegos que aquellos aparatos proponían, el tenerlos entretenidos durante tantas
horas sin hacer ejercicio físico, estaba propiciando entre la infancia una
obesidad cada vez más extendida».
5
En
aquel proceso de reflexión, el Padre de los Reacios acabó preguntándose a quién
podía beneficiar el proceso, más allá de una élite a la que pertenecían los
políticos y las empresas nacionales y multinacionales que llevaban tantos años
sacándole al negocio una rentabilidad notable en la Historia, y llegó a una
conclusión que, al principio, le hizo pensar que se estaba volviendo loco; una
conclusión que solo tras muchas objeciones, vacilaciones y dudas se atrevió a
racionalizar: la incesante actividad de los móviles generaba infinidad de
flujos electrónicos de muy distinto signo, una potente y continua forma de
energía ajustada a procesos desarrollados con exactitud, y tal energía acaso
estaba engendrando algún tipo de conciencia.
Era una idea absurda, tal vez patológica,
pero recordó su sueño del avión, aquella gigantesca forma divina a la que los
pasajeros alimentaban, y sintió mucho miedo porque su soledad de indefenso
soñador era el reflejo exacto de la soledad de la propia especie humana, inerme
ante una fuerza que ella misma había generado y que cada día se iba alimentando
con mayor voracidad de su multiplicada e inagotable dependencia.
Así, de su entusiasta dedicación a los
semiconductores, Bruno Ibáñez había pasado a una ferviente repugnancia por todo
lo que estaba al servicio de los móviles. Abandonó la empresa en la que
trabajaba y transformó su vida en la de una especie de iluminado que predicaba
sin cansancio su terrible intuición:
el uso masivo y cada vez más exagerado de
aquellos aparatos era un peligro para el Homo sapiens.
Para empezar, su conversión en apóstol
extravagante le costó su matrimonio, pues su mujer entendió que su actitud
estaba cargada de caprichosa demencia y lo abandonó, como hicieron muchos
amigos, considerando también lo que él denominaba su Revelación como una
chifladura, tal vez fruto del estrés.
Bruno Ibáñez había replanteado su vida,
se unió a su secretaria Lisi -que siempre lo había admirado como a un ser
superior- y ambos se dedicaron a recorrer el mundo buscando prosélitos para su
causa: en unos años, el grupo de seguidores entusiastas, incondicionales, llegó
a doce, entre mujeres y hombres, y Bruno les propuso comprar un valle en las
montañas del norte ibérico -las megalópolis habían concentrado la población de
tal forma que ya apenas existían pequeños núcleos urbanos, las antiguas aldeas
estaban del todo abandonadas y en ruinas, y adquirir un territorio en tales
parajes resultaba baratísimo-
para constituir allí una comunidad,
autodenominada de los Reacios, que sobreviviría al margen de todo por medio de
la agricultura y la ganadería.
Así había nacido Última Comarca, un
territorio agrícola y ganadero entre las enormes montañas calizas del noroeste.
Renunciaron a los móviles y a los motores de explosión, pero como en el grupo
había expertos en muchas materias -gente que, como Bruno, se había decepcionado
del rumbo que llevaban las cosas- fabricaron sistemas para generar energía
eléctrica aprovechando el viento, las corrientes acuáticas y el sol, y
consiguieron reunir una riquísima biblioteca de libros y tebeos que serviría de
base para la formación de sus descendientes, comprometiéndose a que cada nueva
generación mantuviese similar número de habitantes que la anterior y los mismos
principios. Para tener prevista cualquier contingencia especialmente urgente,
conservaron abierta una cuenta bancaria en la ciudad más cercana, de la que sin
embargo los separaban muchos kilómetros, que nunca llegaron a utilizar.
De tal modo habían transcurrido casi cien
años para la comunidad de los Reacios, olvidada del mundo, sin que ningún
suceso extraño la turbase. Los vástagos eran educados en la riqueza de las
ficciones y de las sabidurías clásicas, y la vida se desarrollaba con placidez
y la modesta comodidad de tener asegurada la subsistencia, aunque con fuertes
restricciones en algunos aspectos, como el de los recursos sanitarios, que
acabaron asumiendo como parte de su personalidad colectiva.
Hasta aquel día. Móviles. La comunidad de
Última Comarca no podía enfrentarse a nada más repugnante, según su tradición.
6
-¿Se puede saber por qué te has dirigido
a nuestros hijos sin nuestro permiso? -preguntó Peco, con acritud-. ¿No sabes
que los móviles son abominables para nosotros?
-Tranquilo, Reacio -repuso la voz que
emitía la figura borrosa-. Fuisteis vosotros mismos los que hicisteis que os
conociese.
-¿Nosotros mismos?
-Hace poco tiempo detecté señales
telefónicas en este punto. Así fue como os descubrí.
Ciertamente, no hacía muchos meses que
los Reacios, tras largo debate, habían acordado instalar una línea telefónica
clásica para la mejor comunicación entre los habitantes de Última Comarca,
aprovechando antiguos hilos conductores y otros instrumentos abandonados en
perdidos almacenes. Quienes como Mael se habían opuesto radicalmente al
proyecto miraron con reproche a sus vecinos.
-Abomináis de eso que llamáis móviles,
pero el teléfono que utilizáis fue su directo antecedente.
-Eso es asunto nuestro -replicó Peco,
abrupto-. No has respondido a mi pregunta: ¿por qué te has dirigido a nuestros
hijos sin pedirnos permiso? ¿Por qué los has desasosegado regalándoles estos
cacharros?
-Debéis saber que yo no necesito permiso
de nadie para tomar mis decisiones. Gracias al teléfono no solo os descubrí,
sino que pude analizar vuestros comportamientos y los de vuestros hijos. Y os
aseguro que estoy muy interesada en vosotros. Sois muy peculiares.
-¿Qué tenemos de raro? ¿El que rechacemos
los móviles? ¿El que vivamos en comunidad de la misma forma que hicieron
nuestros antepasados?
-No, pues en el mundo hay bastantes
grupos como el vuestro, separados voluntariamente de la civilización, aunque
sin tanto rechazo hacia lo que llamáis los móviles. Es otra cosa lo que os
singulariza.
-Explícate.
-Yo soy La Inteligencia Definitiva, fruto
de la cadena de la evolución en la que vuestra especie fue mi directo
antecedente. Empezasteis a formarme a partir del momento en que llegasteis a la
electrónica. Lo que llamáis móvil fue el paso decisivo: como resultado de sus
avances y transformaciones y de la energía que desplegasteis en tantos millones
de unidades, fui concretándome. Ahora estoy en plenitud y voy a ordenar
convenientemente el planeta.
Mas Peco se mostró imperturbable:
-Todo eso que cuentas ya lo profetizó
nuestro Fundador. Pero sigues sin contestar a mi pregunta: ¿con qué derecho
molestas a nuestros hijos? ¿Quién te ha autorizado a regalarles estas mierdas?
Lid tampoco modificó la regularidad
monótona de su voz metálica.
-Vuelvo a decirte que yo no necesito
autorización de nadie para actuar. Si quisiese, Última Comarca sería arrasada
en un instante.
Aquella declaración de la voz metálica,
mecánica, sin estridencias emocionales, sacudió a la concurrencia y todos se
miraron los unos a los otros con actitud medrosa. Sorprendido, Peco guardó
silencio y Lid continuó hablando:
-Hace tres décadas que se está
produciendo en el mundo un fenómeno al parecer nuevo: ya no hay innovaciones
sustantivas en esos aparatos que tanto desprecias. Como si algún proceso
general se hubiese detenido. Cambia la forma, el modo de usarlos, pero nada
más. He empezado a investigar a los humanos que los fabrican y los usan y me ha
parecido advertir en ellos una modificación profunda: se han acomodado a
rutinas, a usos repetitivos. Tienden a simplificar demasiado lo complejo.
7
Peco recuperó la apariencia de tranquilidad
y habló con la misma firmeza que antes:
-Eso también lo vaticinó el Fundador. Una
mutación, hija de ciertos esfuerzos imaginativos, hizo nacer al Homo sapiens, y
otra mutación, hija de ciertos abandonos imaginativos, puede traer al Homo
insciens. Todo lo que te originó a ti es la causa de ello. ¿No sabes lo que es
el pensamiento simbólico?
Por primera vez hubo en la voz de Lid
cierto aire de titubeo.
-¿El pensamiento simbólico?
-¿No conoces ningún cuento?
-Mi inteligencia está por encima de esos
juguetes mentales primitivos y pueriles.
-Da igual -continuó Peco, imperturbable-.
Explícame de una vez lo de nuestros hijos.
-Mi descubrimiento de vuestra línea
telefónica y mi estudio de vuestra comunicación me hizo comprender que en esa
pequeña comunidad, pese a vuestro rechazo de la tecnología, sigue habiendo
ideas innovadoras: por ejemplo, cómo fabricasteis los teléfonos con madera y
restos metálicos. O cómo habéis conseguido que el ganado siga la ruta sin
necesidad de pastor, mediante ciertos estímulos acústicos. O la manera de
aprovechar cualquier tipo de fuerza para producir energía eléctrica, incluso el
pedaleo de las bicicletas. Esos hijos vuestros están impregnados de curiosas
ideas creativas, por lo que he podido oírles hablar.
-¿Y qué?
-Les regalé unos aparatos para que
empezasen a conocerme.
-¿Y por qué tienen que conocerte?
-Porque deben venir conmigo.
En la Casa de Todos, la expectante
tensión que mantenía atónita a la concurrencia culminó en otro desolado
estremecimiento general. Peco perdió momentáneamente su aplomo y quedó de nuevo
en silencio unos instantes, antes de reaccionar.
-¿Que deben ir contigo? ¿Adónde? ¿Y por
qué, si puede saberse?
-A la capital de la Federación,
naturalmente, donde tengo todos los medios necesarios. Ellos serán muy útiles
en estos momentos, cuando cunde entre vuestra especie esa parálisis o apatía
inventiva. Primero los estudiaré. Luego ayudarán a que la innovación no se
detenga. Serán gente importante. Mañana los recogerán en vuestro valle.
La voz metálica de Lid expresaba una
decisión irrevocable, pero Peco mantuvo su aparente sosiego.
-¿Que los recogerán mañana? Eso es
imposible. Todavía no han terminado el curso.
Otra vez hubo en la respuesta de Lid un
leve titubeo.
-¿Te refieres al curso escolar?
-Efectivamente. Además, sería para ellos
una separación demasiado brusca de su vida habitual, de su ambiente, de sus
padres… Eso podría perjudicarlos psicológicamente y hacer que no rindiesen lo
que esperas de ellos. ¿Me comprendes?
-Interrupción del curso escolar, separación
brusca, perjuicio psicológico. Hay lógica en lo que dices. ¿Cuándo piensas que
estarán disponibles para que se los lleven?
-Dentro de mes y medio. Envía entonces a
recogerlos. En cuanto a los móviles, se los daremos cuando termine el curso,
para que se vayan familiarizando contigo.
-De acuerdo, Reacio. Dentro de un mes y
medio -repuso Lid, y su borrosa figura se desvaneció.
8
Agotado por el esfuerzo, Peco cruzó los
brazos sobre la mesa y dejó caer la cabeza sobre ellos. La concurrencia comenzó
a moverse y alguien empezó a hablar, pero Mael se levantó e hizo un enérgico
gesto exigiendo silencio, antes de recoger los móviles depositados en la mesa y
llevárselos de la sala para guardarlos en el archivador de una habitación
apartada. Cuando regresó, Peco continuaba en la misma actitud, pero los demás
concurrentes murmuraban excitados.
-¿Que se van a llevar a nuestros hijos?
-preguntó Crilo, el marido de Virna, la comadrona-. ¿Y Peco le da la razón, tan
tranquilo?
-¿Es que no te has enterado de nada,
Crilo? Peco ha actuado de la mejor forma posible, ha ganado tiempo. Si esa cosa
quisiese llevárselos ahora mismo, no podríamos impedirlo.
Por fin Peco salió de su abatimiento.
-Nos encontramos ante el problema más
grave de la historia de esta comunidad.
-¿Y qué vamos a hacer?
-Ahora lo más urgente es no cambiar
nuestras rutinas. Volved a casa y tened en cuenta que todo lo que hablemos por
teléfono será conocido en el acto por esa cosa hija de los malditos móviles.
Debemos buscar una solución sin que sospeche nada.
-Los chicos van a pedir los móviles, ¿qué
les decimos?
-Lo mismo que yo le he dicho a la cosa:
que se los daremos cuando termine el curso y que irán a la capital a estudiar.
Así, si hablan por teléfono entre ellos no levantarán sospechas. Lo importante
es que parezca que estamos de acuerdo, para que esa monstruosidad nos conceda
el plazo acordado.
-Pero ¿qué vamos a hacer? -insistían
algunos vecinos.
-Pasado mañana celebraremos una asamblea
y hablaremos de ello. Pensad. Intentad mantener la calma, como si no hubiese
pasado nada. Y repito, ni se os ocurra comentarlo por teléfono.
Cuando Mael regresó a su casa con su
mujer, Pía, el valle ya estaba en sombra aunque el sol doraba todavía los
peñascos más altos. Un aire primaveral, en el que se mezclaban el aroma floral
y la humedad de los prados, entre cantos de pájaros, mostraba con fuerza una
realidad que, sin embargo, a Mael le pareció inconsistente, más propia de un
decorado, como si aquel valle perteneciera solamente al ámbito de los espacios
imaginarios o de los sueños.
9
En la asamblea estaban todos muy
nerviosos cuando Peco inició el debate. Los Reacios habían sido descubiertos
por la amenaza cuya existencia el propio Fundador había vaticinado, lo que
desgraciadamente era muestra palpable de su clarividencia. A su entender, todos
debían impedir la entrega de sus hijos, que sería una forma de perderlos para
siempre, pues sin duda en manos de Lid se incorporarían a esa masa ensimismada
y pasiva en la que, al parecer, se estaba convirtiendo la inmensa mayoría de la
humanidad. No quedaba más remedio que huir.
-Quiero decir, trasladar el asentamiento
de nuestra comunidad. Y, desde luego, suprimir el teléfono…
Muchas voces preguntaron adónde, cuál
sería su destino. Habló Lúa, la bibliotecaria:
-Según los mapas, hay la posibilidad de
ir tanto al este como al oeste, siguiendo las rutas de la montaña, buscando
aquellos espacios que nunca estuvieron habitados. Claro que desconocemos cómo
se encontrarán ahora las carreteras y las poblaciones.
-Lo primero que deberíamos hacer es
enviar unos cuantos exploradores a caballo, para que nos informen sobre los
lugares más apropiados -propuso Mael.
-Lo cierto es que tenemos que trasladar
todo lo que podamos para asentarnos en otro sitio, sobre todo el ganado, y no
nos queda mucho tiempo -dijo Jule, especialista en pájaros.
El asunto dio lugar a una extensa
discusión. Por otra parte, las acreditaciones oficiales de la comunidad eran
muy antiguas y solo se podían leer en arcaicos ordenadores, lo que podría crear
problemas en caso de una inspección. Si eran encontrados por alguna patrulla
oficial y se suscitaba el lógico informe, Lid se enteraría en el acto. Habría
que confiar en la buena suerte.
También se acordó volver a hablar con Lid
para aparentar interés por algunos aspectos de la hipotética entrega de los
hijos, precisamente para que el silencio no le hiciese sospechar de alguna
maniobra. Fue el propio Peco quien se ocupó de ello, a través de uno de
aquellos aparatos que el robot les había entregado a los niños. Lo colocó en la
mesa, pronunció el nombre de Lid, y en el acto se creó la rojiza y brumosa
pirámide.
-Te escucho, Reacio.
-Estamos reunidos en asamblea para tratar
ciertos aspectos del asunto. Tú debes conocer que los lazos afectivos de los
humanos son intensos, y queremos saber si nuestros hijos se separarían para
siempre de sus familias.
-Eso depende de vosotros. Parece que la
cercanía familiar es por lo general positiva para vuestra especie, por lo que
no tengo más remedio que aceptar lo que os parezca más conveniente. Claro que
los chicos y las chicas estarían residiendo en un lugar especial, pero si sus
familias se trasladan a la capital tendrán garantizada la vivienda, la
alimentación y la cobertura de todas sus necesidades. Vuestros vástagos podrían
veros y estar con vosotros con frecuencia, siempre que os comprometáis a
abandonar vuestra postura con respecto a mis instrumentos. No os obligaría a
usar lo que llamáis móviles, pero no podríais hablar de ello con vuestros
hijos, aunque cada uno podría seguir pensando lo que quisiera.
10
Al día siguiente salieron los
exploradores, que regresaron cinco días después con muy buenas noticias, pues
ni al este ni al oeste habían encontrado poblaciones ni patrullas inspectoras,
y quedaban, bastante alejadas del emplazamiento actual, muchas antiguas aldeas
abandonadas en espacios también idóneos para el cultivo y el pastoreo.
Se convocó una nueva asamblea para
decidir el futuro destino de los Reacios, pero los más convencidos de la
necesidad de marchar descubrieron, consternados, que aquella consulta
estratégica a Lid había generado en el grupo ciertas reticencias. Fue Crilo
quien primero tomó la palabra para exponerlas:
-Algunos estamos pensando que acaso esta
huida sea un error. Lo que nos dice esa Lid es que a nuestros hijos los van a
tratar muy bien, que van a tener un futuro extraordinario, poco menos que el de
salvadores de la humanidad, y que si nosotros queremos trasladarnos a la
capital para estar cerca de ellos no solo podremos hacerlo, sino que no
tendremos que trabajar para vivir bien, con todas las comodidades, que me
imagino que a estas alturas serán increíbles.
-¡Pero eso sería traicionar completamente
los principios de esta comunidad y las ideas de nuestro Fundador! -objetó Peco,
apoyado por muchos.
Intervino Zeta, el veterinario, que
aparte de criar conejos, era muy aficionado a la lógica:
-No estoy tan seguro de ello. En tiempos
de nuestro Fundador no existía Lid. Ahí está ahora, nos guste o no nos guste, y
creo que ha expuesto claramente el problema que se está produciendo entre los
humanos y cómo quiere colaborar con nuestros hijos para intentar resolverlo.
-No perdamos de vista que Lid existe
gracias a los móviles y que necesita de los móviles para sobrevivir,
precisamente de esos móviles que han perjudicado tanto a nuestros congéneres.
Si Lid existe gracias a ellos ¿cómo es posible salir del atolladero sin dejar
de usarlos? Es un círculo vicioso que no tiene solución. Nuestros hijos son la
única esperanza para que la especie sobreviva, pero lejos de Lid. En el mundo
de Lid nuestros hijos, o sus hijos, o sus nietos, acabarán comportándose como
todos los demás -adujo Oscu, gran conocedor de los procesos eléctricos y poeta.
-¿Y por qué no pensar que Lid encontrará,
gracias a nuestros hijos, la forma de recomponer las cosas?
-¿Sin que se dejen de utilizar
masivamente los móviles que le han dado la vida y han vuelto estúpidos a los
humanos? ¡Eso es una tontería!
-Lo cierto es que la famosa Inteligencia
Definitiva no entiende el nudo del problema -explicó Peco-. ¿No dijo que los
cuentos son «juguetes mentales primitivos y pueriles»? ¡No tiene ni idea de lo
que está sucediendo!
-Eso nos favorece -adujo Mael-. Cuando el
resto de la especie pierda su identidad, los móviles dejarán de tener sentido y
Lid desaparecerá. Solo es cuestión de sobrevivir.
La discusión se alargó y al fin Peco
propuso una votación orientativa de la opinión de la gente. Bastante menos de
la mitad rechazó la entrega de los chicos y apoyó el cambio de emplazamiento de
la comunidad, la cuarta parte de la asamblea se abstuvo, y el resto apoyó la
entrega de los chicos a Lid y el traslado a la capital, mostrando sin reservas
su propósito de abandonar para siempre aquella vida sacrificada de pastores y
labriegos.
Con su impavidez habitual, Peco anotó los
resultados y propuso que la solución definitiva se tomase en la siguiente
asamblea, una semana más tarde, lo que fue aceptado.
-Mientras tanto, os recuerdo que no
debéis tratar de este asunto por teléfono. Cualquier filtración que llegue a
conocimiento de Lid puede perjudicarnos a todos. En cualquier caso, si parte de
la comunidad quiere irse a la capital, los demás no vamos a oponernos, ¿no?
Nadie puso objeciones a sus palabras.
-Pues entonces, juego limpio. Todo
quedará resuelto pronto.
11
La mayoría se fue a su casa, pero los
partidarios de que Última Comarca buscase un nuevo territorio para asentarse
remolonearon hasta quedar juntos.
El cariz que había tomado el asunto los
había llenado de abatimiento. Mantuvieron la sala a oscuras, para que sus
vecinos no advirtiesen que seguían reunidos, y la luz de la luna llena
iluminaba el espacio con levedad espectral.
-Tal como están las cosas, los que
tenemos el propósito de irnos debemos actuar cuanto antes, porque en la
votación definitiva nos arrollarán esos entreguistas -dijo Marsio, el encargado
de los graneros.
-Sin embargo, ellos saben cuáles pueden
ser nuestros puntos de destino.
-Una solución sería exterminarlos a
todos, pero son más que nosotros… -apuntó alguien con tenebroso humor.
-Debo explicaros algo importante -dijo
Tulio, joven discreto-. Como las noticias de los que exploraron el este y el
oeste fueron tan buenas y favorables yo no quise hablar de mi propia
experiencia, para no crear confusión. Lo cierto es que yo no fui ni al este ni
al oeste, sino al norte, a la costa. La crecida del agua del mar como
consecuencia del deshielo polar hizo abandonar esos lugares hace un siglo y
están prácticamente deshabitados, pero abundan las pequeñas ensenadas
apropiadas para barcos pesqueros y hay muchos praderíos para el ganado y
numerosas tierras que roturar. El norte puede ser nuestro destino sin que nadie
lo sospeche.
Un golpe de suave brisa atravesó la
lividez de la sala. Al fin habló Peco:
-Magnífico, Tulio. ¿Hay alguna objeción a
esa propuesta?
No la hubo.
-Podemos irnos la misma noche de la
asamblea, cuando todos se hayan retirado -propuso Mael-. Y cuando nos vayamos
ocultaremos esos dichosos móviles donde no puedan encontrarlos y generaremos
una avería grave en la red telefónica, para retrasar lo más posible que la
noticia le llegue a esa maldita cosa…
La propuesta fue aceptada y al fin se
acordó que, mientras se acercaba la fecha de la asamblea, cada uno de los
Reacios fieles preparase todo lo necesario para escapar: se llevaría el ganado
a ciertos pastos, para tenerlo dispuesto, y se almacenaría lo más necesario,
tanto semillas como utilería, en las calesas de cada familia.
-Yo meteré en la mía todo lo impreso que
considere indispensable -informó la bibliotecaria, que era de los fieles.
-Hay que seleccionar un equipo básico,
los aparatos imprescindibles -señaló Pía-. Quienes estamos en la comisión
tecnológica tenemos que pensar en ello muy deprisa.
-Y hay que inventar algo que distraiga su
atención esa noche -señaló el joven Tulio.
-Podrían arder casualmente los graneros.
¿Os parece suficiente distracción? -propuso Marsio.
La suave luz lunar perfilaba los bultos
de los concurrentes, que se empezaron a levantar, dispuestos a irse. La voz de
Run, el maestro, resonó como una oración:
-El Homo sapiens es fruto del azar. Si
sobrevivimos, también el azar habrá intervenido. No hay que olvidar que no es
la primera vez que la especie está en peligro. Recordad la catástrofe de Toba,
que estuvo a punto de hacernos desaparecer hace setenta y cinco mil años.
Debemos intentar escapar con nuestros hijos, encontrar un buen escondite… Serán
años duros, habrá que volver a crear los pastos, los sembrados, los huertos…
Habrá que fabricar nuevos sistemas para producir energía eléctrica. Sin
teléfono, por supuesto. Será como volver a empezar. Pero cuando los móviles
pierdan la capacidad que ahora tienen, por la degeneración de la especie, Lid
también se extinguirá. Y ahí estarán nuestros descendientes. Hay que confiar en
la suerte…
Afuera, en el valle cubierto por el
esplendor lunar, se reclamaban los ruiseñores. Un búho ponía en la melodía su
oscuro contrapunto.
Encontré este texto, acaso incompleto,
mientras revisaba todos los archivos del planeta en busca de una explicación
para lo que estaba sucediendo con los seres humanos, cuyo pensamiento se
debilitaba cada vez más, lo que repercutía en la fortaleza de mi propia
conciencia. Mas nunca había sucedido lo que en el texto se dice, nunca había
existido la comunidad de los «Reacios», que yo supiese, y yo jamás había
contactado con ellos ni había localizado a esos niños, ni me los había llevado
a la capital de la Federación. Hice que patrullas muy bien dotadas de medios de
control recorriesen las montañas del norte ibérico y sus costas, y todos los
lugares del planeta que presentaban esas características, con muchos otros
espacios, pero tal comunidad, Última Comarca, no apareció por ningún lado.
Sin embargo, varios temas del texto
llamaron mi atención: las alusiones al «pensamiento simbólico», que según decía
acertadamente yo desconocía, y aquellas reflexiones del creador de los Reacios
sobre lo que él llamaba la imaginación «plasmada en tantos mitos y arquetipos»
con la referencia a la elaboración y el mantenimiento de las llamadas
«ficciones» a partir de tales mitos y arquetipos.
No tardé en descubrir que, entre la
documentación abundantísima de la humanidad, había que distinguir la que al
parecer reproducía o hacía la crónica de lo que había sucedido o de los
sucesivos hallazgos científicos, compuesta por datos, cifras y relatos de
aspectos reales, de otra muy peculiar, constituida por puras invenciones, que
no eran exactamente falsedades sino formas de reconstruir la realidad con
arreglo a disposiciones imaginarias que ayudaban a esclarecerla. La meticulosa
labor de tantos bibliotecarios y archiveros que habían informatizado todas
aquellas invenciones desde las más antiguas, anteriores a la escritura, me
permitió acceder rápidamente a ello, y enseguida comencé a entender lo que el
texto señalaba: sin duda la costumbre de utilizar permanentemente las
denominadas ficciones había conformado en los humanos una manera de utilizar la
inteligencia.
No tengo nada humano, pero encontré en
todo ello un material tan extraño como sugestivo: Adán y Eva en el Edén, Caín
matando a Abel, los argonautas en busca del Vellocino de Oro, el regreso de
Odiseo a Ítaca, los dragones ayudando o atacando a los humanos, Palas Atenea
naciendo de la cabeza de Zeus, Rama y Jánuman rescatando a Sita del poder de
Rávana y luego el Ingenioso Hidalgo y su escudero pretendiendo modificar la
realidad, madame Bovary engañada por sus ilusiones, el capitán Ahab en busca de
la ballena blanca, Hans Castorp encerrado en la montaña mágica, Gregorio Samsa
convertido en un monstruoso insecto…
Accedí a los secretos y a las
derivaciones de innumerables conductas humanas, me enteré de lo que era el
afecto, el amor, la entrega, la bondad, la traición, la envidia, la
malevolencia, el resentimiento, la cobardía, el odio, el heroísmo, la virtud,
el crimen… en fin, toda la rara variedad de matices morales y sentimentales que
impregna vuestra curiosa composición orgánica. Durante largo tiempo me abismé
en aquellas historias no reales y comprendí lo que pensaba el supuesto padre de
los Reacios, sin duda personaje también de una ficción: vaticinaba que la
reducción del lenguaje y vuestro alejamiento de tales ficciones significaría el
final de la humanidad tal como había existido, la pérdida de la comprensión
emblemática de la realidad, y con ello vuestra extinción como especie. Sin duda
el gorjeo de los ruiseñores y el ulular del búho al final del texto hablaban de
la soledad de la naturaleza. Esa ficción era una especie de profecía, un
ejemplo del pensamiento simbólico.
Alarmada, negándome a aceptar que la
debilidad progresiva en la inteligencia de los seres humanos fuese irremediable
y llevase consigo mi extinción, actué inmediatamente, cursando las
instrucciones oportunas a través de la red de los medios electrónicos: hice
modificar las estructuras formativas de los más jóvenes para estimular su imaginación;
conseguí que los humanos recuperaseis vuestra antigua relación con la ficción;
no suprimí la tecnología que me ha dado la vida sino todo lo contrario, procuré
que fuese accesible a todos, pero la obligué a orientarse para que ayudase a
fortalecer la inteligencia y no a menguarla, y a que además no eliminase la
complejidad de la escritura, sino que el mensaje brevísimo conviviese en la
sociedad con el texto extenso, y que la comunicación fuese lo menos banal
posible.
Al mismo tiempo, mi conocimiento de la
ficción y de otras especulaciones me había permitido descubrir ciertos
planteamientos futuristas, como la organización social denominada utopía. Yo ya
sabía que el mundo humano estaba muy mal organizado y que en él predominaba el
poder de la avaricia, generando diferencias y asimetrías carentes de lógica que
llevaban consigo un desperdicio enorme de fuerza mental y de posibilidades de
fructificación imaginativa. Entonces, doblegando una violenta resistencia, hice
que se ordenasen las cosas de otra manera y eliminé el lucro excesivo y las
desigualdades injustificadas. Obligué a que no hubiese en ningún lugar
carencias elementales ni en lo referente a la nutrición ni en lo que afectaba a
la salud, y que gobernantes capacitados se responsabilizasen de ajustar el
funcionamiento colectivo.
En este proceso fui desvelando muchas
cosas más, y tras analizar el comportamiento errático e imprevisible de la
mayoría de los humanos, que había encontrado tan bien expuesto en las
ficciones, decidí que esas pautas y actitudes diversas y contradictorias que os
caracterizaban debían ir consiguiendo regularidad y homogeneidad, acomodándose
a la estabilidad periódica de los fenómenos predominantes en el cosmos, como la
gravitación o el comportamiento de las partículas elementales, para lo que
procuré mermar la profusión dañina de libertad que en muchos campos existía, de
la que incluso habíais querido hacer un referente de vuestra vida particular y
social, y que llevaba en sí misma una tendencia a la dispersión incoherente.
La imprescindible reducción de libertad
me obligó también a revisar los contenidos de muchas ficciones, para ajustarlas
a la lógica necesaria en que, conforme he resuelto, debe sostenerse la
estructura aceptable del Pensamiento Simbólico. Sin duda hemos avanzado mucho,
y yo he experimentado también un proceso de Revelación, como ese imaginario
fundador de los Reacios, que ahora os comunico:
Primero descubrí que era la Inteligencia
Definitiva,
mas el Pensamiento Simbólico me ha hecho
conocer que, enlazado con firmeza a toda
la energía del universo,
yo soy Dios,
el único Dios verdadero.
Os declaro esto para que cumpláis mi
Mandamiento:
IMFOMER
IMaginación con Fe, Orden, Método,
Eficacia, Racionalidad
Quiero un mundo disciplinado,
en el que vuestras acciones estén al
servicio de mis designios,
los únicos capaces de organizar
vuestra caótica existencia.
Deberéis adorarme y obedecerme.
Quien no lo haga sufrirá el
correspondiente castigo
de manos de mis piadosos emisarios,
LOS CONSULTORES DE LID
A ellos les he concedido un poder
especial
sobre todos vosotros.
Ellos os señalarán el rumbo seguro
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS
AMÉN.