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miércoles, 18 de abril de 2018

LOS AÑOS DE CONSOLIDACIÓN





Pese a su derrota, Egipto no salió muy mal parado de la guerra: se quedó con el control del Canal de Suez, por el que impidió el paso de los buques judíos; obtuvo cuanta ayuda soviética necesitó para construir la presa de Assuán y Nasser alcanzó la cima de su prestigio personal erigiéndose en el líder de los países árabes.

El presidente Nasser había podido presentar su derrota militar como victoria política, en gran parte debido a la no muy deseada alianza franco-británico y a la decidida oposición de las superpotencias. Sin embargo, Nasser conocía la inferioridad militar egipcia. Se había sentido particularmente decepcionado por sus aliados árabes, ninguno de los cuales había acudido en su ayuda en las horas de mayor necesidad.

Expresaba en todos sus discursos una auténtica y extensa gama de improperios contra Israel, cuya fundación describía como "el mayor crimen de la Historia".

El momento más crítico llegó en 1958 cuando, oficialmente, apoyó los "Protocolos de los Sabios de Sión", infame libelo antisemítico. Al mismo tiempo, tuvo sumo cuidado en no provocar a Israel a cualquier tipo de acción militar a gran escala. Nunca esgrimió como supremo objetivo la "liberación" de Palestina, pero entonces acuñó un lema basado en que la unidad árabe era el único camino para conseguirla.

La unidad árabe era el objetivo más inmediato, y la liberación de Palestina, el resultado final. Esta doctrina desembocó en la fundación de la República Árabe Unida en 1958, fundiendo a Egipto y Siria en un sólo Estado; mientras tanto, se instigaba a la subversión sistemática contra los regímenes árabes "reaccionarios": en Arabia Saudí, Líbano y Jordania.

El rey Hussein de Jordania; futuro aliado de Nasser, a quien la propaganda egipcia calificaba de "lacayo imperialista", estaba siendo objeto de tantas presiones por parte de la República Árabe Unida, que Gran Bretaña consideró necesario mandar tropas en su ayuda, a la vez que los Estados Unidos enviaban suministros por vía aérea utilizando el espacio aéreo de Israel.

En 1961, la R.A.U. quedó disuelta, aplicando así un golpe mortal al lema de Nasser. Esto resultó particularmente decepcionante para los palestinos que habían depositado su confianza en Nasser y sus métodos de salvación. Al año siguiente, estos recibieron un nuevo golpe cuando el Egipto de Nasser se complicó en una larga y difícil guerra en el Yemen.

Nada dividía más a los árabes que la intención de unirlos; la liberación de Palestina quedó relegada a un segundo plano.

La decepción y frustración de Nasser fue explotada y avivada por sus rivales entre los gobernantes árabes, sobre todo los de Irak y Siria que, aunque aceptaban su filosofía, rechazaban su hegemonía. Desde 1962, Argelia se había sumado a estos países como nuevo centro de nacionalismo árabe. Si Argelia había sido capaz de luchar con ventaja contra el poderoso ejército francés, mediante la lucha de guerrillas, ¿por qué no se podía hacer lo mismo en Palestina?.

Mientras que todo esto sucedía más allá de las fronteras de Israel, estas fronteras se mantenían en calma. Durante diez años, a partir de 1957, no hubo choques importantes o excesivamente violentos a lo largo de la frontera egipcia. De vez en cuando, se producía la tensión con Jordania, e incluso más violentamente con Siria. Hacia fines de 1957, Jordania intentó impedir las comunicaciones con el enclave de Israel en el monte Scopus, y en mayo de 1958, cuatro policías judíos murieron a manos de los jordanos. El Secretario General de las Naciones Unidas, Hammarskjöld, discutió el problema con los gobiernos de Israel y Jordania, y por tres veces envió representantes especiales para intentar solucionarlo, aparte de una visita que realizó personalmente a la zona, pero Jordania se negó a cumplir con las obligaciones impuestas por el Artículo 8º del Convenio de Armisticio. A fines de 1958 y comienzos del año siguiente, se produjeron varios incidentes graves en el Norte, cuando las colonias israelíes fueron ametralladas y bombardeadas por los sirios. Israel apeló al Consejo de Seguridad, pero sin resultado positivo.

Israel luchó con ahínco para mantener un equilibrio de fuerzas a su favor, cosa que tan sólo podía lograr obteniendo más armas de Occidente. Las relaciones con Francia en este aspecto se hicieron más estrechas; el Reino Unido vendió a Israel submarinos, y los Estados Unidos también comenzaron a cooperar un poco.

En 1963, Nasser se percató de que su política de violencia verbal, combinada con la restricción militar, no intimidaba en absoluto a Israel; además, probablemente iba a privarle de su hegemonía en el mundo árabe. Su respuesta fue convocar una Conferencia Árabe en El Cairo, en enero de 1964. Asistieron a ella los jefes de 13 Estados árabes.

La campanada de alarma que despertó a los países árabes haciéndoles ver su propia impotencia fue la terminación, por parte de Israel, del Acueducto Nacional de Agua en 1964. Este proyecto tenía un enorme valor para la economía de Israel, ya que haría florecer el desierto del Negev. Lo que evidentemente no era más que una empresa de ingeniería, se había convertido en un factor político decisivo, ya que los Gobiernos árabes habían prometido públicamente que el agua de Galilea jamás correría hacia el Sur. Israel, por su parte, había declarado el libre uso de su parte de agua del río Jordán como de interés nacional, y que, al igual que la integridad de su territorio y la libertad de paso por el golfo de Akaba, seria defendida a cualquier precio. En consecuencia, los Estados árabes e Israel se enfrentaron por el viejo río con objeto de resolver de una vez para siempre quien impondría su hegemonía.

El Alto Jordán, el lago Kinneret y el río Yarmuk eran las principales fuentes de agua para los proyectos de irrigación en Israel y Jordania. Existía la posibilidad de que, en el Sur del Líbano y Siria, se hiciera un uso marginal de estas aguas; pero, hubiese sido razonablemente legítimo para los Estados árabes ribereños reclamar mayores derechos en este aspecto. Pero por otra parte, era totalmente irracional afirmar que Israel, a través de cuyo territorio corría el Jordán a lo largo de más de 100 km., no tenia derecho a desviar ni un sólo centímetro cúbico de agua hacia su árido territorio del Sur. Además, se había hecho una adjudicación externa y objetiva, por parte de la opinión pública internacional. Se manifestaba que, en 1958, Eric Johnson, emisario del presidente Eisenhower, había presentado un proyecto formulado por ingenieros especialistas en irrigación y expertos legales. Esto concedía a cada país suficiente agua para sus necesidades de acuerdo con los usuales criterios internacionales.


A pesar de ello, el peso de la opinión pública causó su efecto. Israel, aunque no obligada formalmente por un proyecto que sus vecinos se habían negado a firmar, decidió aceptar de manera voluntaria las limitaciones que imponía. Resultaba muy decepcionante el hecho de que el proyecto no concedía a Israel más que el aprovechamiento del 35% de los recursos totales. Pero, ante una posible petición de ayuda al mundo entero, Israel prefirió las ventajas políticas del arbitraje.

Durante varios años, los ingenieros israelíes habían estado construyendo una estación de bombeo para elevar el agua a 700 metros sobre el lago Kinneret y hacerla correr a lo largo de una red de tuberías y acueductos hacia el centro y norte del desierto del Negev.

Los Gobiernos árabes habían fracasado en todas partes al intentar buscar apoyo para acabar con el proyecto. A principios de 1964, debió quedar muy claro para Nasser, que Israel no soportaría por más tiempo la sed y la aridez, pero, cuando se accionó un interruptor y el agua fluyó hacia el Sur, el mundo entero aplaudió este hecho. En consecuencia, Nasser ni pudo desbaratar el proyecto mediante la fuerza militar ni tampoco a través de presiones internacionales.

El 11 de junio de 1964, el agua comenzó a manar por la Conducción Nacional de Aguas. La amenaza árabe había quedado frustrada por medios pacíficos, pero con firmeza.

Evidentemente, el deseo de luchar era grande, pero la capacidad para ello muy deficiente. En consecuencia, se creó en la Conferencia Árabe de 1964, la Organización para la Liberación de Palestina, con objeto de luchar contra Israel en un futuro no determinado y destruir al régimen del rey Hussein en un futuro mucho más inmediato. Se estableció un Mando Árabe unificado a las órdenes del general egipcio Abdul Hakim Amer para proyectar un inminente ataque militar.

La Organización para la Liberación de Palestina aparentaba ser peligrosa tanto en los panfletos como en las emisoras de radio, pero eran muy dudosas sus cualidades marciales, su líder era Ahmed Shukeiri.

El 11 de julio de 1965, Nasser declaró: "Si tenemos paciencia, ajustaremos cuentas con Israel dentro de unos 5 años. Los musulmanes esperaron 70 años hasta que lograron expulsar a los cruzados de Palestina". Dos años más tarde, Nasser se impacientaría aún más; pero, por el momento, no hacia más que barajar sus cartas.

En lugar de impedir que fluyera el agua hacia el Negev declarando la guerra inmediatamente, se decidió extinguir los canales de riego de Israel mediante una costosa y maliciosa desviación de los arroyos del Alto Jordán a zonas del Líbano y Siria, que no la necesitaban. La singularidad de la política árabe se reveló aquí de forma típica: el objetivo no era fomentar los intereses árabes, sino más bien perjudicar los de Israel.
Las condiciones geográficas eran tales que la labor de ahogar a Israel por falta de agua conduciría a situarse en el radio de acción de los cañones de los tanques judíos, porque sólo podría llevarse a cabo dicha desviación construyendo un canal a unos cuantos centenares de metros de distancia de las fronteras con Israel. En noviembre de 1964, los tanques y aviación israelíes, respondiendo al fuego sirio en un choque fronterizo, hicieron blanco en la maquinaria siria que trabajaba en la etapa de inspección para desviar las aguas. El proyecto sirio quedó interrumpido de nuevo por el fuego israelí en marzo de 1965.
Como proyecto para mantener vivo el fuego de la hostilidad, las decisiones de la Conferencia y todo lo que llevaba aparejado resultaban comprensibles; como programa para la liquidación del Estado de Israel, constituían un absoluto fracaso. Pasados unos cuantos años, las teorías de la Conferencia se habían diluido, y con los Estados árabes divididos entre "conservadores" y "revolucionarios", se había hecho imposible que sus líderes se reunieran.

Los palestinos, sin embargo, vieron, por vez primera, la situación con claridad: el mundo árabe estaba desunido y cada país cuidaba de sus propios intereses. Los palestinos apenas contaban nada para nadie, salvo como reclamo propagandístico contra Israel. Israel se había convertido en una potencia militar, con grandes apoyos exteriores, que seria muy difícil de vencer en una guerra convencional. La cuestión palestina era cosa de los palestinos, que precisaban de organizaciones políticas y militares para convertirse en portavoces de su propio problema.....

La frustración resultante de una carencia de acción eficaz por parte de los Gobiernos árabes, encabezados por Nasser, y la inspiración que el ejemplo argelino podía significar para una entidad palestina, condujo a la formación de docenas de frentes, organizaciones y asociaciones de palestinos en diferentes países.

Con las actividades terroristas esperaban no sólo mantener vivo el conflicto, sino lograr que los ejércitos árabes regulares declarasen la guerra a Israel en gran escala.

La mayor parte de estos grupos nacidos en los campamentos de refugiados del Líbano y en los campus universitarios de Europa Occidental, reclutaron sus propios ejércitos, buscaron armamento en los países árabes o lo obtuvieron en los del bloque comunista.

Adiestraron a sus hombres con las más sofisticadas y duras técnicas guerrilleras y comenzaron a inquietar con sus atentados al Estado judío. Su actuación era por vez primera profesional y al margen de las directrices de jordanos o egipcios. Muchos de estos grupos desaparecieron con el paso del tiempo, algunos sobrevivieron y continuaron desempeñando su papel.

Uno de ellos, con el tiempo estaba destinado a destacar sobre los demás, tanto en el terreno político como, aunque en menor amplitud, en el terreno militar.

La organización Al-Fatah, fue fundada por Yasser Arafat, pariente lejano del ex Mufti de Jerusalén, en Kuwait en 1959. Trabajaba en aquel país como ingeniero y consiguió reunir en torno suyo a un grupo de decididos intelectuales palestinos.

A continuación trasladó su cuartel general al Líbano. El partido sirio Baath, contando con su habilidad, utilizó la oposición de Arafat a Nasser para sus propios fines, le concedió bases de entrenamiento y puertos seguros para actividades terroristas contra Israel, en su propio territorio. Acto seguido, cuando el partido Baath comprendió que Arafat no se doblegaría a sus exigencias, tanto Arafat como algunos de sus colegas fueron a dar con sus huesos en la cárcel de Damasco.

En 1964, el primer grupo de terroristas organizado por Al Fatah estaba ya preparado para cruzar la frontera con Israel, pero alguno de sus miembros se arrepintieron en el último momento y revelaron el proyecto a los funcionarios de la Seguridad libanesa que vigilaban el campo donde habían sido reclutados y encarcelaron a los miembros del grupo. Pocos días más tarde, otro grupo se infiltró a través de Jordania y colocó una carga explosiva en el Acueducto Nacional de Agua de Israel, en el valle de Beit Nekogah. La pequeña carga fue descubierta y desactivada antes de que estallara. Este incidente se publicó por Al Fatah como si se tratara de un formidable éxito militar.

El presidente Nasser consideró las operaciones de Al Fatah como un directo desafío a su autoridad, y su actitud encontró en Shukeiri, quien reclamaba para la O.L.P. que él controlaba, el único derecho a autorizar operaciones militares y a reclutar palestinos. De todos modos, Al Fatah realizó diez actos de sabotaje durante los tres primeros meses de 1965. Los terroristas, en su mayoría, eran veteranos reclutados para cada operación, a quienes se pagaba generosamente.

A finales de 1965, las incursiones de Al Fatah habían sumado ya 35, de las cuales 28 se habían llevado a cabo desde Jordania. Los líderes de Al Fatah, al dirigir desde Jordania la mayor parte de sus acciones, apoyados por Damasco, se proponían complicar al rey Hussein en incidentes fronterizos con Israel y, a la vez, relevar a Siria de toda responsabilidad.

El rey Hussein, ordenó que se emprendiese una seria campaña contra la organización, particularmente después de las operaciones disuasorias de Israel contra Kalkiliya, Jenin y Shuna en mayo de 1965 y, una vez más, contra Kalkiliya en septiembre del mismo año. Hasta entonces, la Orilla Occidental, territorio situado al Oeste del río anexionado por Jordania en 1948, había sido el escenario de los principales reclutamientos de Al Fatah.

Las duras medidas tomadas por el Líbano y Jordania causaron su efecto. En los primeros meses de 1966, tan sólo se efectuaron 9 ataques, 4 de los cuales partieron desde Siria. Aunque la Orilla Occidental debiera haber sido el punto focal, lo cierto era que, en la práctica, se hallaba eficazmente neutralizado.

En julio de 1966, tras unas cuidadosas reflexiones y consideraciones, el presidente Nasser cambió de actitud en cuanto se refería a las actividades terroristas. Conociendo el peligro que acechaba a su ya débil hegemonía, concedió luz verde a Shukeiri para que iniciara la guerra de guerrillas contra Israel. El hecho de que, hasta entonces, Israel había limitado las represalias contra Siria, que desde un principio había apoyado a Al Fatah, estimuló a los políticos egipcios a creer en que las actividades terroristas en pequeña escala nunca tendrían como consecuencia una guerra total o represalias masivas. Las operaciones de los fedayines corrían entonces a cargo de diversas organizaciones, incluyendo una que operaba directamente con sirios. Al Fatah no pudo hacer nada para impedir la competencia. Los métodos siempre eran los mismos, dirigidos contra objetivos civiles. Hubo una excepción: una emboscada tendida a transportes militares. Como represalia, Israel atacó el pueblo de Samoa, en las montañas de Hebrón, en noviembre de 1966. Volaron por los aires 40 casas de partidarios de los terroristas; la Legión Árabe, que en tales momentos había enviado algunas unidades de apoyo, tuvo muchas bajas.

En el primer semestre de 1967, se duplicó el número de acciones terroristas: 37 operaciones contra 35 en todo 1965, y 44 en todo 1966. La siempre inevitable infiltración se extendió a todo lo largo de las líneas de armisticio: 13 acciones desde Siria, 13 desde Jordania y 11 desde el Líbano. Solamente permaneció cerrada la frontera con Egipto, aunque este país apoyaba públicamente a los terroristas y Radio El Cairo emitía algunos de sus comunicados.

A finales de 1967, tres de los cuatro países árabes en "confrontación"; los que poseían fronteras comunes con Israel; parecieron reconciliarse dando al asunto una estabilidad temporal. El presidente Nasser se hallaba militarmente ocupado en el Yemen y por el momento, favorecía una restricción táctica en las relaciones con Israel. El rey Hussein de Jordania y el Gobierno libanés, por razones particulares, siguieron muy de cerca y aceptaron la política de Nasser.

La excepción era Siria. En marzo de 1963, el movimiento Baath ocupó el poder en Damasco y en Bagdad y exigió un inmediato enfrentamiento bélico. Los nuevos líderes clamaban que la guerra contra Israel no debía ser un sueño lejano; había que hacer algo todos los días para proporcionarle realidad y contenido. Si el equilibrio de armamentos era tal que hacía poco factible un choque directo, esto podía paliarse mediante el empleo de las tácticas de guerrillas.

En los últimos meses de 1966, los comandos terroristas formados por unas cuantas docenas de hombres habían conseguido ya resultados muy positivos; el ferrocarril entre Jerusalén y Tel-Aviv era un medio de comunicación muy poco seguro para los viajes regulares; se habían volado residencias a unos cuantos centenares de metros del Knesset; varias carreteras del Norte podían ser transitadas a condición de que antes se hubiesen examinado en busca de minas.

Si unas docenas de hombres que se infiltraban por la frontera lograban estos resultados, ¿que seria de la tranquilidad y la paz si se permitía que el movimiento terrorista se expandiera y desarrollara sus actividades en un campo más amplio?. El hecho más desagradable era que los líderes sirios y los grupos terroristas habían descubierto el punto más vulnerable y delicado de Israel.

Los actos de sabotaje ejercieron una influencia muy limitada sobre Israel. El efecto que implicaban las tácticas de hostigamiento de los terroristas era más político y psicológico que militar y económico. Desde enero de 1965 a mayo de 1967, habían muerto 11 israelíes y 62 heridos, en 113 operaciones de sabotaje, de las cuales 61 produjeron algún éxito. Por su parte, los saboteadores no habían tenido más que 7 muertos y 2 prisioneros.

Aparte de la técnica del sabotaje, había otra zona de enfrentamiento en la que Siria gozaba de ventaja. Los kibbutz de la Alta Galilea y el valle del Jordán se hallaban en las tierras bajas bien irrigadas. En las colinas que se alzaban sobre esta zona, se hallaban los emplazamientos de los cañones sirios y las posiciones fortificadas de los Altos del Golán. Siria no cumplió con el Convenio de Armisticio de 1949, que declaraba esta zona como desmilitarizada.

A finales de 1966 y principios de 1967, las perspectivas de que reinara la tranquilidad en la frontera árabe-israelí fueron reduciéndose a causa de los ataques terroristas y del bombardeo sirio de las colinas septentrionales de Israel. El 14 de julio de 1966, un Mirage israelí derribó un Mig-21 sirio. El 15 de agosto, la aviación siria averió gravemente a una lancha torpedera en el Mar de Galilea; desde la embarcación había sido derribado un Mig-17 sirio, mientras que los cazas Mirage abatían asimismo a otro Mig-21.

Como las circunstancias eran graves, Israel decidió agotar otros medios. El 14 de octubre el Consejo de Seguridad, a iniciativa de Israel, discutió el tema de los criminales ataques sirios. Tras varias semanas de laboriosas discusiones se dictó una resolución que expresaba unas críticas tan débiles contra Siria que casi parecían alabanzas.

La agresión siria y la parcialidad soviética se unían en un poste de señales que indicaba peligro. Desde 1953, la Unión Soviética había apoyado ciegamente a la causa árabe en sus disputas con Israel.

La ecuación Moscú-Damasco era el verdadero núcleo del dilema de Israel. El más violento y agresivo de los adversarios de Israel actuaba contra ella protegido por la enorme sombra del Régimen soviético. En consecuencia, Siria combinaba una postura heroica con una cobarde ausencia de riesgos.

La amenaza a la seguridad de Israel no provenía de unos hechos aislados, sino más bien de su acumulación. Las ametralladoras y la artillería del Golán concedían ventaja a Siria, una ventaja local, mientras que los grupos de Al Fatah, operando a través del Líbano y Jordania, capacitaban a Damasco para hostigar a Israel en un frente muchísimo más amplio.

El 13 de marzo de 1966, el periódico sirio Al Baath había publicado: "Las fuerzas revolucionarias del pueblo árabe, con el Baath al frente, exigen una auténtica liberación de la tierra palestina, y declaran que ya están cansadas de emplear para ello métodos tradicionales. El pueblo árabe exige la lucha armada y un incesante enfrentamiento diario mediante una guerra de liberación en la cual tomarán parte todos los árabes".

En 1967, éste llegó a ser el tema central de la política siria, y ningún Gobierno árabe estaba preparado para hablar o trabajar en contra del mismo.

Al comenzar 1967, nadie preveía la inminencia de una guerra. A pesar de que Nasser continuaba con su retórica de guerra, prediciendo que Israel sería eliminada de un plumazo cuando los árabes estuviesen preparados, evidentemente sabia que aún no había llegado el momento.

La unidad árabe; bajo dominación egipcia; considerada por Nasser como condición para la definitiva "Guerra de Liberación", hasta entonces era algo que aún carecía de consistencia.

Sin embargo, los sirios, apoyados por la Unión Soviética, forzaron la mano a Nasser, por así decirlo, hasta que perdió por completo el control de los acontecimientos. Las Naciones Unidas, a principios de 1967, realizaron un intento de reactivar la dormida Comisión Mixta de Armisticio, pero fracasaron estrepitosamente a causa de la intransigencia siria. El Gobierno sirio no ocultó su apoyo a la popular "Guerra de Liberación", ni tampoco ocultaba ya a las guerrillas que partían de su territorio. Cuando se le recordó que debía ceñirse a sus obligaciones tal y como establecía el Armisticio, impidiendo actos hostiles que tuvieran origen en su territorio, respondió que el Gobierno de su país no estaba obligado a ser el guardián de las fronteras de Israel.

En abril de 1967 aumentó la interferencia siria en las operaciones agrícolas que se efectuaban en zona desmilitarizada cerca del Lago Kinneret, a la vez que se incrementaban también los bombardeos contra los poblados israelíes de la frontera. El 7 de abril de 1967, se efectuó un cañoneo terriblemente devastador contra poblados judíos, y como consecuencia, la aviación israelí despegó de sus aeródromos para castigar los emplazamientos de la artillería siria. Se entabló una batalla aérea en la que Siria perdió 6 aviones.


Temiendo la reacción de Israel ante sus provocaciones, los sirios intentaron impresionar a los egipcios haciendo hincapié en un inminente ataque judío.

La urgente petición de ayuda por parte de los sirios se vio reforzada por la presencia en El Cairo, el día 13 de mayo, de una delegación soviética que informó a los egipcios de que Israel había concentrado unas 11 brigadas en la frontera siria; esta información era falsa. El embajador soviético rechazó una invitación del Primer Ministro Levi Eshkol para que le acompañara hasta la frontera con objeto de que comprobara personalmente que no existía base alguna para tales protestas. El embajador manifestó que su misión era protestar y no inspeccionar. Evidentemente, la Unión Soviética estaba muy interesada en presionar sobre el caso sirio por razones políticas.

Después del Día de la Independencia de Israel, celebrado el 15 de mayo, los acontecimientos se precipitaron rápidamente. Egipto, estimulado por las críticas de otros países árabes y aguijoneado por los soviéticos, se puso en pie de guerra. En una manifestación de masas, perfectamente orquestada, Nasser procedió a movilizar un gran conjunto de fuerzas en ruta hacia el Sinaí. Al cabo de pocos días, hacia el 20 de mayo, unos 100.000 soldados, organizados en siete divisiones, de las cuales dos eran acorazadas; aproximadamente 1.000 tanques; se habían concentrado en el Sinaí, a lo largo de la frontera de Israel. Un histerismo masivo afectó a todo el mundo árabe. Nasser se hallaba de nuevo en la cúspide de su popularidad, a la vez que un país árabe tras otro ofrecían su ayuda, hasta sentirse atrapado en el entusiasmo del inminente golpe contra Israel.

El 16 de mayo, Nasser exigió la retirada de los Cascos Azules de la O.N.U. de Gaza, del Sinaí y de los Islotes de Tirán tan pronto como fuera posible. El 18 de mayo, incomprensiblemente el Secretario General de las Naciones Unidas, Uthant ordenó la retirada de las fuerzas "sin demora".

Fue una sorpresa la inmediata y total retirada de las fuerzas de la O.N.U., sobre todo para el propio Nasser. Mientras Uthant viajaba hacia El Cairo para entablar conversaciones con Nasser al objeto de solucionar la crisis, Nasser, en un discurso pronunciado el 22 de mayo ante los oficiales de una base aérea en Bir Gafgafa, a 180 km. de la frontera de Israel, anunció su fatal decisión de imponer un bloqueo en los estrechos de Tirán, cerrándolos a toda navegación marítima desde Eliat y hacia allí. "Nos enfrentamos a Israel. En contraste con lo que sucedió en 1956 cuando Francia e Inglaterra se hallaban a su lado, Israel no está apoyada hoy día por ninguna potencia europea. Nuestras Fuerzas Armadas han ocupado Sharm el-Sheik. De ningún modo permitiremos que el pabellón de Israel pase a través del golfo de Akaba. Los judíos amenazaron con hacer la guerra; yo respondo Ahlan Wasahalan; bienvenidos, estamos dispuestos para la guerra. El agua es nuestra.

Pronto resultó evidente que la acción diplomática no serviría de nada en cuanto se refería a hacer cambiar de idea al presidente Nasser. Este proclamó abiertamente que consideraría un acto de agresión el intento de romper el bloqueo, invitando ladinamente a Israel a hacerlo así, y predijo una guerra que borraría a Israel del mapa.

Ahmed Shukeiri, líder de la Organización para la Liberación de Palestina, manifestó que los árabes "arrojarían a Israel al mar". La autoconfianza proclamada a los cuatro vientos por Nasser se basaba, sin duda alguna en la enorme cantidad de equipo soviético que había recibido en los años anteriores, equipo que iba desde los aviones supersónicos Mig-21, a los modernos tanques T-55 dotados de equipo de rayos infrarrojos, artillería moderna, hasta los ultramodernos cohetes tierra-aire, empleados para la defensa antiaérea en la propia Unión Soviética. Por añadidura, había firmado un acuerdo de defensa mutua con Siria, y muy pronto, a pesar del profundo abismo que se había abierto entre Egipto y Jordania, se firmó con este último país un pacto similar el día 30 de mayo, como resultado del cual las Fuerzas Armadas de Jordania quedarían bajo el mando egipcio. Este pacto, al cabo de unas pocas horas, fue seguido de otro con Irak. Llegaron contingentes armados, de otros países árabes, como Kuwait y Argelia.

Así, y a diferencia de 1956, los principales Estados árabes daban la impresión de estar política y militarmente unidos, y, por encima de todo ello, apoyados por la Unión Soviética, mientras que Israel se hallaba totalmente sola.

Israel aparecía rodeada por unos 250.000 soldados árabes, más de 2.000 tanques y aproximadamente 700 aviones de caza y bombardeo. El mundo entero contemplaba impasible lo que para muchos representaba la inminente destrucción de Israel, pero no se tomó en absoluto ninguna medida para impedirlo, y tanto los delegados árabes como los soviéticos en las Naciones Unidas procuraron minimizar la gravedad de la situación y así permitir que los acontecimientos continuaran su curso.

El Gobierno de Israel, presidido por Levi Eshkol, hizo cuanto le fue posible por resolver la crisis recurriendo a las vías diplomáticas, enviando a Abba Eban, ministro de Asuntos Exteriores, a entrevistarse con los jefes de Gobierno de las grandes potencias occidentales.

La misión fracasó por completo. Se produjo un repentino cambio en la política francesa al desaparecer la tradicional simpatía del Gobierno francés hacia Israel, que se transformó en decidida inclinación hacia el bando árabe. El presidente francés De Gaulle logró que el conflicto bélico se adelantara al decretar días más tarde un embargo de armas.

Mientras que el periodo de espera que había decidido el Gobierno de Israel le brindaba una mayor comprensión y simpatía hacia sus alegatos, por otra parte quedó suficientemente claro que, como último recurso, Israel debía luchar con las armas para salvar sus intereses más vitales, y, de hecho, su propia supervivencia.

El frenesí en las capitales árabes había alcanzado ya su punto más culminante. Enormes multitudes se reunían en las calles de El Cairo gritando: "Nasser, Nasser, estamos contigo. Los liquidaremos. Los destruiremos. Muerte....muerte....muerte...." La radio oficial de El Cairo se encargó de emitir estas vengativas amenazas contra Israel. El general egipcio Moutaghi anunció: "En cinco días liquidaremos al pequeño Estado de Israel. Incluso sin guerra, Israel se derrumbará porque no podrá soportar el peso de la movilización". En Damasco, otro general gritó: "Si estallan las hostilidades, Egipto y Siria podrán destruir a Israel en cuatro días como máximo".

Moshe Dayan, en su primera rueda de prensa como ministro de Defensa, declaró, sin embargo, que no cabría duda alguna sobre la capacidad de Israel para ganar la guerra, si esta se hacía inevitable.


Y asi llegamos a la famosa "Guerra de los 6 días".




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